diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En Trazos impersonales. Jorge Baron Biza y Carlos Correas. Una mirada heterobiográfica, María Soledad Boero propone un recorrido que, en principio, puede resultar sorprendente. Su estudio examina Los reportajes de Félix Chaneton y, en menor medida, Operación Masotta, de Carlos Correas, y El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. Una pregunta que surge de inmediato es cómo relacionar a dos autores tan disímiles en sus trayectorias. Una presunción posible y primera es un cierto carácter maldito de ambos, su destino de suicidas, su marginalidad dentro del sistema y del canon de la literatura argentina. María Soledad Boero construye, sin embargo, otro recorrido, en cierta medida inusitado, a partir de pensar la serie de textos mencionados desde una perspectiva no autobiográfica, sino heterobiográfica. Este “desvío” hacia lo hetero en detrimento de lo auto, es lo que le permite ofrecer una aproximación original y vinculante sobre la producción de Correas y Baron Biza.
El impulso a pensar en los textos de Correas y de Baron Biza como autobiografías apenas veladas es intenso, en la medida en que se trata de relatos en los que se consignan acontecimientos que han tenido correlato en la vida biográfica de los autores. En efecto, sería posible pensar que por detrás del heterónimo Felix Chaneton que construye Correas, lo que leemos es, en definitiva, aspectos de su propia vida, por ejemplo, algunas de sus experiencias sexuales. Lo mismo podría decirse de Baron Biza, cuyo texto narra la larga travesía del protagonista acompañando a su madre, luego de sufrir graves quemaduras producidas con ácido por el marido, padre del narrador. Hechos que, efectivamente, sucedieron en la vida de Jorge Baron Biza. Es decir, en tanto lectores podemos, y en cierta medida muchos lo deseamos, caer en la trampa de la transparencia, como si eso que nos contaran los textos, más allá de la mediación de las palabras, o incluso mejor, de su deriva, y más allá del artilugio de los nombres, fuera la verdad. Somos lectores acostumbrados al género autobiográfico, un género establecido, con una tradición rastreable desde los orígenes de la modernidad, que en apariencia dependería menos de la ficción al apelar a hechos comprobables. Sin dudas podríamos pensar una relación de mutua dependencia entre autobiografía y sujeto burgués. La autobiografía, desde esta perspectiva, sería el género capaz de explicarlo todo del sujeto que la escribe.
Para contrarrestar esa tentación y para desestimar todo pacto autobiográfico, Boero propone una entrada heterobiográfica. Dicho concepto supone un conjunto de presupuestos que anudan un modo de pensar la escritura en tanto desobra y una posición del escritor que articula de otro modo su relación con la escritura y la experiencia, y con la escritura de la experiencia. En relación a este último punto, por ejemplo, se podría sostener que a través de sus escrituras y en sus escrituras, Correas y Baron Biza son arrojados hacia un afuera con el cual construyen una serie relaciones, siempre precarias. Por ello, a diferencia de los enfoques autobiográficos, que poseen una concepción de la experiencia como algo dado y coherente, perfectamente organizado por un yo dador de sentido, el concepto de experiencia desde la perspectiva heterobiográfica es pensado como un tanteo carente de forma nítida, como una serie de esquirlas que difícilmente puedan articularse en una totalidad homogénea. En este sentido, el concepto de experiencia que maneja Boero, posee puntos de contacto con el modo en que la piensa Giorgio Agamben en Infancia e historia, en donde sostiene que la experiencia, si no se quiere experimento, es incompatible con la certeza y constituye un andar a tientas. La literatura consistiría, más que un poner orden en esa oscuridad, en abismarse en ella.
El concepto de desobra, que ha sido pensado por Jean-Luc Nancy en, entre otros, La comunidad desobrada, apunta aquí no tanto a la ausencia o la suspensión, sino a la forma de los textos estudiados. Como si el registro de una experiencia como fragmento y por fuera de todo cálculo, como si la experiencia de escribir no para encontrar un sentido sino para perderlo, requiriera la construcción de un texto desobrado, de una genericidad que resiste los encuadres y las definiciones.
Situarnos ante este conjunto de conceptos -heterobiografía, experiencia y desobra- nos instala en una encrucijada contemporánea. En primer lugar, frente a lo que se ha ido conociendo como “literaturas del yo”, que incluso convocan ecos del género testimonial, tan en boga en el presente. Lo heterobiográfico funcionaría como contrapunto de la inflación del yo que parece atravesar a buena parte de la producción literaria actual. Pero al mismo tiempo, entiendo que Boero también establece una distancia sutil con, por ejemplo, Paul de Man, que en La autobiografía como desfiguración, y alejándose igualmente de los pactos autobiográficos, propone que deberíamos invertir nuestro razonamiento entre la figura relatada como reflejo del referente, para pensar que es quizá la figura la que de carnadura y existencia al referente. La postura de De Man, claramente deconstructiva, se funda en la lógica del suplemento pero es, probablemente, excesivamente textualista. ¿Frente a la dimensión textualista de De Man hacía dónde nos conduce la perspectiva heterobiográfica? En primer lugar hacia un cierto tipo de escrituras del presente, parafraseando a Boero, interrumpidas, cortadas, resistentes. Es decir, un tipo de escrituras que no nos obsequian la ilusión de la transparencia. En esas resistencias, en esos cortes, se funda y se da a ver un tipo de subjetividad. Y esto implica que no se trata de encontrar una unidad por detrás del corte, o por detrás del heterónimo, sino de percibir que la subjetividad es una deriva que sólo se conoce, parcialmente, de ese modo, en el corte, en la resistencia, en el fragmento, en el heterónimo. Pero por otra parte, el sendero heterobiográfico nos enfrenta a un tipo de escritura en la que la experiencia se exhibe en su potencia disruptiva, en su capacidad de desapropiarnos de nuestras certezas. Ese salirse de sí -salir de la ilusión de unidad- conduce en Boero a otra categoría, la de bios. Y será en el bios donde el libro establezca su máxima distancia con Paul de Man, y su máxima apuesta crítica.
Desmontar, desfondar, son dos verbos que aparecen con frecuencia en el ensayo de Boero. Y la clave de esas dos acciones la debemos buscar en el bios. Correas y Baron Biza no reconstruyen una persona biográfica, la desfondan, la desmontan, para fluya como “otra posibilidad de vida” y para fundar, en ese fluir, una ética y una estética de lo impersonal, “un trabajo en y a través de la escritura que sostiene un modo singular de vinculación con la experiencia” (185), dirá Boero. Un conectarse con la vida como una potencia pulsátil y desagregadora de las máscaras de la personalidad. La práctica literaria asume de este modo otros contornos, menos asimilados a la institución literaria, agobiada por las exigencias del mercado, y más próxima a la invención de nuevas formas de resistencia. De una manera sinuosa, haciendo un uso original de una serie de conceptos de larga tradición, con una escritura elegante, María Soledad Boero nos entrega un bello ensayo y funda, ella misma, otros modos posibles de leer a Carlos Correas y Jorge Baron Biza.
(Actualización mayo - junio 2018/ BazarAmericano)