diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
1
Como un golpe de rayo empieza decididamente mal. En el prólogo, Reynolds afirma: “No puede ser coincidencia que los principios del glam cobren preeminencia en la cultura pop durante aquellos periodos en que la política se desplaza hacia la derecha”. Las correspondencias de este estilo son siempre problemáticas, y más si cubren periodos de cinco o diez años. Los cambios en la música pop no siguen necesariamente el ritmo de los cambios políticos, que tampoco explican por sí mismos los hábitos culturales. Dicho pronto pero no mal: no existe ninguna relación firme entre los New York Dolls y Nixon, entre Prince y Reagan, entre Bowie y Heath, entre Duran Duran y Thatcher. Que Bryan Ferry (el tipo que hizo con Roxy Music algunos de los más grandes discos de la historia, cosa que Reynolds reconoce pero parece no alcanzarle) haya aspirado siempre a la nobleza no significa que el destino del glam fuera la tapa de las revistas de la alta sociedad y los colegios de la elite británica. Lo demuestran Wayne County, Divine y otros personajes que también pasan por las hojas de Como un golpe de rayo pero a los que Reynolds no escucha con la misma atención, tal vez porque su influencia es menor (cosa cierta) o porque en lugar de llevar hacia Lady Gaga llevan hacia el trash y el under podrido, donde es difícil que sus argumentos se sostengan. ¿Esmeralda Mitre es glam? Ricky Espinosa también.
Lo que empuja a Reynolds a establecer un vínculo directo entre glam y derecha política es su desconfianza por el espectáculo. Inútil recordarle que el cine musical brilló durante el New Deal y durante Eisenhower o que en Argentina el pop glamoroso de los ochenta coincide con la apertura democrática y el de los noventa, que lo continúa, con el menemismo. De una u otra manera habría algo cuestionable en la seducción de unas formas que no apuntan a la conciencia sino al goce de los sentidos[i]. Espectáculo es Sistema. El argumento político de Reynolds (su impresión) tiene dos apoyos. Primero, la certeza de que las estrellas del glam son fuente y fundamento de un presente que rinde culto a la apariencia y prefiere la recreación a la originalidad. Después, la oposición entre el glam del primer lustro de los años setenta y el ideario contracultural de la década anterior. Reynolds da muchas vueltas pero cada vez que quiere reflexionar sobre los temas que trata regresa a lo mismo. En los sesenta había comunidad, en el glam hay individualismo. En los sesenta había compromiso, en el glam hay fantasías escapistas. En los sesenta había psicodelia, Lennon y modernidad, en el glam hay camp, Warhol y posmodernismo. En los sesenta había barba, en el glam hay maquillaje. El planteo es esquemático y más bien poco interesante pero lo que dice no es falso. El problema es que en Reynolds el juicio moral y el juicio político (que se solapan a veces) obstruyen el juicio estético, de modo que cada triunfo del glam tiene asociado un pero, por la sencilla razón de que el glam no tiene la legitimidad suficiente como para alumbrar y merecer un triunfo.
2
Reynolds es un excelente periodista; la mayor parte del libro (setecientas páginas de letra chica) está ocupada por largos textos llenos de información valiosa. El tema es que también es un ensayista flojo. Cuando acepta que lo suyo es la crónica funciona bien, compila datos, opina criteriosamente. Cuando cree necesario darle a los datos algo más que orden (o sea, cuando tiene que pensar) puede más bien poco. Un ejemplo. El análisis de Roxy Music es excelente. La información encastra, la prosa es ajustadísima. Cuando termina la lectura de los discos y canciones entendemos mejor a la banda de Ferry. Es suficiente. ¡Es mucho! Pero Reynolds quiere más, y eso que quiere deja en evidencia su cortedad de miras, su falta de coraje y su sumisión absoluta a las ideas más básicas del liberalismo progresista en el que tan cómodo se siente, y de donde viene su tono paternal y su grado cero de humor. Puede que Ferry sea un tipo talentoso, incluso genial. Pero Roxy Music es culpable de posmodernismo. La reiteración del concepto, que tan poca fuerza descriptiva tiene, y que tan bien funciona como latigazo, es una de las cantilenas del libro; antes de que en los ochenta adquiriera cierto estatuto teórico, el rock ya habría pasado por todas sus faces, del reviente de citas al callejón sin salida, por lo que el glam, más allá de su contribución a la expresión de las minorías y a la confusión de géneros, y más allá sobre todo del valor estético de sus discos, que Reynolds no se permite reconocer nunca si poner algún reparo, no sería más que una astucia del sistema, un tiempo antimoderno entre dos tiempos modernos, la psicodelia y el postpunk, dueños de una legitimidad sin objeciones.
Repaso sin malicia otros problemas que encuentro en el libro. 1) En un momento Reynolds reta a Ferry por haber hecho declaraciones poco responsables acerca del sentido estético del nazismo en un diario alemán. Es como echarle en cara a Herzog las palabras de reconocimiento que le dedica a la NASA en The Wild Blue Yonder. 2) Otra vez acusa a Warhol de misógino. Enseguida, le echa encima un resumen Lerú de feminismo y pensamiento queer. 3) Usa grotesco como mala palabra a propósito de Wayne County, la travesti que cantaba canciones como “It Takes a Man Like Me to Fuck a Woman Like Me”, y recurre a la idea de subtexto serio para redimir escándalos, como si todo debiera ser respetable, como si no estuviéramos hablando de rock. 4) Considera que la frase “Kick out your mother”, que Bowie canta en “Cygnet Committee”, roza el fascismo. Vaya uno a saber qué pensará del Morrison de “The End”, que a la madre se la quiere voltear. 5) Es insoportable (de verdad) cómo quiere hacerles confesar a las canciones de Queen que hablan de la homosexualidad de Freddy. O cómo después de citar una injuria brillante de Bowie contra Los Ángeles (“La peor verruga en la espalda de la humanidad”) dedica dos párrafos a explicar que en la ciudad hay mucha gente que vive vidas seguras, y que quien quiere sentirse bien puede hacerlo si pone algo de voluntad, y que tal vez Bowie, inconscientemente, se instaló ahí para pasarla mal, y dale que dale, y no solamente, porque por si no alcanzara tanta banalidad psicologista y el desconocimiiento de que una injuria (¡y más si se dirige a una ciudad, no a una persona!) no es verdadera o falsa sino brillante o no, después vienen páginas y páginas dignas de revista docente, con ideas como “el que se dedica al ocultismo busca ser especial”, increíbles en un libro de rock. 6) A veces el montaje de declaraciones adopta el estilo de nuestro botoneo televisivo cotidiano. Bowie dijo esto, antes había dicho esto otro y después dirá tal cosa. Si se obliga a los discos a comparecer ante las palabras que sus autores le dijeron a la prensa entonces su poder se reduce a nada. Ferry declara una estupidez acerca de las mujeres. Reynolds afirma que las tapas de los discos de Roxy son antifeministas.
3
Para Reynolds la Historia es una línea recta, y sus protagonistas piezas que la empujan hacia atrás o hacia adelante. Los libros editados en los últimos años por Caja Negra lo demuestran. Retromanía trata sobre la reacción. Postpunk sobre la vanguardia. Como un golpe de rayo sobre una y otra. Dice en el prólogo: “Una de las cosas que más me fascinan del glam como momento histórico –motivo, además, por el cual creo que resuena con fuerza en el presente– es el modo en que entrelaza aspectos radicales y reaccionarios”. En el capítulo dedicado a Marc Bolan –que sienta las bases de casi todo lo que viene luego– esta ambivalencia encuentra su más clara expresión, y en momentos roza lo absurdo.
Una cosa es ser dialéctico, otra hacer zigzag. Y una tercera hacer trampa. Reynolds recupera un viejo número de Melody Maker y pone a dialogar a un crítico de jazz con una fan a propósito de un recital de T. Rex. El primero dice que fue un mal show. La otra (Noelle) que fue hermoso, y habla de la ropa, de los movimientos, de la transpiración de Bolan y de como en un momento ella y cuatro amigas le tiraron a su ídolo una bombacha con un mensaje de amor[ii]. Como cualquiera sabe, si se pone frente a frente a un erudito y a un fan es para tomar partido por el fan. Pero Reynolds no. Reynolds prefiere la Ley. Lo que le concede a Bolan es poco comparado con lo que le objeta. Bolan ofrece una versión opuesta al machote hard, tiene una buena mano derecha. Muy bien. Pero su música es irremediablemente pobre. El momento más bajo del libro viene enseguida. Es ese en el que Reynolds dice que el fanatismo gritón que despertó Bolan no es comparable con la beatlemanía porque los Beatles eran tan buenos que incluso críticos de música clásica reconocieron su talento y ninguno dijo nada parecido sobre Bolan. Parece mentira. ¿Desde cuándo los críticos de música clásica son la autoridad donde mueren los gritos de las fans? Reynolds parece un rockero con culpa. Como esos tipos que se babean con 2001 porque piensan que 2001 redime el cine de ciencia ficción berreta, que pone ideas ahí donde no había más que tonterías y que contribuye a la madurez del cine o algún otro valor igual de falso y pernicioso. En las páginas dedicadas a Marc Bolan Reynolds se revela como lo peor que un crítico de rock puede ser: un chupamedias de las músicas con autoridad[iii].
4
Cuando Reynolds les da descanso a su tilinguería y a su deseo de convertirse en el Pino Solanas del rock puede ser brillante. Por ejemplo, con ciertas imágenes. Alice Cooper travestido parece “la hermana fea de Bowie”. Pinups suena como “el producto de un Elton John existencialista”. “Falling in Love with Myself Again” de Sparks parece “un vals tocado por Black Sabbath”. Los adjetivos son con frecuencia igual de agudos. La línea de bajo de “Mother of Pearl” de Roxy Music es “sinuosa, saltarina y casi insubordinada”. “Fame” es funk “punzante y encarnizado”. Los New York Dolls son dueños de un “glamour deteriorado”. Ferry canta con “un vibrato extremo y viperino”.
El libro tiene además una buena cantidad de frases recargadas, como nacidas en un rincón del mundo en el que las canciones hacen crecer flores de Barthes y escenas tal vez apócrifas de David Lynch. Copio algunos ejemplos, mejores que mi pobre imitación. 1) “Las canciones de Tyrannosaurus Rex parecen improvisaciones espontáneas captadas por el micrófono escondido debajo de un hongo venenoso en un claro del bosque”. 2) El temazo de Roxy Music “To HB” es “una oscura balada homenaje a los grandes ídolos de la pantalla grande que se diluye en una secuencia de saxo evanescente creada por la superposición de pistas grabadas fuera de sincro, lo que le da un efecto a mitad de camino entre la desorientación y la epifanía, como el que produciría el amanecer en un planeta que tuviera tres soles“. 3) Para dar cuenta de “Biology 2”, de Sparks, Reynolds dice: “Cortinas de voz aceleradas y procesadas en estudio fluyen de manera lánguida, como si se tratase de fluorescentes masas de plastilina sobre un ritmo tambaleante y deconstruido que avanza erráticamente como un bicho de siete patas”. 4) El sonido de Adam and the Ants “mezcla tambores africanos de Burundí con guitarras de espadachines y melodías de guerra apaches”. 5) Esta es mi preferida (¡escuchen la canción y verán!). “Leave It Open”, de Kate Bush, “está llena de gorjeos que parecen proferidos por pájaros que han respirado helio”. 6) “For Your Pleassure”, la canción que da titulo al segundo disco de Roxy Music “se construye sobre el pulso quebrado de batería de Thompson, que parece deambular entre los bordes dentados de un cráter”. 7) Etcétera. 8) Momento fallido: “Solid Gold Easy Action”, de T. Rex, tiene “un estribillo tan empalagoso que es como si alguien estuviese intentando introducirnos una torta Selva Negra por los oídos”.
5
Es hora de cumplir con una formalidad de las reseñas y describir sintéticamente el contenido de Como un golpe de rayo. El concepto de glam que organiza el libro es muy amplio. Incluye a las figuras centrales del periodo (T. Rex, Bowie, Roxy Music, Slade, Alice Cooper, New York Dolls) pero también a Kraftwerk, a Sparks, a Queen y a las Runaways (curiosamente, Kiss no merece atención). Reynolds lo dice así: “En vez de enredarme en definiciones, he preferido interpretar aquí la palabra glam en un sentido amplio y generoso, y dejar que la música, las historias y las personalidades me lleven donde deseen ir”. Dicho en nombres propios, el libro va de T. Rex al Bowie de la trilogía de Berlín. Pero en lugar de detenerse ahí, suma un capítulo (inteligentemente llamado “Réplicas”, para dar cuenta al mismo tiempo de la idea de reproducción y de los movimientos que siguen a un terremoto) que persigue la influencia del glam hasta el presente. Esto le permite a Reynolds hablar de Prince, Japan, Siouxie, Bauhaus, Grace Jones, Kate Bush, Nirvana, Marilyn Manson, Britney, Lady Gaga, Beyoncé, Ke$ha y muchas estrellas más. Dicho en acontecimientos, este último capítulo (fundamental para entender el punto de vista antiglam de Reynolds) va de la audición de John Lydon para entrar en los Sex Pistols a la muerte de David Bowie.
6
El final presenta los mismos problemas que el comienzo. La lectura que hace Reynolds de Bowie como una expresión del capitalismo tardío es tan absurda como la de quienes quisieron ver en Michael Jackson apenas un síntoma del reaganismo y la Pepsi Cola. “En cierto sentido, el culto a Bowie ofrece una versión estética de los principios de la finanzas modernas: la movilidad del capital, que a velocidad meteórica puede desviarse e invertirse en otra cosa, y la innovación disruptiva”. El razonamiento de Reynolds puede sonar fuerte y osado a quienes, culposos, le piden al vocabulario político que virilice los discursos sobre el arte. Pero es pura inconsistencia. Reynolds ve dos cosas que se comportan de manera similar al mismo tiempo (Bowie cambia, el capital cambia) y determina que entre ellas hay un vínculo de representación. Tal vez piense que los chupines dicen algo sobre las políticas de ajuste. O que el culto argentino de los Ramones ofrece una versión estética de la economía socialista, ya que su conmovedora y radical insistencia en permanecer en lo mismo es la perfecta inversión de la mutación alucinada de Bowie. Es una pena que un libro como Como un golpe de rayo, tan lleno de interés, caiga en de este tipo de simplezas, imposibles de no notar. Para Reynolds, Bowie no es un heredero de Oscar Wilde. Es un hábil empresario. Y “Changes” no es un manifiesto por la transformación estética que Dylan y los Beatles (dos de los héroes de Bowie) podrían haber inspirado. Es marketing y propaganda. Si se descubriera que alguna cuenta off shore en Panamá se llama Ziggy, Reynolds escribiría su sortilegio: “No puede ser casual”.
En fin. Este parece un buen momento para ponerle un marco al hype de Reynolds en Argentina. Como un golpe de rayo lo muestra bien: no estamos ante un Lester Bangs ni ante un Greil Marcus, con quienes dan ganas de curtir o de agarrase a trompadas. Estamos ante un tipo que hace buenos libros de consulta. No es poco, y es maravilloso que circulen en castellano con traducciones estupendas como esta de Hugo Salas (a propósito: ¿por qué refrigerador y no heladera?). Pero la crítica de rock, como el rock mismo, necesita una sangre que no corre en estas venas. Los libros de Reynolds nos ayudaron a levantar la vara, por eso son indispensables y es fundamental leerlos y discutirlos. No debería ser injusto reconocer que tal vez ya no estén a la altura que nos ayudaron a imaginar posible. Aspiramos a lo máximo. Aspiramos a libros que honren y merezcan la bombacha de Noelle.
(Actualización septiembre – octubre 2017/ BazarAmericano)
[i] Si hacemos caso a las dedicatorias (“A mi difunto padre, Sidney, quien me dio un toque de locura” / “A mi madre, Jenny, por criarme cuerdo”) Como un golpe de rayo es un libro más para mamá que para papá. Reynolds cuenta que conoció el glam siendo chico y lo redescubrió, junto con otros críticos, en los años ochenta. “Aquel tiempo pasado y perdido se nos antojaba, por aquel entonces, el reverso exacto de todo aquello en lo que el pop se había convertido tras el postpunk durante los ochenta: una expresión adulta, responsable, atenta y llena de sensibilidad social”. Se ve que en algún momento Reynolds cambió de idea porque esos cuatro atributos lo describen perfectamente. Como un golpe de rayo es un libro sobre el glam escrito por alguien que no cree en el glam. O que creyó una vez, pero ya no.
[ii] Reynolds define el cuerpo (o cita una definición cuyo autor ignoro) como una “máquina de carne que alberga la conciencia”. Es una declaración antiglam que explica en buena medida las idas y vueltas de su libro, sus derivas psicológicas y la desconfianza persistente por todo lo que aparece en sus páginas, incluso si le parece digno de admiración. Reynolds describe así algunas canciones de Gary Glitter a las que considera irresistibles (lo que parece no ser tan bueno): “La trituradora cavernícola del pulso lograba atravesar el discernimiento y la sensibilidad crítica, impactando en el cuerpo de manera directa, pero el costado camp de la teatralidad y el vestuario solo podía ser percibido sin ironía por los ojos de los niños más pequeños”. Desde un punto de vista contrario, dionisíaco, Lester Bangs describe de esta manera el trance de un pibe en un concierto de Slade (la cita la recoge más adelante el propio Reynolds): “con casi la mitad del cuerpo colgado de la baranda en vuelo libre, sudado, presa de un temblor extático, sacudiendo los brazos en salvajes arcos erráticos, los ojos cerrados, boquiabierto, bajo la bendición de una bella, total y completa inconsciencia”. Es claro que Bangs no hubiera dejado pasar la chance de pensar en ese tesoro que es la bombacha de Noelle. Reynolds no puede verla. Sale de un cuerpo deseante, imposible de pensar como un mero recipiente.
Una cosa más. En una entrevista reciente a propósito de Éste es el mar, su última novela (una novela de rock), Mariana Enríquez dice algo muy Lester Bangs: “Creo que la profesionalización masculina de los críticos de rock dejó afuera una parte muy constitutiva del rock, que es todo lo que no tiene que ver con las canciones y los solos y la buena voz. Me pasó infinidades de veces, sobre todo cuando era más chica, de ponerme totalmente histérica porque iba a venir a tocar The Cult y que algún colega crítico de rock me dijera "Ok, es un cantante genial, pero no te pongas histérica como una minita". Y la verdad es que el cantante de The Cult subía al escenario tratando de seducirme a mí y no a él. Los Beatles dejaron de tocar porque las chicas gritaban. Eso es central en la mitología de los Beatles. Tenían unas ménades desaforadas que podían destrozarlos como a Orfeo. Hay cierta narrativa sobre el rock a la que se le eliminó todo eso y me parece que es una pena, porque el rock es mucho más divertido con eso”. Enríquez habla de Reynolds, no importa si lo sabe o no.
[iii] Imaginemos que Sancho hubiera gobernado mal la ínsula y Cervantes hubiera hecho que los nobles confirmaran así la incompetencia del pueblo. Bueno, eso hace Reynolds. Un crítico de rock. Es decir, un Sancho.