diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
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Diseño

Matías Moscardi

Después de la teorgía
Metafísica de la felicidad, de Alain Badiou, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2017.

 

¿Cómo estás?

Bien, ¿vos?

Bien, todo bien ¿vos?

Y así. El intercambio de estos enunciados sucede de manera diaria, constante. Hay un guión para eso: un imperativo, podríamos decir, de bienestar. Claro que el mandato rige solo en la mansa superficie del ánimo de un individuo hipotético aunque en lo profundo se agiten las aguas turbulentas. Ningún realismo posible ante la pregunta por el bienestar: el interdicto de la convención más banal se impone como respuesta. El interlocutor que no se adapte a ese ping-pong frívolo bien puede pasar por psicótico: interpreta que la pregunta –alegórica– es literal. En otras palabras, poco importa cómo estamos realmente: lo importante es decir que estamos bien, lo cual equivale a inscribirse en lo que podríamos llamar una felicidad simbólica, producto de una inercia conversacional.

De todos los filósofos franceses contemporáneos, debo confesar que Alain Badiou nunca me terminó de caer del todo bien: quizás por su estilo taxativo, su fraseo determinante, aforístico, definitivo. Es inevitable –al menos en mi caso– esa dimensión inmotivada o inmediata de la afectividad en el vínculo teórico de la lectura. Quizás esta antipatía tiene que ver, también, con cierto clasicismo epistemológico: Badiou es un filósofo que escribe sobre filosofía y permite pensar lo filosófico. Otros teóricos, en cambio, perfilan miradas y abordajes un tanto más abiertos, mixturadas por un heterogéneo disciplinar, habitadas por enunciados que se ramifican como los tentáculos de un pulpo hacia otros temas y objetos más allá del discurso filosófico. Es una impresión, un prejuicio personal.

Ahora bien, Metafísica de la felicidad real me pareció un libro indispensable, vital, renovador. Un libro punk que pone los puntos sobre las íes para un estado de cosas de la teoría. Recién cometí un error de tipeo: escribí «teorgía» en lugar de «teoría».  Algo viene dando vueltas en mi cabeza hace tiempo: vivimos en una época que bien podríamos caracterizar, como lo hace Baudrillard en La transparencia del mal, como un estado posterior a la orgía: una sensación de vacío teórico sublimada, una y otra vez, en refritos y remakes de lo mismo. Los títulos proliferan y vamos como zombies a las librerías a comprarlos: lo último de Rancière, lo último de Didi-Huberman, lo último de Boris Groys, lo último de Agamben, y así sucesivamente. Yo mismo lo hago. Lo confieso abiertamente como si se tratara del comienzo de una novela de Dostoievski: «Soy un enfermo… un hombre malo».

Imagino un proyecto de investigación sobre «bibliografías teóricas» y «editoriales». Si revisamos Mil mesetas, por ejemplo, conviven, en el índice bibliográfico, Castaneda y la matemática, Darwin y Beckett, McLuhan y Einstein. Digo: eso sería imposible hoy en día, en la Argentina. Las inflexiones teóricas, en cambio, parecen responder a un ritmo editorial que se acopla a un ritmo institucional que, a su vez, responde al ritmo vertiginoso del mundo en general, que demanda especificidad y actualización de manera constante. De esto habla, precisamente, Metafísica de la felicidad real, de Alain Badiou. ¿De qué, entonces? De una filosofía demasiado adaptada a los ritmos del mundo, una filosofía demasiado rápida, fragmentaria, sin tiempo propio. Badiou –que como decía es, formalmente, un clasicista– sostiene que la filosofía tiene que inventarse su propio tiempo: en eso consiste la revolución. Para Badiou, vivimos en un mundo incoherente –en el sentido que los lingüistas le dan a este término–, un mundo atravesado por la relatividad y los imperativos comunicacionales. Por eso, insiste –como lo hace magistralmente en Manifiesto por la filosofía y, sobre todo, en algunos ensayos breves de Condiciones– en traer de regreso a la vida la idea de Verdad, entendida como un punto de detención, un pinzamiento, es decir, como un acontecimiento que, literalmente, pone un freno de mano a la fuga constante de las palabras y las cosas, para decir que algo está bien o que algo está mal.

En este sentido, muchas veces, Badiou puede sonar como un viejo conservador, expulsivo y antipático. Pero lo cierto es que, en este librito de un poco más de cien páginas, parece venir, y con razón, a cantarnos la posta. La filosofía está enferma porque el mundo reprimió su deseo. Hay filosofía, por supuesto. Lo que no parece haber, o brilla por su ausencia, es un deseo filosófico. Y el deseo, se sabe, es la clave de la felicidad. Claro que el deseo es, por definición, riesgoso, mortal y vital en dosis equivalentes. Lo que dice Badiou es: nadie arriesga nada, ni siquiera los filósofos, porque detrás de toda empresa filosófica hay un anhelo de seguridad institucional –en materia de labor filosófica se traduce en términos academicistas– que el mundo occidental promueve como valor paradigmático.

Qué difícil es perder, verse derrotado. En francés, Badiou escribe «dé-route»: «fracaso», «desorden», pero también «camino», «ruta». En este sentido, Metafísica de la felicidad real es –decía– como un manifiesto punk de bolsillo: un libro exhortativo, de arenga, de apelación; un libro, a su modo, transparente, claro, de planteos directos. Por otra parte, en tiempos en donde la alegría y el cambio se articulan en nuestra cultura como los significantes políticos en proceso de un vaciamiento sistemático, el libro de Badiou viene a hablarnos de esas mismas palabras, para complejizar, dialectizar y reformular sus sentidos posibles.

¿Dónde está la felicidad real? Ahí: en la mezcla entre la búsqueda de un tiempo propio, de un deseo, de un riesgo y de un fracaso. La felicidad real tiene que ser, para la filosofía, una especie de movimiento pulsional a contrarreloj del mundo: una fuerza de interrogación huracanada y una fundación de estilo obrado en el lenguaje, pero que parte, primero, de las cosas, antes que de las palabras. Para eso, el retorno de la Verdad: como clivaje inicial, como primera tracción de impulso para la pelotita del pinball, e incluso como zona de custodia; porque si la verdad se llena, se colma, se absolutiza o radicaliza, entonces adviene la satisfacción, la domesticación y, en el peor de los casos, el terror.       

 

 

(Actualización septiembre - octubre 2017/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646