diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Abro el libro de Camila Fabbri especialmente interesada en la propuesta del título. En un primer momento esa palabra me produce un recuerdo inmediato: año 2013, un auto se sale de control y me atropella en la ciudad de Mar del Plata. Un accidente, pienso, o por lo menos, esa fue la primera vez que el mecanismo se puso en funcionamiento para mí. En el sentido más pleno de su significado viene a indicar algún tipo de imprevisto (algo que una no ve venir) y que se interpone en la marcha regular de los días, una alteración. También por “accidente” alguien puede herir tus sentimientos, llevarte puesto en la calle o dejar caer una maceta desde el segundo piso. Por accidente, por ejemplo, un perro se suicidó hace poco en el edificio en el que vive un amigo. Más bien, o seguramente, el perrito estaría jugando en ese balcón y, por accidente, cayó muchos pisos (sus dueños, después de eso, todavía insistían con llevarlo a la veterinaria). Incluso el origen de la vida pareciera ser un suceso “accidental”. Sin embargo, no puedo dejar de sentir el imprevisto total del choque, de algo que golpea y te hace volar por los aires. Así es el efecto de lectura que me produce Los accidentes; catorce relatos -el primero se llama “Nacimiento” y otro se llama“Perros muertos”- por supuesto también hay uno llamado “Matrimonio” (accidente amoroso-institucional).
Todos estos sucesos comienzan con un epígrafe de W. Carlos Williams: “Era un día helado/enterramos a la gata,/ después agarramos la caja/ y la prendimos fuego/ en el patio de atrás./ A esas pulgas que escaparon/ de la tierra y del fuego/ las mató el frío”. El libro comienza con un acto de fúnebre, un ritual: enterrar a la mascota. Puedo imaginar que la gata murió ¿atropellada? y eso desencadenó, además, por accidente, la muerte de esas pulgas que vivían felices en ese cuerpo caliente. De todos modos, es una explicación que no viene a cuenta, mucho menos para un poema (los poemas nunca se explican, ley número uno en la vida). Sin embargo, el epígrafe de Williams -la modulación poética- se instala fuerte en los textos de Fabbri. En el primer relato, encontramos a una pareja de jóvenes a la que les divierte, excita, romperse la cabeza de distintos modos, lastimarse a sí mismos; la famosa autoflagelación que debemos padecer todos en distintos grados. Por supuesto, en el relato se manifiesta de modo más extremo y sangriento, y la última visión de la protagonista es la nuca de su madre convertida en “tormenta eléctrica” antes de ser arrollada por una camioneta. Inmediatamente, paso al siguiente relato, y cuando llego a “Debajo de un piano” ya no leo textos que cuentan historias “accidentadas” sino que advierto, entremezclada, esta misma flexión poética en el detalle: “un hombre muy grandote se hace peinados opacos hasta parecer una anciana opulenta”.
Los personajes que desfilan por Los accidentes siempre se encuentran en movimiento; están viajando de un lugar a otro, intentan nadar crol para bajar de peso, se golpean a sí mismos o se visten de ancianas. Todos ellos habitan un espacio familiar que es siniestro y asfixiante, como algo de lo que no se puede escapar. Esta densidad puede dialogar con los cuentos de El marido de mi madrastra de Aurora Venturini. Como en los cuentos de Fabbri, la familia es el espacio propicio para que ocurra lo demencial, no hay seguridad de nada y las estructuras se resquebrajan. Sin embargo, hay una melodía que pareciera venir de otra época y funciona como hilo conductor de Los accidentes. En el final de “Debajo de un piano” la voz protagonista remata: “Creo que en eso que canta, habla de las tazas de loza de alguna mujer demasiado buena. Yo me imagino justo ahí. Justo debajo de los pies suyos, cerca de la cola del piano. Me imagino que no espero nada más que el final de esa canción”. En “Carretera plena” lo musical también tiene un papel preponderante. Una pareja viaja en un auto por una ruta en una especie de roadmovie argentina. De repente suena una canción que “dice en inglés que el corazón del que la canta es como una autopista abierta. La canción viene y define lo que siento, me define sin saberme: viajamos y nuestros corazones son como carreteras plenas. Open Highways”. Sin embargo, como en todo viaje, aparece inmediatamente ese período de latencia, el sinsentido amenaza como una nube de tedio. La felicidad pareciera durar lo mismo que una canción que nos gusta por la radio. Sobreviene entonces el fastidio al comprobar que: “Ya no hay canción que pueda superar la anterior”. El viaje continúa pero sin soundtrack y la pareja atropella a una criatura inclasificable: no es un gato persa, no es un perro peludo ¿Qué es? Sin embargo, debe suceder ese hecho puntual, extraño y enigmático para llegar a la definición de una relación en el medio de una cena familiar: “Federico no siente; ninguno de los dos en realidad siente ya algo concreto”.
(Actualización marzo - abril 2018/ BazarAmericano)