diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Sópola temprar”: primero creí que se trataba de algo inventado. ¿Una sópola temprar? Sonaba bien, qué quería decir no importaba. Después, en Alaska, escuché a Fabián hablar sobre el título, desde atrás de una puerta. Le contaba a Pablo Navas que era parte de unos versos del Libro de Apolonio. Súpola templar, la supo templar. Y claro, entonces entendí: el español antiguo me había vuelto irreconocible una de mis palabras favoritas, que estaba, en realidad, ahí a la vista: templar, la templanza, la de la carta del Tarot que insiste siempre, incluso desde un taller de poesía que compartí con Fabián en 2009, en el que Gastón Malgieri, en el último encuentro, nos hizo una especie de devolución y habló de nuestra “huidiza templanza”. Esas dos palabras quedaron, desde ahí, unidas para siempre en mi cabeza. Si hay templanza es huidiza. Fabián templa, como dice Carlos Fratini en la contratapa del libro, su erudición con astucia.
“¿Cuánto tiempo se necesita para que se forme un diamante?” pregunta una voz en “Sobre una imagen grabada en mi memoria”. La poesía de Fabián Iriarte es eso: un diamante que tomó su tiempo en formarse, contra lo que se deshace, lo que estalla, lo que explota. Diamantes de lenguaje que se forman en la memoria –en su memoria y en la que permanece después de leer sus poemas- no importa en qué otra cosa se piense. Misterios, gemas hechas de palabras que con la síntesis y la dureza del diamante, insisten en recordar que “tanto universo y relámpago pueden desmoronarte”.
Un desnudo pos-impresionista o un verso de Góngora; las normas de etiqueta del mundo “fácil y agradable” de las redes sociales -con esa sensibilidad que también se sustenta en la ironía- o la desgrabación de aquello que gritó mientras dormía; el tono íntimo y el tono enciclopédico: todos esos universos sabe templar Fabián Iriarte. Aquí o de viaje, se trata de su voz, siempre su voz, en no-importa-qué lugar del planeta. Un poema escrito enteramente en endecasílabos, textos en prosa, lo críptico como un caramelo mental en que se paladean revelaciones inminentes. Como ese oro que esconde nuestro cuerpo, Fabián hace foco en destellos de mundo y de lenguaje que de otro modo quizás no existirían o pasarían desapercibidos: crea objetos, diamantes.
“Niebla en el cerebro, oscuridad en los pulmones, lluvia en el corazón” dice en el texto “En condición delicada”: “cuando los lenguajes salen fuera de sus áreas de especificidad, crean (sin querer) pequeñas parábolas”. Citas, menciones, reflexiones lingüísticas. Voces populares, reflexiones filosóficas, descripciones de pinturas. En su huidiza templanza, el de Fabián es un libro de intensidades: en el que, como dice en uno de sus textos, “la descontextualización crea su propio sistema”. Lo excepcional de la poética de Fabián Iriarte está en el modo en que templa el refinamiento de la forma -la precisión y la elegancia- con la irreverencia. Como si templar, calmar la violencia de una pasión o sentimiento, moderar la fuerza o intensidad de una cosa, afinar un instrumento, combinar los colores de forma armónica, templar los metales, fuese algo que sólo puede hacerse de una forma meticulosamente irreverente en la belleza de sus versos.
(Actualización mayo - junio 2018/ BazarAmericano)