diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Haciendo un rápido contrapunto entre 18 éxitos para el verano, anterior libro de Mauro Lo Coco y el reciente Donde caucho se quema, podemos ver ciertas recurrencias y ciertos desvíos. En el primer caso el autor trabaja a partir de la estructura de la lírica, del formato de la canción, valiéndose de los giros del lenguaje coloquial, de las jergas y de las construcciones discursivas que, a modo de paquetes estereotipados, constituyen la moneda de cambio en las interacciones cotidianas. En este nuevo libro, en cambio, si bien la materia prima verbal sigue siendo ese mismo limo discursivo, es otro el formato y es otra la estructura textual; aquí el poema se vale del andamiaje de la épica, del recorrido extenso de un yo que narra, mediante versos entrecortados y breves, de arte menor, la epopeya de unos sobrevivientes a un bizarro apocalipsis posnuclear, fantasía que la ciencia ficción viene soñando hace décadas, pero que aquí aparece en clave degradada, como si en esos días posteriores al colapso uno pudiera encontrarse entre las ruinas del asfalto con un sonriente Emilio Disi, intentando canjear algún billete artesanal.
El poema se abre con una cita de Pappo: “y hay profetas visionarios / para los que seremos más”. Este epígrafe desde ya que no es ingenuo, está puesto allí, en la entrada al templo, para marcar estilísticamente lo que viene y para ahuyentar, al modo de gárgola gótica, al lector desprevenido. Lo que sigue será una especie de pesadilla metalera, el sueño destructor de un melómano vestido de cuero y tachas, medio mamero quizá y amante de los sánguches de miga. Ese yo o ese nosotros de la voz épica va a cantar sus ensoñaciones a través de versos breves, sin puntuación, diseñados para maximizar los efectos rítmicos del decir, quebrantando la sintaxis o construyéndose una gramática oracional propia, más atenta a los golpes de la métrica y los acentos que a la normativa de la frase.
Esa lengua estallada que sobrevivió al colapso es la que hablan entre dientes los pocos personajes que aparecen aquí: el yo anónimo que cuenta y vertebra el relato tiene sus secuaces ilustres (el canciller, el profeta, el gordo nafta) y un anhelo o un requiebro (la dama azul). De estos, quizá sea el gordo nafta el que tenga compradas todas las fichas del preciosismo escatológico. Doy un ejemplo:
así la fibra seca se deshace y cae
en el tambor del tiempo
hasta que el corrosivo jugo del adentro
reduce el caso:
clarea el prefacio amarillo que le
visita el hoyo
entre las cachas
viene asomando un soruyo
tímido
pero resuelto
y sucede
como si cagara nafta
de ahí su apodo.
Antiépica, en el sentido que no proyecta un modelo heroico apto para imitar, la textura verbal que lleva adelante las acciones cantadas del epos llega hasta nosotros mediada por imágenes hinchadas que rodean al referente sin nombrarlo y que se solazan en el propio, refulgente brillo que sacan del acto enunciativo. Podría tratarse de la voz de un médium, de una sacerdotisa de oráculo que pesca sus fragmentos métricos en un charco de agua oxidada y Valium. En todo caso, sus aseveraciones no nos hablan acerca del futuro, no aconsejan o incitan a mantener los ojos abiertos y los miembros alertas, sino que festiva e irónica esta voz se regodea en los efectos cómicos que la destrucción permite entrever a toda alma atenta a lo que se deteriora.
La acción, entonces, ocurre dentro de un paisaje onírico, inscripta en el imaginario paródico de la ciencia ficción, según la tararean las letras de Riff. Hombre-collage al fin, a Lo Coco le gusta intervenir fragmentos ajenos del habla y transmutar la lengua rea y el sociolecto en un ponche verbal hecho de ritmos. Y, como buen humorista, construye un doble mensaje: al punto que nos distrae con una salida festiva o una ocurrencia idiomática, en seguida nos cachetea con oscuras referencias a la realidad política y social:
el espacio al cabo es esto:
unas cuantas convenciones
la ruta y los alrededores del silencio
más allá, afuera
todos son enemigos mortales:
máquinas proyectos y señales
que bajamos a piedrazos
Hay, a todo lo largo de esta loa a la destrucción, una pulsión dionisíaca que recorre el texto y un regodeo en imágenes de infección y derrumbe, motivos ambos que hacen al programa del poema-estallido: para “devastar mundo ilusión”, porque “llevamos el ansia / y el fracaso incorporado”, porque “no sabemos para qué / vamos a hacer mierda todo otra vez”. Por supuesto que este tremendismo viene matizado: no estamos frente a los esperpentos dolientes de Valle Inclán sino a la deriva sin propósito de unos desclasados que hacen de la quema del caucho y de las inscripciones todo su comercio. Y cuando hacia el final del texto el poeta pareciera dar lugar a cierto aire de espiritualidad, a cierto ideal caballeresco retomado por la búsqueda de la dama azul, el gordo nafta, empuñando su tosco materialismo, rápidamente sale a desmentirlo. Si quedara en pie algún ser del futuro, más duro que un pan y más versátil que un pez, probablemente se expresaría mediante las ruinas de lenguaje que sobrevivieron al desastre. Lejos de la melopea griega, ese ser apenas podría atinar a decirnos: “tan tan tachín / pum / rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.”
(Actualización julio – agosto 2017/ BazarAmericano)