diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Este libro es un viaje. Literalmente hablando. Por un lado es la recreación poética de un viaje real hecho por Alan Eustace, un ejecutivo de Google que ostenta el record de haber roto la barrera del sonido tras haber saltado desde la estratósfera a la tierra. Por otro, es la transformación de esa misión espacial en el viaje mental de Alan mientras asciende y desciende en su globo de helio. Pero no se trata solo de eso. A través de sus personajes principales, este libro cuenta a la vez otra historia: la del viaje y el salto que supone la escritura poética.
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Hielo incandescente es un libro físico; o mejor, materialista, para usar una metáfora presocrática. Es un libro que fagocita el léxico astronómico para volverlo una poética del espacio. Y digo materialista no sólo porque en el libro campee una fuerte presencia de lo físico-natural, sino porque a lo largo de su lectura puede sentirse en la cara el polvillo espacial; ver cómo el agua helada de las plantas va cayendo en gotas sobre el piso de hierba; oír el “ruido a madera quebradiza/ que hacen los planetas”. Aquí lo que se lee se percibe literalmente con los sentidos. Las palabras atraviesan la epidermis de las cosas. Hasta el punto de que Alan termina por ser, tras su viaje mental, un sujeto descompuesto –como el capitán Ahab– por ese mismo espacio que pretendía vencer. De alguna manera su fundición con lo natural-espacial (“Desde entonces creo/ que voy a fundirme con el aire”) espeja la fundición del poeta con las cosas que nombra.
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Verónica Pérez Arango se pone, como Alan Eustace, el traje de astronauta y viaja con sus distintas voces al espacio. Compone así un libro perspectivista, contado desde tres puntos de vista: en la primera parte, desde una voz masculina, la de Alan; en la segunda, una voz impersonal e informativa; y en la tercera una voz femenina. Además del despliegue de estas voces que le permiten al lector viajar desde distintos ángulos, Hielo incandescente construye una poética de lo exterior y de lo interior, como si a través del hilo invisible de la palabra lograra zurcir la oscuridad del espacio con la luz de la tierra. La poeta se vuelve esa “adivina que canta/ los pensamientos/ ajenos”. Una adivina hablada por esas tres voces ajenas.
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En este libro se puede leer, por boca del personaje de Alan, una definición del acto de escritura poética. En un momento él se pregunta: “¿Encontraré acá lo que tanto anhelo…/ un camino en espirales, por donde ir aunque aunque no/ haya señales?”. Para escribir hay que estar lejos, tomar distancia. Escribir supone –como bien señala Carlos Ríos en el texto de contratapa– un “estado de fuga y soliloquio donde ocurren las inversiones de una lejanía”. Escribir implica un transitar por caminos en espiral, sin señales a la vista. Tras la máscara de Alan y desde la distancia que ofrece el espacio, Verónica Pérez Arango despliega la red sutil que se forma entre todos los puntos del espacio, que no es otra que la red sutil de sentido que se forma entre los poemas del libro. El salto que implica la escritura se toca con el salto que implica la lectura, la cual nos atrapa en esa red. Y ese es uno de los efectos más potentes de Hielo incandescente: dejar al lector flotando en la errancia.
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La lectura del libro emula a su vez el ciclo vital de la escritura poética, que es también un viaje de ascenso y descenso. Un viaje sin porqué. Una finalidad sin fin. El desafío de Alan era el de superar la barrera de sonido. El de un poeta sería escribir el poema. Y uno se pregunta: ¿para qué semejante empeño? ¿Para qué perseguir un record espacial, que tarde o temprano será indefectiblemente superado por alguien? ¿Para qué escribir poemas, habiendo tantos y tan buenos? Quizá porque a través de esas finalidades sin fin podemos neutralizar por un momento el imperativo positivista de la utilidad y del rendimiento. De este libro se desprenden muchas ideas. Una de ellas podría ser que escribir un poema es como querer viajar más rápido que el sonido. En este sentido la escritura poética es siempre la historia de una finalidad sin fin. La historia de una victoria en el fracaso.
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La potencia poética de Hielo incandescente estriba en ese limbo que media entre la tierra y el espacio. Circunda lo que somos cuando flotamos sin dirección, dejándonos llevar por la corriente, como los peces y los pájaros (“yo soy esto que flota:/ consigo mismo: un pez fosforescente/ un pez alado que escribe”). La poesía se vuelve un entre, un intermediario. Desde esa barcaza de helio que flota entre las olas del sistema solar, Alan repasa, como el personaje de Solaris, su vida, y les escribe cartas mentales a sus afectos personales y materiales. Desde esa distancia escucha mejor “la música del mundo”, y flota a la deriva siguiendo el “mapa de todas las cosas” que le contaron. Ese es el mapa que lo orienta en el seno de su desorientación espacial. Y ese es el mapa que sigue Verónica Pérez Arango para adentrase en aquella fecunda desorientación que se precisa para poder escribir un poema. Al fin y al cabo un poeta es como un astronauta poniéndole nombres a lo innombrado del espacio.
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Una parte importante del libro, puntualmente la tercera, se apoya sobre la analogía entre el espacio exterior surcado por un astronauta y el espacio doméstico de una pareja. Las interferencias que pueden llegar a acontecer en una misión espacial son semejantes a las que caben dentro de una pareja: “Una interferencia/ constante se interpone/ entre nosotros/ hablamos/ el mismo idioma/ pero hay pedazos/ de conversaciones/ que no encajan/ en esta historia”. Como si el espacio exterior y el espacio amoroso estuviesen regidos por la misma teoría del caos. De aquí el trazado de paralelos entre el choque planetario y la copulación amorosa; y las metáforas astronómicas al servicio de la práctica erótica. No es algo disparatado, ya que nos las pasamos gravitando en el espacio amoroso hasta dar con algún planeta. Y a la vez nos acorazamos para protegernos de los meteoritos que cruzan ese espacio. Al igual que en el amor, en la poesía hay algo que no encaja. La poética de este libro se ocupa justamente de eso: de lo que no encaja. Esa sería la materia que ocupa el espacio poético: lo que no encaja.
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Todo lo que rodea el viaje espacial de Alan –la víspera, el durante y el después– resignifica la percepción del personaje femenino que protagoniza la tercera parte del libro. Desde esa otra forma de distancia que implica el espacio doméstico, esa mujer orbita en torno a un fantasma amoroso: “¿Cómo puede ser/ que me despierte/ en la mitad de la noche/ y no estés acá?”. Pero es justamente ese fantasma el que le permite redescubrir y reavivar su entorno y su vida interior: “Tengo la intensidad/ de un animal encerrado/ en una habitación pequeña/ que espera que abran la puerta/ para ser domesticado”. Los dos personajes centrales del libro se sienten bien “en los lugares pequeños” (un globo de helio o una habitación), así como un poeta se siente bien en ese lugar pequeño que es el poema. Si en La vida en los techos (2016), su libro anterior, el eje pasaba por el cuidado de sí a través de los otros, y por las secuelas agridulces de la infancia, en Hielo incandescente Verónica Pérez Arango se ocupa de las texturas de una vida familar-amorosa deshecha por ascensos, descensos y separaciones.
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La poesía siempre lo desdibuja todo. Aquí el salto supersónico desde la estratósfera a la tierra se vuelve un salto hacia el interior. Se podría resumir este libro como la historia de un hombre y una mujer que se preparan para dar el gran salto, y de cómo ese salto resignifica sus vidas. Pero también como la historia de los paralelos entre el salto, la escritura y la lectura; entre el registro científico y el discurso poético; y entre la figura del astronauta como un voyeur del espacio y la del poeta como un voyeur de sus propias visiones. Al tocar tierra en Nuevo México, tras su ascenso en globo a la estratósfera, Alan dijo: “Soy feliz. Puede sentir/ la oscuridad del espacio y las capas de la atmósfera”. Verónica Pérez Arango puede decir lo mismo tras la escritura de este libro. Porque en un punto atravesar las distintas capas del espacio no debe ser algo muy diferente a atravesar las distintas capas de sentido que abre la escritura poética.
(Actualización marzo – abril 2018/ BazarAmericano)