diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Gretel Karplus y Walter Benjamin, a salvo en el detalle de la letra
Correspondencia  1930-1940, de Gretel Adorno y Walter Benjamin, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011. Traducción, prólogo y notas de Mariana Dimópulos.

Desde que salió esta Correspondencia, en mayo de 2011, tan sólo en Buenos Aires, fue reseñada por Fernando Bogado para “Radar Libros” de Página 12, anunciada por Damián Tabarovsky primero y más tarde reseñada por Matías Serra Bradford para “Cultura” de Perfil y, apenas un poco después, leída críticamente por Beatriz Sarlo para la Revista Ñ . Replicadas en variadísimos blog y distintos sitios, recortadas o ampliadas, citada alguna carta de Benjamin o de Gretel, transcriptas completas. Un libro de cartas entre un hombre y una mujer, hace en cualquier momento un siglo, que habrían de convertirse, casi sin saberlo, el primero en uno de los teóricos de la cultura más importante del siglo y ella, en una de las mujeres indispensables para que este hombre y otros de su entorno formen parte del acervo cultural a resguardo de una Europa en guerra  y al borde de la destrucción. Una nueva pieza de esta historia, la traducción de una nueva pieza, conocida por los especialistas seguramente en su lengua original y otras traducciones, despierta entre nosotros un interés inusitado. Fanáticos de Benjamin, no hay mucho más para decir acerca de esta valiosísima edición de ciento ochenta cartas que lo que bien dicen sus primeros reseñadores.

Pero allí mismo, en ese lugar de la entusiasta recuperación, me pregunto, como Gretel pregunta a Benjamin en algún momento –ella pregunta exactamente “¿Por qué al principio de la nueva temporada uno se siente tan mal en las ropas y los sombreros viejos?... ¿La moda nos cambia realmente como para que tengamos una nueva impresión de nosotros?”-, qué hace que, habiendo sido dicho casi todo lo que podía decirse, volvamos sin embargo una y otra y otra vez a Benjamin, sobre sus notas más íntimas, ahora sus cartas, estas cartas, esta correspondencia mantenida por largo tiempo en secreto.

La obra más conocida de Benjamin, publicada o en ciernes de publicación, está tramada por cartas que desafiaron los viajes, las persecuciones, el exilio, la segunda guerra, el nazismo, la muerte: a Gershom Scholem, Theodor Adorno, a Enrnest Bloch, Siegfred Kracauer, a Bertold Brecht, Hanns Eisler, Max Horkheimer, por mencionar tan solo aquellos nombres que nos resultan más conocidos en la historia intelectual del siglo XX pero a los que, indefectiblemente, en el caso de Benjamin, hay que sumar los de las mujeres que puntuaron su vida: las dos Doras, la hermana y la ex esposa, madre de Stefan, Asja, Gretel, Hannah, Adrianne, las mujeres y secretarias de Brecht, una larga constelación de amores no del todo correspondidos pero de férreas amistades por sobre todas las cosas. 

Siempre que podemos, en castellano o en el idioma al que accedamos, nos entrometemos en sus cartas, con la menor de las discreciones incluso, entre los papeles de quien sabemos perfectamente, se había puesto como máxima, a fin de ser el “primer crítico de literatura alemana”, no escribir la palabra “yo”, no hablar de sí, mucho menos de sentimientos o impresiones desde sí. ¿Qué leemos, entonces, en sus papeles personales? ¿Qué buscamos leer en sus papeles más personales y hasta secretos entre los amigos más cercanos? Las cartas que Benjamin escribe a Gretel no las conoce Adorno, sino mucho después, “el niño de cuidado” en estas cartas, pareja y luego marido oficial de Gretel. Adorno, tampoco sabe que Gretel se escribe con Benjamin, tratándose de tú, mientras él se escribe profesionalmente y tratándose de usted. Amigos todos, pero con tratos bien diferenciados. En rigor, aquí no se trata de Benjamin, ni de Karplus, ni de Adorno, sino de Detlef, Felizitas y Teddie siempre. Pero no son los únicos que cambian de nombre o sobrenombre o apócope del nombre. Están Berta (por Brecht), Karola (por Bloch), Krac o K (por Kracauer), E. por Egon Wissing, primo de Benjamin y destinatario de su último mensaje, que terminará casándose con la hermana de Gretel, H (por el odioso y odiado Heidegger)  y otros varios, entre los mismos Benjamin y Gretel. Un poco por miedo, un poco por juego, a veces con ironía, otras con afecto, un poco porque el secreto de una ficción a sabiendas en medio de la realidad más atroz pretende resguardarse en las cartas.

Según nos cuenta la traductora en el prólogo, Mariana Dimópulos –por lo demás autora de 468 notas de una riqueza insustituible-, temprano, hacia 1911, Benjamin en una carta a un amigo del colegio, le dice: “Te ruego guardes mis cartas. Quizás algún día te las pida prestadas para reconstruirme un diario personal”. Sin duda, la correspondencia de Benjamin, sus idas y vueltas, son la puesta en práctica de lo que se dibujará teóricamente en las Tesis sobre la historia, su último trabajo. El transcurso de una vida, la lectura y la escritura, los amores, los amigos, los libros, los documentos, las colecciones, alguna idea, un relato, el anticipo de un nuevo trabajo. Entrecortado, y a veces contradictorio, las imágenes, los años que desembocarán en la guerra, se dialectizan, como le hubiera gustado a  Benjamin, en las cartas. El objetivo, la intención, sabiendo o no, tiene las formas de una autobiografía -al modo Benjamin, claro-: una pequeña crónica, un momento, la idea de mapa, las instantáneas que al escribirse se hacen recuerdo, una frase, un pedido, un “todo el afecto”, “miles de afectuosos saludos”, “los mejores y más bonitos saludos”, un “tuyo” finalmente, un seudónimo. En otra carta citada aquí a pie de página, a Ernst Schoen, en 1919, Benjamin cuenta sus reflexiones sobre el género: a través de la carta podría verse, dice, el modo en el que una persona abre su vida futura en la historia de su vida anterior. Así también lo plantea en el prólogo a la recopilación de cartas que es Personajes alemanes que saldrá publicado en 1936: nada “grande” de la época clásica, aunque es su marco, pero en cada carta un mínimo rescate de la intimidad del siglo, cosidas por el sutil hilo de quien comenta. Para él, las cartas siempre necesitan un comentario: para no “empalidecer”, dice. Para que sus remitentes, sus destinatarios, no mueran. La carta, para Benjamin también es un regalo, por lo demás “una artesanía”, hecha con las propias manos y destinada literal y especialmente.

Se puede leer una novela en el paso de estas cartas. Ampliarla, hacerla variar en los recovecos de su historia, en otras cartas y otras historias. Se sabe el final en todo caso. Se sabe que se trata de la vida, no de una novela. Y se sabe, también, las condiciones en que esa vida que se escribe llegó y hasta dónde. Y sin embargo nos entrometemos. ¿Busacando qué? Cuando Benjamin deshecha definitivamente viajar a Palestina, le dice a Scholem en un carta escrita en francés, en enero de 1930, “La meta que me había propuesto todavía no está realizada plenamente pero, a fin de cuentas, estoy bastante cerca: aquella meta de ser considerado como el primer crítico de la literatura alemana” y agrega, no sin una cierta ironía que Scholem seguramente no comprende, “La dificultad es que, desde hace más de cincuenta años, la crítica literaria en Alemania ya no se considera un género serio. Hacerse un lugar en la crítica quiere decir, en el fondo: crearla como género”. Benjamin se expone en una verdad casi paródica de sí cuando solo se cita la primera parte, el ampuloso deseo, un absurdo dado los tiempos que corren. Y Benjamin, primero que nadie se sonríe ante sus imposibilidades, primero que  nada de ser quién es, de sus pérdidas, sus mínimos encuentros, la pobreza. El chiste, triste, de Benjamin no puede comprenderse si se escamotea la cita. Lo mismo sucede si nos quedamos con la pregunta literal sobre la moda que hace Gretel o los pedidos de dinero de Benjamin, la otra pregunta de Gretel por el cambio de confesión religiosa o la respuesta parca, precisa, de Benjamin. La necesidad se expone aquí de la manera más digna que pueda decirse. Un poco más de un mes después de decirle a su Felizitas que ya no se atreve del todo a pensar en el mundo exterior, carta del 10 de septiembre de 1935 –“Como ves, hoy solo hay libros, libros y libros. Esto es un poco una evasión”-, el 21 de octubre, en carta a Alfred Cohn dirá: “estoy empezando a confeccionar una lista de pérdidas, y no sé si algún día no me encontrarán  a mí también allí”.

¿Qué buscamos? ¿Qué leemos quienes leemos a Benjamin? A lo mejor una nueva pieza del rompecabezas de una historia en la que no sabemos muy bien qué perseguimos. No sabemos cuál es la figura final, “ese carácter estructural oculto”, “aquello decisivo para nosotros, precisamente lo que solo ahora se abre paso en el ´destino` del arte”, como le sucediera a Benjamin frente al arte del siglo XIX y que le comenta con cierto entusiasmo a Gretel en su carta del 10 de octubre. Posiblemente el “Ahora de la cognoscibilidad”, “cuando el historiador le da la espalda a su tiempo, y su mirada de vidente se enciende en las cumbres de los linajes humanos que desaparecen en lo pasado cada vez más profundo. Es para esta mirada de vidente, precisamente, que la propia época está mucho más presente que para los contemporáneos que ´siguen la marcha` de este tiempo”. Y, a lo mejor más, cuando citando a Turgot definirá el concepto de un presente como lo “que representa el objeto intencional de una profecía” a la que accedemos, siempre, demasiado tarde. En este concepto de presente, dirá Benjamin, se basa la actualidad de la verdadera escritura de la historia. Posiblemente, eso sea lo que vayamos  a buscar. Quizás, también, algo que nos permita justificar esta extraña tarea del crítico literario sabiéndonos anacrónicos antes de tiempo. Por lo demás, una prosa que, aun en el dolor de las vidas que trasunta, nos deja ver la intimidad de un pensamiento haciéndose en la letra de una amistad absoluta.

 

(Actualización diciembre-enero 2011/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646