diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
A de animal, B de barco, C de chorreo. Los cincuenta textos breves que componen Carlinga están organizados de a pares bajo esta clase de títulos. Como en un abecedario infantil, donde la letra es presentada y lleva un ejemplo que la tiene como letra inicial, para ayudar a la memoria. Las referencias, sin embargo, abandonan rápidamente el registro de la infancia y empiezan a oscurecerse, aunque la infancia esté ahí, siempre, en el fondo. El abecedario va modulando con el pasar de las entradas, y así es que si empezamos en Animal-Barco, en la segunda mitad descubrimos la secuencia Procesión-Quiebre-Rajadura-Siniestro-Temblor. Puede hablarse de una misma dirección en la que van estas cinco entradas, y es la dirección de Carlinga todo.
Carlinga parece un nombre. Es, de hecho, el nombre de un libro, pero podría ser también el nombre de algún personaje de historieta argentina o de algún programa cómico televisivo. Hay una definición para “carlinga”, sin embargo, o varias mejor dicho, y todas coinciden en un aspecto: desde la carlinga se conduce la nave. Información inesperadamente técnica dada por una palabra que suena inesperadamente poco seria. Así pueden leerse los primeros títulos. Animal y Barco podrían ser sin ningún problema los dibujitos acompañando sus respectivas letras en el cuaderno de cualquier alumno de primaria. Los textos así titulados están un poco más lejos que eso de lo que uno esperaría para un niño: “Un animal es algo que no puede cagar en ningún lado. Alguien de cuyo excremento debe hacerse cargo otro, juntarlo, invisibilizarlo”.
Si todos los textos empezaran como el de la cita, Carlinga podría calificar como diccionario. Podemos jugar a que lo es, de hecho, y recoger algunas definiciones: “El tamaño de un barco es todo aquello rodeado por el agua y que no es agua. El barco es lo que queda en el espacio” (B de barco); “es una estructura dentro de una estructura dentro de un poema. Es el cuerpo que está en la casa que rodea la voz. Un elefante es un ser opaco al tacto y me encierra” (E de escritura); “Lo más oblongo del cuerpo es la lengua, y va para adentro, bien adentro, como queriendo apropiarse de nosotros” (O de oblongo); “Se abren más los ojos cuando se está muriendo. Y el agua es como los perros: huele el miedo” (S de siniestro). Carlinga es un diccionario, sin embargo, que nunca llega a la definición sino que la intenta una y otra vez, se enrula, rodea el objeto.
“Escribo porque mi primera relación con el lenguaje fue la tartamudez”, o algo parecido, dice Javier Norambuena, uno de los autores, en una breve nota en la página de Club Hem. Carlinga es un discurso tartamudo, o muchos; es voces diccionarias que no llegan a definir, un avión que no despega pero cuya cabina no para de trabajar, de buscar las palabras para decir eso que parece que se escapa. Carlinga se consolida en esa persecución, en ese rodear un significado hasta arrinconarlo, pero que una vez que se atrapa ya es otra cosa. Hay un permanente desplazamiento de lo que se quiere decir, o de lo que se dice, que nunca es lo esperable y nunca termina de ser lo anunciado. Hasta la estructura de las oraciones nos sorprende, porque después de un continuado de oraciones en que todas las funciones sintácticas están ocupadas, en que todos los elementos penden, tensos y un poco apretados, de la estructura admisible de una frase en castellano, un texto se presenta sin puntuación, o con oraciones cortas, “o juremos los aviones oíd el grito los niños la plaza el trolebús trescientos cinco con sus alas brillantes fuego en la plaza arde la plaza…” (P de procesión).
Que en Carlinga no encontremos las definiciones que hay en un diccionario no significa que haya vacilación, ni que el discurso se rinda antes de llegar. Por el contrario, en la persistencia se llega a otras definiciones, a tareas y hasta a predicciones: “Hay que ponerle límites al amor de dios” (Z de zoológico); “Si el río sube baja el precio del arroz. […] Si el precio sube habrá revuelta. […] No se puede navegar en la tormenta. […] Si sacan los muertos del cementerio habrá revuelta” (T de temblor). Casi podríamos decir que termina constituyéndose en una serie de lecciones, de direcciones o un boceto de ruta de vuelo. En definitiva, si aceptamos que que Carlinga sea, al menos en una de sus partes, un abecedario, ¿qué son en un abecedario las palabras, los dibujitos, todo lo que no sea el nombre de la letra, sino un intento desesperado de que los niños aprendan, puedan ver y oír lo concreto en esa medida abstracta? ¿Qué son sino un intento desesperado de que los niños hagan pie en una lógica que no necesitan, e incorporen eso que puede que sí necesiten, la escritura? Carlinga es ese intento de ordenar el mundo, de poner las cosas donde vayan o donde se pueda aunque no se las defina, aunque las reglas preexistentes sean parte de esas cosas que hay que ordenar. Es una guía de supervivencia en el mundo más hostil, en el agua, en el cielo, en el desierto.
(Actualización noviembre 2017 – febrero 2018/ BazarAmericano)