diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Diseño

Ulises Cremonte

Hogar, dulce hogar
Los elementales, de Michael McDowell, Buenos Aires, La Bestia Equilátera, 2017.

La colección de literatura extranjera de La Bestia Equilátera es diversa, atractiva y exquisita, como lo son sus portadas. Hay de todo y todo es bueno, recomendable. El repertorio puede incluir novelas clásicas o más bien de un clasicismo adulterado como “Sombra vana” o “Una familia y una fortuna” o novelas negras secas, brutales, una zaga que encuentra sus puntos destacados en el trinomio “Zona caliente”, “Mi ángel tiene alas negras” y “El nombre del juego es la muerte”. También ha sabido rescatar y hasta en algún sentido inventar grandes autores como V.S. Pritchett, Muriel Spark o Julian Maclaren-Ross. El catálogo genera un efecto de propaladora cultural que nos devuelve, en las cuidadas traducciones, algo de aquellos laureles editoriales de las década del 60.

Así llegamos a “Los elementales”, novela que respeta y a la vez trasgrede los lugares comunes del género terror. Alcanza con asomarse a ese primer capítulo donde el cadáver de una madre es acuchillado en pleno velorio para comprender que nada de lo que ocurra en el resto de las trescientas páginas se moverá por zonas previsibles.

Después del incidente los deudos se trasladan a un paraje donde se encuentran tres casas victorianas una de las cuales está en un estado de cuasi abandono, invadida por la arena de Alabama. La locación resulta ideal y lo es, pero más por la destreza con que el narrador presenta y sostiene la atmosfera del relato. Gran mérito del autor –Michael McDowell- quien parece que ha sido todo un personaje, al que por ejemplo se le daba por coleccionar lápidas, ataúdes, objetos de muertos, fotos de cadáveres y de escenas de crímenes. Fue también, como gancheramente lo anuncia en su solapa el libro, guionista de las dos únicas buenas películas de Tim Burton –Beetlejuice y El extraño mundo de Jack–.

Es sobre la jovencísima India en que recae la responsabilidad de abrir la caja de pandora: su impulso adolescente le viene como anillo al dedo a las necesidades del relato. Ella y Odessa, la sirvienta negra de la familia, son quienes manejarán los resortes de una trama que se cocina a fuego lento. Si el regionalismo sureño traía en sus alforjas las reliquias vudú, la narración se cuida de asumir una sentencia definitiva. Menos sutil es el desembarco de víctimas, un final rutilante, a la altura del comienzo donde la sangre es tanto sustantivo como adjetivo o marca de clase. Un epílogo en que pareciera sonar de fondo “Sweet home Alabama”, esa canción dulzona, pero que en su cadencia de cajita de música, anida un poco de melancolía risueña y agrietada. “Los elementales” tiene algo de eso y también o sobre todo solidez narrativa. McDowell no se deja arrastrar por ningún tipo de urgencia efectista, juega sus cartas con paciencia, sin la histeria del golpe de efecto. Para muestra, este botón:

 

India bajó de la cama y sacudió cuidadosamente la arena de las sábanas. Después vació sus zapatos, desdobló los puños de su camisa y sacudió el ruedo de su falda. Se formó un círculo de arena a su alrededor a un costado de la cama. (…) India no había salido de su casa en toda la mañana. ¿Cómo era posible que tuviera arena en los puños de la camisa y en los zapatos? Pero no le dijo nada a su abuela.

 

La ajustada y hasta obsesiva descripción de la escena sabe mantener su tono medio. El elemento disruptivo –esa aparición “extraña” de la arena– no necesita de un subrayado particular para despertar cierta inquietud. Un terror sin estridencia en una novela que gana su pelea por nocaut, pero en el décimo o undécimo round, casi por decantación.

 

 

(Actualización mayo - junio 2018/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646