diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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¿De qué materia se compone la inocencia? O mejor, ¿cuándo termina? ¿Cuál es el límite entre la fascinación y el desengaño por los hechos más triviales que componen la vida de una niña, de una adolescente, de una mujer? Suponiendo que exista alguna respuesta, la novela de Yuszczuk se enrienda en sus posibilidades para demostrar que la vida es eso que pasa mientras se acumulan restos familiares, ropa, música y relaciones. La inocencia puede pensarse como una narración enhebrada en el límite entre los materiales del anecdotario personal y el diario íntimo reconstruido en retrospectiva. Porque, de hecho, en varias oportunidades asistimos a una suerte de desvelamiento: la voz que narra se define escritora, fantasea con la escritura y hasta se harta de escribir. En definitiva, el fantasma artificial que construye la voz narrativa no está muy lejos.
Ese verosímil funciona como el cristal deformante de una experiencia común –crecer, mutar, envejecer…– y la visión desrealizada de una narración que se presenta, ante todo, como el relato de una mujer proyectada, en cierto sentido, como un tipo, ya no social, sino estrictamente trabajado desde una identidad, una sexualidad y una sensibilidad específica. Esta novela no sólo es una historia en clave de género, es una narrativa radicalmente hundida en una perspectiva femenina del mundo, pero no como lugar de privilegio o extrañeza, sino como construcción pulida que busca conseguir el efecto de una cierta naturalidad: narrar no resulta una actividad tan diferente a la conversación.
En ese sentido, la literatura de Yuszczuk actúa como una suerte de costumbrismo contemporáneo anclado en los rasgos superficiales de una vida corriente, para encontrar ahí su índice de mutación, es decir, de transformación, incluso su límite o perversión. Ahí aparecen, desde la infancia, los veranos transcurridos en colonias de vacaciones, la práctica de la religión, luego la vida escolar o la rebelión hacia el mandato paterno. Pero, sobre todo, esa mutación se enfoca en una constante,el cuerpo; y, en especial en el descubrimiento para nada idealizado de la vida sexual, del amor, el desengaño y, finalmente la vida de los hijos (que aparecen como un resultado inexorable del tránsito hacia la vida adulta). Esta linealidad expuesta a través de breves capítulos se impone en una suerte de analogía: la vida, como la linealidad de la escritura parecen un irremediable viaje hacia un final abrupto, incierto pero inexorable.
Entre los componentes que alimentan el anecdotario narrativo de Yuszczuk se encuentra la vida dedicada a la religión, que la protagonista y narradora detalla como parte de la vida familiar. Alejarse de la inocencia, entonces, no implica solamente una maduración biológica –como por ejemplo, recordar con lujo de detalles la primera menstruación– sino romper con una cadena de sentido; exponer la ritualidad de un modo de leer, vivir, comprender y ser en el mundo a través de Dios. Para la ficción de Yuszczuk, ante la caída de Dios sin mayores sobresaltos, garante de sentido durante la infancia, se impone la sexualidad y la literatura: dos modos de gozar con la imaginación y el cuerpo.
No extraña, entonces, que la narradora estudie Letras, viaje de Bahía Blanca a Buenos Aires, que reniegue de la academia para permitirse una escritura más inocente, y simultáneamente experimentar aventuras sexuales como condimento. Porque el texto trabaja con el carácter ilusoriamente biográfico, derivado de un relato que se sostiene en una vida narrada en primera persona, construido en una retrospectiva. Como si existiera una búsqueda por otorgar sentido al presente, y para ello fuera necesario recurrir a los fragmentos de la vida infantil y en especial a la exploración de la sexualidad. Por eso, abundan las relaciones de amistad (entre chicas), las descripciones de métodos masturbatorios, las posiciones sexuales aprendidas con el tránsito de las parejas, los modos de besar, la posibilidad del orgasmo en soledad o compañía, la conciencia del propio cuerpo y finalmente los tests de embarazo.Porque, de hecho, esta novela calibra y expande algunos de los datos sensibles que emergen como constantes en la escritura de Yuszczuk –vale recordar Madre soltera (2013).
Al narrar un cúmulo de experiencias que van desde la familia a la religión, desde el amor a la ruptura, desde la amistad al odio, es decir un detallado recorrido pensado como fisura por eso que indica el título. La pérdida de la inocencia siempre fue un tema literario. Desde la Biblia –referencia que abunda en la novela de Yuszczuk– hasta la poesía mística o el trance visionario de Blake. Lo vital, en este caso, parece ser escribir cómo esa pérdida no implica necesariamente un desengaño ni una fatalidad, sino un recorrido a través de eventos fortuitos y superficiales.
(Actualización septiembre – octubre 2017/ BazarAmericano)