diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Osvaldo Aguirre
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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/  María Eugenia López

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Diseño

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Diásporas, performances y acciones editoriales
Diez mil gorriones muertos, de Carlos A. Aguilera, Rosario, Fiesta E-diciones, 2017.

Diez mil gorriones muertos acopla un estudio breve pero sustancioso de Irina Garbatzky y tres experimentos poéticos de Carlos A. Aguilera realizados en La Habana de los años ´90: “Retrato de A. Hooper y su esposa”, “Mao” y “Nabokov una biografía”; ahora en epub, formato en que lo pensó y distribuye Fiesta E-diciones, Rosario.

Quizá le es inherente esa condición inasible pero tentadora pues, por acá o por allá, el autor deja su materia escrita, mientras que nos dice que lo impreso fue antes propagado por radio o que tuvo su versión en VHS, luego rescatado de entre la voraz carrera de reemplazo de las formas de la memoria. No obstante, se aloja en todas como un animal pre-histórico, de esos que no han cambiado mucho y lo han soportado todo. Y retorna, y retorna. Y se encuentra en internet como otros archivos de acciones artísticas que tuvieron en Cuba la vida irónica del arte de la performance a la que se llegaba por defecto, cuando la selección del canon y de sus consecuentes artistas operaba sobre lo objetual.

La publicación de Fiesta recupera esa intensidad del sobreviviente y la concita. De hecho, crear una editorial hoy es afrontar un escenario que mucho se parece al cubano. ¿Qué sabemos de nuestras referencias cartográficas, dónde está el Estado, qué hará el soberano con nuestros cuerpos, qué nos dice Aguilera -veinte años después- de nuestras utopías post-marxistas, cómo entendemos estas escrituras que operan antes de ser leídas una agitación anestética, qué decimos después de leer estas abyecciones de la literatura que nos presenta Diez mil gorriones muertos? ¿Qué?

Que no poco nos resuena la masacre de gorriones que titula la selección como tantos otros proyectos mitificados en esos lugares abismales entre el orden y la naturaleza que llamamos exterminio. Los mismos extremos que logran articularse en el armazón de los ´90 tan distintos en sus causas cuando se trata de Cuba, tan similares en sus consecuencias cuando la deriva es la precariedad de la vida a nivel mundial. Fundamentalmente, la inexperiencia de lo dicho: si algo nos parece familiar con estos escritos vinculados a territorios tan ajenos para nuestro imaginario político como el desgarro tripartito formado por Alemania, China y Rusia, según se localizan los textos reunidos, es que algo nos produce, alguien nos destina en nombre de otro, pero en última instancia es la lengua la gran lejana:

 

el otro –mira

insiste en decir algo

pero

el enganche/desesnganche de su lengua

lo frenan (125)

 

hace: “grrrrrrrrrrrrrrrrr…” (126)

 

chilla:

hiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…”

 

Aún así, esta desterritorialización del imaginario político se siente como férreo dictamen para el escritor cubano. En este punto, creo que la exploración de Aguilera tiene una justificada y prometedora presencia en la crítica latinoamericana actual de la literatura y del arte contemporáneo pues, como él señala y confirma Garbatzky, la potencia performática de su escritura no hace más que incrementarse en una lectura fuera de Cuba, y a lo largo de tiempo. Nada de lo que leemos espera del encuentro una sintonía, sino, mejor, “acoples” y que estos, entre otros problemas, hagan que la obra “se sitúe (en el afuera)”, como metapoetiza en su “Prólogo” a “Retrato de A. Hooper y su esposa”. Sin lugar a dudas, ahora en cuanto a su tiempo, así como la de Aguilera es una escritura situada en los ´90 cubanos, la lectura en estos días de su publicación en epub recoloca sus desmontajes en la experiencia de las redes, eficientes en nuevas formas de volver a montar. De un modo singularísimo, pero en nada ajeno a lo acontecimental inherente al arte de acción del que estuvo tan cerca el autor y su grupo nucleado en torno a la revista Diáspora(s), las posibilidades de lo común son sobrevivientes también.

Que el lenguaje es una angustia consta y cuenta en experiencia compartida, pero que hasta en las cavernas dejamos mensajes a los dioses también, para que algo sea perdurable como las piedras mientras algo las desea como el que deja sus marcas en ellas. Todo es una disputa con esos materiales impenetrables aunque se le pueda pegar un rastro. Todo es un cataclismo de la experiencia incompleta, ilusionada con la racionalización del lenguaje y la matemática. Pero también todo es juego y risa, porque temerle a la muerte o al dolor es la celebración de lo más humano. Ahora bien, el juego y la risa están a cargo de la voz que sabe de su sujeción pero, aún así, sujeta está y por eso, a veces, esconde su saber, y ese es su chiste de sabia. Como un retrato que sólo es boca o una diáspora en una isla, Carlos A. Aguilera exhibe la administración de sus libertades escriturarias, derrama la forma de la lengua en un goteo vertical al que lee con el ritmo de la gotera y el tono metálico de la tubería que la deja caer a modo de poema. Cuando es teoría política, requiere de la masacre para resolver la insuficiencia económica, y cuando es teatro, y el lector podría intuir -según lo dicho por el propio autor- que se encontrará en el terreno cómodo del drama, los personajes callan y les gana la didascalia. 

Bien resuelve el grupo editor las formas de im-pert(i+e)nencia de Aguilera: poesía; en el marco mayor del arte conceptual, pero si me lo permiten, en referencia a lo que significa su archivo en nuestros días, yo incluiría la obra entre las tareas de exhumación del arte político entendiendo por ello una atención particular a la poética “para lo político”, parafraseando a Mieke Bal. Con esto quiero decir, propongo escarbar en los procedimientos técnicos para recordar algunos mecanismos de producción de lo que somos y de donde vivimos, pues si acordamos en decir “arte y política”, siguiendo el extenso trabajo al respecto de Ana Longoni, o en reconocer los regímenes de lo sensible, según la fórmula de Jacques Rancière, podemos evocar para nosotros mismos, en términos de poiesis, la exterioridad que nos dice. Tal vez, incluso, podamos crear nuestras propias acciones en las cuales vernos como “perpetradores y víctimas”, como sostiene Bal.

 

Que Diez mil gorriones muertos, es, desde esta perspectiva, una acción editora cuyo formato instala, expande e interviene en esa obra metamórfica que es la de Aguilera.

 

(Actualización julio - agosto 2017/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646