diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
a Alejandra Rumitti y Manuel Passaro,
por el mundo de las imágenes y el de su cuidado
Lo salvaje suele aparecer en sintonía con el recorrido que va de los beatnicks al grunge y con el mito del joven que lo deja todo antes de entrar en la vida adulta, como en Into de wild (Peen, 2007), pero en el último libro de Pablo Vigo aparece dado vuelta, no está afuera. No se trata de encarnar ni de ir hacia lo salvaje, sino de ver cómo, con un poquito de oscuridad y humedad, aparece en cualquier pared.
Los ocho relatos del libro exploran situaciones particularísimas, cotidianas, íntimas y urbanas y juntos construyen un paisaje generacional. Vigo los compone desde la iconología de la segunda mitad de los 90, con protagonistas que crecieron en esa atmósfera y ahora tienen alrededor de treinta años. La estética se inscribe en la línea del cómic alternativo de la costa oeste norteamericana, guiones mínimos a lo Adrian Tomine y una propuesta plástica a lo Chris Ware, basada en el minimalismo limpio, con una paleta de colores plenos y un viñetado que constituyen códigos propios para cada relato.
Una de las estrategias de este libro, una de las que configuran su potencia, está en la construcción de la intimidad de personajes -entre patéticos, bizarros, naifes, graciosos, borders- desde un código que nos permite decir “este podría ser yo” o cualquiera. Además, la entrada en la intimidad se da desde un tono confesional que nos coloca en el lugar de quien ha sido elegido para compartir un secreto o, mejor, de quien está omnipresente y es esa entidad con la cual las personas comparten sus secretos cuando no tienen un alguien con quien compartirlos. A partir del código, se despliega esa vida paralela que es la intimidad, esa especie de doble fondo de lo cotidiano en el que cada uno es más perverso y más tierno de lo que parece y muestra.
Como contrapartida también están los recorridos por la ciudad, los encuentros con los vecinos, los compañeros de colegio, la paranoia, la violencia y la mala suerte: lo que uno hace con un amigo de la escuela, lo que la otra hace cuando va de paseo con sus sobrinos, lo que hay que escuchar cuando un portero nos intercepta o la pesadilla en el living de la casa del abuelo y la abulia que no la deja pararse para comprobar que ningún monstruo la está mirando desde los pies de la cama.
Lo salvaje trabaja en la reconstrucción de una especie de falta de sentido generalizada que aísla a los personajes y los expone a una suerte de “estamos solos” conclusivo. Al mismo tiempo, esa sentencia los aglutina y nos empasta, a los personajes y a los lectores. En esas aperturas de la intimidad y en el reconocimiento mutuo en esas caras de no-estar-entendiendo, lo que dice una de las protagonistas al introducir su historia se vuelve coral: “Nunca conocí a alguien como yo, pero sé que existen. Digo, tienen que existir”.
***
Notas al pie de Nacha Vollenweider
En plan autobiográfico, el relato de Notas al pie se arma desde la experiencia de una cordobesa descendiente de suizos que vive en Hamburgo, la propia Nacha, que recientemente se ha casado con Chini, una joven alemana.
A partir de un viaje en tren, explora cercanías y distancias entre Europa y América, entre su presente allá y un pasado familiar cordobés que se intercepta directamente con la historia argentina a partir de un tío desaparecido y, sobre todo, a través de un punto de vista que indaga desde lo político y lo histórico y llega a desentrañar una trama cultural hasta en los enanitos del jardín de sus abuelos.
Desde que se sube al tren y sintoniza una radio en su teléfono, estamos en el terreno resbaladizo del que ve, escucha y siente con un repertorio de aromas, imágenes y sonidos internalizados en un lugar bien lejano y que, sin embargo, no dejan de resonar en ese aquí y ahora que es el viaje que Nacha hace con Chini. Y así, en ese “una cosa lleva a la otra” del recuerdo y la memoria, se define la lógica constructiva de una historia que se suspende a partir de las “notas al pie”. Cada una de ellas se desprende de algún detalle del presente para abrir la linealidad del relato a la exploración y expansión de esas resonancias que interpelan a Nacha y la invitan a aclarar. En este sentido, cada nota al pie es una suerte de gesto de cordialidad con el lector al que se quiere llegar y hacerle entender.
Desde un registro personalísimo y con el tono de quien comparte algo con el lector, Nacha recorre el anecdotario íntimo-familiar-histórico y expone la multiplicidad de una vida y un viaje en tren. Y lo hace con una mezcla de minimalismo y saturación, en el que los espacios se construyen por una serie de rasgos mínimos y, al mismo tiempo, se saturan por un trazo bruto, de tinta negra, que explora relaciones fondo/forma. Como dijimos, el tono del relato es autobiográfico y testimonial y la imaginería apela a un repertorio de caras y espacios reconocibles: el clisé del bigote de Videla, el ojo de Néstor, los anteojos negros de Hebe de Bonafini, el centro de detención a metros de la catedral de Córdoba. Y también apela a la sensibilidad de lo autobiográfico íntimo: dormir juntas, la bombacha de algodón o el miedo a que el casamiento haya implicado una vuelta conservadora de su relación.
En ningún momento abandona su presente político, su posición frente a los inmigrantes en Europa, la reflexión sobre quiénes fueron aquellos antepasados suizos que llegaron al interior de Santa Fe y por qué se fueron de Europa y, en todo eso, quiénes son ellas, Nacha y Chini. En esa trama, también hay un lugar para conciliar, para encontrar una par en la genealogía de los Vollenweider, alguien en quien reconocerse.
Notas al pie permite ser leído como un ensayo autobiográfico, narrativo y visual, sobre la experiencia, la memoria y los chispazos que las culturas se sacan entre sí.
(Actualización noviembre 2017 – febrero 2018/ BazarAmericano)