diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Pánico y locura en Carlos Paz
Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, Buenos Aires, Entropía, 2016.

I

Simultánea fascinación: terminé de leer Malicia, de Leandro Ávalos Blacha mientras no podía dejar de ver los episodios disponibles en Netflix de la célebre serie Stranger Things. No pude dejar de pensar en Jim Hopper, en la serie el jefe de policía del conmocionado pueblo de Hawkins, en Indiana, EEUU. Porque la novela de Ávalos Blacha hace que una presencia igualmente incómoda, incongruente, con un comisario tan atribulado como Hopper, y deseoso de jubilarse, confronte, o lo intente, de similar manera, con la irrupción, en una temporada estival más, entre los teatros y casinos de Villa Carlos Paz, del atrapante universo paralelo de lo pretendidamente imposible, o disparatado, o irracional.

 

II

Así como una sola palabra encierra plegados, latentes, acechantes sentidos que metamorfosean sus posibles significados, esa fértil singularidad del término que apunta a distintas cosas ha de pensarse también como un anticipo metonímico de lo que encabeza como título en una obra, en una canción, o en una novela. El vocablo “malicia” cuenta con ocho posibles acepciones según el diccionario de la RAE. “Intención solapada” es el primer sintagma que se invoca con el uso de la palabra, incluso antes que “cualidad de malo”, que es el siguiente, o “inclinación a lo malo y contario a la virtud”, que extiende la lista hacia un terreno de significación moral. Sinuoso es el sendero que la palabra describe, entre la sugerencia de una maldad que es propensión, o cualidad, y, por el otro, la insistencia en un campo hermenéutico, por así decirlo. “Malicia” es “interpretación siniestra o maliciosa” como también “penetración, sutileza, sagacidad”. Por eso no puede ser mejor el modo en que la novela de Ávalos Blacha da cuerpo a esa abundancia lexical en sus páginas, incluso hasta pasándose al dominio de los sustantivos propios.

En Malicia esa duplicidad entre lo concreto (¿esperable?) del mal y sus insospechados solapamientos, repliegues y sutilezas configuran (¿convocan?) un modo de leer paranoico, atento a cualquier elemento, guiño, o indicio más o menos implícito de lo que pareciera estar ocurriendo en verano en Carlos Paz. La paranoica lectura es alimentada por un texto que se revela por acumulación. Son partes, son fragmentos que parecen no llevar a ningún lado hasta que ese modo de lectura “sospecha”, que quiebra con el avance consecutivo, que hace que uno vuelva sobre lo que podría ser siempre una pista, termina por develar una lógica, un plan que es demorado, cuyo sentido se reserva para cuando esa acumulación ha devenido ya saturación de acontecimientos; de acontecimientos cada vez más deliciosamente delirantes. Porque la acumulación de hechos en Malicia también describe un movimiento de salida de o entrada en un terreno donde todo lo imaginable es posible y todo lo plausible es hecho.

 

III

Decía que un modo de lectura paranoico como el que propicia Malicia es el que surge de la misma consecución de sus páginas. En ellas se van intercalando en una polifonía prodigiosa las voces y los hechos, pero también una economía de lo berreta y lo sublime, lo trivial y lo espectacular, lo siniestro, lo anodino, lo irreal. En su conocido ensayo sobre la paranoia y sus potencialidades epistemológicas (“Lectura paranoica, lectura reparativa…”), Eve Sedgwick, además de insistir en que hablar de paranoia no necesariamente constituye un diagnóstico o una patologización de conductas humanas sino que indudablemente delinea caminos epistemológicos, un método detrás del escrutinio paranoico, se encarga de proponer una acotada síntesis de los rasgos que caracterizan la paranoia y sus “diferenciales de práctica”. Son esos “diferenciales” en la práctica (tanto escritural como lectora, una la consecuencia del estímulo de la primera) lo que voy a extender al reporte (no menos paranoico) de la reseña de una novela que no quiere “(e)spoilear”. Irónicamente, “anticipatoria” es el primer adjetivo que utiliza Sedgwick para calificar a la paranoia. Señalaba Sedgwick: “el primer imperativo de la paranoia es ‘No tiene que haber malas sorpresas’, y de hecho, la aversión a la sorpresa parece ser lo que cimenta la intimidad entre la paranoia y el conocimiento per se, e incluye tanto a la epistemophilia como al escepticismo”. Lo que se quiere eliminar es la sorpresa pero sabemos que la lectura, como anotaba a su vez D. A. Miller en La novela y la policía, es precisamente una exposición a ese miedo, al incentivo de saberse frente a ese peligro de la sorpresa inherente a la lectura. En el caso de Malicia hay una repliegue de esa lectura paranoica, espejada en la forma en que el texto compele a asumir la posición del lector como revelador de una intriga (¿qué está pasando?, ¿quién lo hizo?, ¿con qué objeto?) pero reflejada a su vez en la posición de algunos personajes en la novela que mueren también por saber qué está pasando.

También notaba Sedgwick que la paranoia es a la vez reflexiva y mimética. Por una parte, deviene una representación, una idea que se materializa, que se encarna en una narrativa, o en una cierta construcción de lo que está pasando, que como decía antes, siempre busca anticipar “lo que va a pasar”. Pero también:

la paranoia parece requerir ser imitada para ser comprendida y, a la vez, parece comprender solo por imitación. La paranoia propone que Cualquier cosa que (me) puedas llegar a hacer yo puedo hacerla peor, y Cualquier cosa que (me) puedas llegar a hacer, yo puedo hacerla primero – a mí mismx.

 

Imitación y comprensión son causa y respectiva (y esperable) consecuencia en la lectura de esta (¿de toda?) novela. La lectura de la novela de Ávalos Blacha incita a la acumulación de información desconectada, caótica, y por eso atractiva, sugestiva, que invita a ir a por más hasta que ese impulso paranoico del lector hace que se manifieste una forma nítida como resultado de la misma lectura. Porque desde luego que esa economía entre una reiteración que permite reunir los vestigios o destellos de sentido y la innovación, la potencialidad de “poder hacerlo primero” hace de Malicia una novela que se potencia con el disparate, con la de-formación de lo que todavía puede reconocerse pero que ha pasado a una instancia más, cínica, autoconsciente, y no por ello menos eficaz.

Pero Sedgwick, hacia el final de su artículo, encuentra en las mismas condiciones de posibilidad temporales de la paranoia las de una lectura alternativa, una lectura reparativa (su momento Kleiniano en el artículo) que es la que emerge, a su vez, como compensación de la lectura completa de Malicia:

Reconocer en la paranoia una relación distintivamente rígida con la temporalidad, a la vez anticipatoria y retroactiva, reacia sobre todo a la sorpresa, es también entrever los lineamientos de otras posibilidades…leer desde una posición reparativa es ceder la sagaz y ansiosa determinación paranoica de que no tiene que haber ningún horror, aunque resulte aparentemente impensado, que le llega al lector como nuevo; para un lector posicionado reparativamente, puede resultar realista y necesario experimentar la sorpresa. Porque puede haber sorpresas horribles, sin embargo, es que puede haber buenas sorpresas.

 

Malicia es a la vez una ingeniosa invitación, un señuelo para desencadenar un sinfín de conjeturas que llevan a reconocer la forma, los contornos, el marco de lo que se narra, de sus particularidades, de sus rarezas, de todo lo inesperado que conspira contra la paranoia lectora. Si la paranoia es mimética también es reflexiva. Por eso es que también se representa como una homología entre la lectura paranoica, la que quiere “comprender” y aferrarse de los fragmentos de una narración que pide más, y la paranoia representada en lo que quieren “comprender” sus personajes, sometidos a un desborde alucinante que se despide de a poco de la construcción ficcional/novelesca realista por el camino del pánico y la locura en Carlos Paz.

 

(Actualización marzo - abril 2018/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646