diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Las malas lenguas de Alejandro López arrastran la lectura en una especie de adicción durante el recorrido de las “constelaciones” de una serie de personajes que tejen una vida en común y que giran en torno de asesinatos, desapariciones, cruces sexuales y un sadismo micropolítico como forma del poder que atraviesa las vidas individuales. Lo adictivo de la novela es, justamente, que, así como cada capítulo abre una vida diferente (y se titula con el nombre de algunos personajes: Cielo, Violeta, Maxi y Marga, Maxi y la diseñadora, La constelación de Violeta, La constelación de Cielo), los temas y los géneros desclasifican cualquier adscripción tranquilizadora en el avance de la trama. Así, pasamos por momentos -y tiempos e intensidades, diremos- policiales, porno, gays, heteropatriarcales, sádicos, políticos y de amor que dotan de una plasticidad ingobernable a la escritura.
Aunque la forma y el plan de escritura resultan controlados por una especie de eslabón con el procedimiento a lo Puig, es ahí donde la singularidad de López, paradojalmente, se recorta entre la narrativa contemporánea. La modernidad, sobre todo adorniana, nos acostumbró a buscar “lo nuevo” como lo históricamente necesario o, en términos de Groys, como diferencia radical e irreductible entre las formas históricas de las artes. Los argumentos de la modernidad para sostener ese modo de leer y de escribir fueron, en un principio, un modo de combate contra la homogenización de la producción en serie y del gusto de las instituciones culturales. Sin embargo, habría que ver, en momentos de un “nuevo espíritu” del capitalismo, en el que la diferencia es absorbida por la segmentación del mercado y se la promueve para sostener y aumentar el consumo, si el argumento esteticista de la modernidad puede seguir sosteniéndose. En una conferencia en la UJTL en Colombia, Jacques Rancière sostuvo que el criterio duro de la modernidad, “lo nuevo”, era, hasta cierto punto, más funcional al capitalismo de lo que muchos hubiéramos pensado. Puesto que ese concepto servía para poner a unos sujetos adelante y a otros atrás en la línea de tiempo, distribuyendo jerárquicamente los saberes y los valores, del mismo modo que el capitalismo imperialista operaba una división internacional del trabajo, o que repartía, en definitiva, las riquezas del mundo.
Si traigo a colación esta discusión, es porque, reiteradas veces, con una ingenuidad apabullante, se suele utilizar el criterio de la relación con el procedimiento de un escritor previo como disvalor para leer o considerar una escritura, puesto que “no hay nada nuevo”. En el campo literario argentino, además, uno de los escritores más centrales de este momento, César Aira, hace de lo nuevo de las vanguardias un procedimiento para empezar de cero y escapar a la cosificación de la escritura profesional. Es en este momento en que Alejandro López, y una serie de escritorxs (Washington Cucurto, Mercedes Gómez de la Cruz, Gabriela Cabezón Cámara, entre otrxs), retomando algunos procedimientos o caminos ya transitados en el repertorio de la literatura, vuelven a ellos en un loop temporal que no solo los revitaliza, sino que, además, les hacen decir y hacer cosas que antes no habían podido ser dichas o hechas. No se trata del juego de repetición y diferencia, en término deleuzianos, si no de un loop que, en otro cuerpo y temporalidad, hace decir y no lo mismo. Y he ahí su singularidad, no sólo con el horizonte moderno de lo nuevo, si no, también, con el de aquellos autores a quienes traen al presente.
Es decir, el procedimiento a lo Puig que López trae, retorna como un fantasma que es y no es el mismo, que aparece en un trasfondo borrado por la singularidad del gesto de autor en el cual se inscribe ahora. López arma constelaciones dispersas que, en el derrotero sadeano de la hiper exposición sexual, Puig no pudo imaginar y consumar. Además, abre galaxias, no ya al modo de un dispositivo fílmico de empalme como el Puig de Boquitas Pintadas con el que dialoga, si no como si fueran partes de un universo en expansión y contracción al mismo tiempo en el que las leyes de la relatividad y la teoría del caos se superponen y se distancian de acuerdo a las variaciones del punto de vista narrativo. Por ende, no se trata de un gesto epigonal, si no de la elección cuidadosa de una forma de escribir para hacer otra cosa. Podríamos decir que, más que inventor de procedimientos, el escritor se convierte en deconstructor de procedimientos y en la puesta en funcionamiento en otro pulso vital y temporal de sus restos. Esto no implica, tampoco, un amparo conservador en la tradición, si no una cuidadosa selección de una obra, un gesto, un procedimiento, para desarmarlo y hacer otra cosa con él, hacer la cosa propia. Más que continuidad o perduración, hay reciclaje, pero no a la forma de un pastiche posmoderno, si no como artesanía que reactualiza anacrónicamente una escritura, hasta hacerle hacer otra cosa fuera de su temporalidad. Es por eso que los lectores de Puig perciben, a veces, una cierta traición a Puig que López consuma en su loop temporal.
Pero más allá de esta deconstrucción estratificada temporalmente como procedimiento, me interesa, además, cómo López, desde un lenguaje en apariencia menor, simple y claro, nos mete en una compleja ficción por medio de una imaginación contemporánea, a partir del derrotero de temas que circulan de constelación en constelación. El levante por la red, la hiperconectividad y disponibilidad sexual actual es narrada desde lo más celebratorio hasta la puesta en sospecha, descubriendo, luego de tocarla, la oscuridad de nuestro tiempo. Las desclasificaciones y mutaciones de las sexualidades son expandidas hasta la dispersión, como si ya no hubiera chances de vivir de un modo común cualquier identidad. Las relaciones sexo afectivas son, así, oscilantes, y trazan comunidades sin comunidad que las hace estar en común, sin ser en común, dentro de la escritura. Esa apuesta de López es la que genera una multiplicación de las vidas que las desjerarquiza y, así, aleja a los personajes de cualquier miserabilismo y estereotipación moral, haciendo de ellos, siempre, un sujeto inasible. Esto, entre otros, sucede con Maxi, el muchacho que siente que su cuerpo es tomado por el primo muerto y muta, en medio de sesiones con espiritistas y médiums, su sexualidad.
Pero en estas constelaciones en particular, hay un personaje que, en López, se vuelve con un espesor político denso para nuestra cultura actual. Se trata de Marga, adoptada en plena dictadura por el señor Dionisio, médico que, aparentemente, asistió su parto. Toda la constelación de Marga, hasta su carta astral, gira sobre la posibilidad de la reapropiación y sustitución de su identidad, pero lo escalofriante es cómo el personaje, luego de una tibia sospecha, ni se inmuta en averiguar quién es, ni siquiera parece importarle el tema, casi como si fuera un asunto ad hoc en su vida. La destreza de López consiste en escribir sobre un personaje que no solo no averigua, si no que decide, casi, vivir su vida desaparecida y sin conocer su identidad verdadera. Una apuesta que, en un contexto de pérdida de derechos o en el que se enuncia que “los derechos humanos son un curro”, la narración de López resulta incómoda para esos discursos microfascistas de desacreditación, pero también para todxs, porque nos lleva a cuestionar nuestros parámetros al respecto. Como si la sustitución insinuada de esa identidad se volviera un agujero de la historia narrada que afecta a todos los involucrados en la gran historia. Que alguien decida seguir con su vida sin consciencia de su propia historia es el punto máximo con el cual la escritura toca la oscuridad política del tiempo en el que es, y con la cual nos interroga.
Y es en esos momentos donde, como dice un diálogo de Maxi con la diseñadora, “Una de las operaciones de la intensidad es la perspectiva. Eso. Que los picos de tensión sean partes de una misma cosa”. Es decir, la novela avanza y toca los picos de una intensidad que es política, literaria, artística, sexual en el derrame y desarme con que los dispositivos del poder nos hacen ver en cada constelación, en cada oscilación, una perspectiva en loop de lo mismo: cómo los sujetos se las arreglan para sobrevivir a ellos, a veces, en medio de conexiones afectivas desconectadas y bestiales, esas que nos atraviesan en nuestro presente y con las que tenemos que lidiar todxs.
(Actualización marzo - abril 2018/ BazarAmericano)