diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Wilcock refleja en los relatos de El estereoscopio de los solitarios un aspecto mitológico de la soledad. Ya sea por elección (como en “La ruta”) por alguna suerte de castigo, por inamovilidad del orden natural o incluso por enfermedad, los personajes se ven encerrados en una dimensión temporal cíclica, de repeticiones, que nos remite a la clave temporal del mito. Prometeo tiene que subir todos los días a la montaña, igual que Lamia tiene que salir todos los días a desfilar por la calle y Telso, como Edipo, arrebatado por la emoción (furia en este caso) mata a sus huéspedes que bien pueden ser su familia, su Layo y su Yocasta.
La inclusión de elementos mitológicos clásicos en los cuentos es un detalle, porque lo mitológico en este libro no se centra en los personajes sino en la temática. Baruch (personaje de “Las Valquirias”) puede recibir a otros seres que no sean las hijas de Odín en el valle en el que está su casa y Oligor (“El Centauro”) puede no ser mitad hombre mitad caballo para que los relatos tengan un aire mitológico. En otros relatos del libro vemos esto perfectamente, esa “sensación de mito” creada arriba del 95, con porteras y señoras de la limpieza o la entrada de un galpón.
La soledad que plantea Wilcock no es necesariamente el ascetismo sino que también puede ser la alienación, la ruptura con una sociedad en la que se está inmerso. “Liberación” es un ejemplo de esto. Serten quiere superar sus inhibiciones para insertarse en la sociedad pero es justamente la pérdida de esos límites lo que termina por alejarlo definitivamente. Porque la soledad es algo exclusivamente individual. En “La Cantera” vemos cómo se puede transformar la soledad en algo colectivo, en “Érmeta” la protagonista está también sola por más que esté constantemente acompañada por sus hijos.
Además de su impronta mitológica, El estereoscopio de los solitarios, tiene rasgos de catálogo que nos hacen acordar a los bestiarios medievales. En resumen, el bestiario es un género alegórico medieval que consiste en la descripción de un animal y sus características (dentro del imaginario católico-cristiano) a imitar o a evitar, como la sabiduría del elefante o la vanidad del tigre.
No en vano Chitarroni dice que este libro es, entre otras cosas, “un alarde de los aprendizajes de Borges”, ya que este último publicó junto a Margarita Guerrero el Manual de zoología fantástica (posteriormente retitulado como El libro de los seres imaginarios), aunque en este caso la referencia al bestiario es más notoria y directa que la que se establece en el libro de Wilcock.
Más allá de la definición que da el propio autor (“una novela con setenta personajes principales que no se encuentran jamás”), El estereoscopio de los solitarios se muestra como un catálogo de soledades antiguas y modernas, que son cíclicas porque responden a la concepción del tiempo que tiene el mito.
Lo que Wilcock nos quiere decir con esto y mostrándonos este catálogo de bestias y humanos de toda índole desde una cerda pariendo camada tras camada de hijos hasta una suerte de hombre caniche, pasando por centauros, humanos quirúrgicamente alterados o fotófobos y gallinas gigantes que triunfan en el mundo editorial, es que la soledad no hace distinciones y es inevitable. Y ese es el aspecto mitológico al que me refería al principio de esta reseña: la elijamos o no, la soledad, como la plantea Wilcock, es una fuerza primigenia de la que no se puede escapar.
(Actualización noviembre 2017 – febrero 2018/ BazarAmericano)