diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Pynchon en el cielo con diamantes
Vicio propio, de Thomas Pynchon, Buenos Aires, Tusquets, 2011.

Después de entrometernos con Vicio propio, de Thomas Pynchon (NY, 1937), se tiene la sensación de comprender más cabalmente un film como “Zabriskie Point”, de Michelángelo Antonioni. Si la obra del italiano nos narra, en forma plástica y en sordina, el final anticipado de la época de la revolución psicodélica y de los sueños contraculturales (recuerden: la casa de Frank Lloyd Wright en el desierto, estallando en mil pedazos y cuya secuencia ralentizada semeja un cuadro de Jackson Pollock, cobrando vida de repente mientras suena “Careful with That Axe, Eugene”, de Pink Floyd), Vicio propio es el rostro divertido de esa caída ensordecedora. Tomando la forma de la novela negra, a la que Pynchon atrapa desde el vamos, como si restara para sí los logros de maestros del género como James Ellroy, o hacia atrás, Chandler y Hammett, el autor neoyorquino sin rostro logra facilitarnos los caminos de lectura con una trama que, si bien es compleja, no llega a ser esa marca de fábrica pynchoniana de la dificultad referencial a ultranza. Aclaramos: no se trata de una obra menor, sino de un texto que compromete una exigencia mayor a la hora de ponernos en lectores de Vicio propio, porque su aparente sencillez nos instala en el desafío de atender con más cuidado los detalles del entramado. El protagonista, Doc Sportello, es un detective de los de antes, en apariencia un duro, pero lo cierto es que funciona como un GPS de dificultades exógenas, como el Jack Nicholson de Chinatown, y además, como cuestión extra, vive intoxicado con cuanta droga social y no social pulule delante de sus narices. Sportello acompaña la decadencia de la época y la caída de los sueños lisérgicos. Es más, el detective de Pynchon tiene montado un despacho llamado LSD Investigations, siglas de Localización, Seguimiento, Detección: toda una definición de personaje. Doc tiene debilidades, tal vez demasiadas, y una de ellas es Shasta, una amante que jamás consigue llegar al prefijo “ex”. La desaparición de esta última y de su ocasional amante, un magnate de la construcción llamado Mickey Wolfmann, lleva a Doc Sportello a pasar por una infinidad de sucesos, de caída a los infiernos, y de exposiciones de todo tipo, con el objeto de terminar su trabajo y reencauzar la deriva a la que él mismo se ha visto sometido. Sportello tiene todo para ser un perdedor nato, pero poco parece importarle, ya que siquiera viste como detective clásico (una gabardina, un sombrero, están pasados de moda); en el momento en que debe encargarse de sacar unas fotos entre Shasta y el millonario Wolfmann, este desaparece, y así se empiezan a desencandenar hechos, donde muertos y seres impresentables, corroídos por los estupefacientes (Doc Sportello es una de esas criaturas) consiguen que la narración peregrine entre senderos de imposibles salidas. De alguna u otra manera, Vicio propio hace literatura donde “Fear and loathing in Las Vegas”, de Hunter Thompson, consigue abandonarla en el umbral de sí misma. Lo que también tiene esta novela de 422 páginas es su propia banda sonora, donde pululan los Rolling Stones hasta el viejo vaquero cantor de Roy Rogers, haciendo Happy Trails To You -aunque sospechamos que la versión que recuerda Pynchon es la más ácida, la de los Quicksilver Messenger Service-, y sin que falten las composiciones juveniles de los surfers singers de California, algo de Trashmen, de Johnny and the Hurricanes, los Spaniels o The Beach Boys, claro. El relato de las peripecias de Sportello está plagado, además, de referencias a las series televisivas del momento (segunda mitad de la década del sesenta): Granjero último modelo (con Eddie Albert y Eva Gabor), La isla de Gilligan, Los Beverly Ricos, Patrulla juvenil (esa especie de comando parapolicial anti-hippie) o la recordada El túnel del tiempo, cuyos protagonistas, Tony y Douglas, entran en su propio trip temporal cuando ingresan en una espiral concéntrica en pleno movimiento para viajar de una época a otra, azarosamente, lo que parece reproducir con fidelidad el estilo reconcentrado de Pynchon.

Así, decide encarar su propio policial con leyes de juego propias. Es lo menos que se esperaba de él, ya que tuvo la valentía de dar una vuelta de tuerca de estilo; cosa que hizo, aunque a medias, porque la escritura del narrador neoyorquino sigue siendo reconocible aunque fuese en el chasis de otro género. Lo corrompible, en Vicio propio, no proviene necesariamente del corazón del protagonista, sino de una ciudad como Los Ángeles, y después Las Vegas, que parecen adecuadas para personajes arquetípicos en su violencia cínica, como el policía Bigfoot, un auténtico especimen que podría ser extraído de las filas de la Bonaerense, si no fuera porque Pynchon lo traduce en forma un poco más pintoresca. Este agente es la verdadera pesadilla de Doc Sportello, ya que lo implica metódicamente en cuantos problemas con la ley, o fuera de ella, pudiera tener nuestro protagonista. Pero más allá de incrustaciones anecdóticas, la novela de Pynchon trabaja, como en casi todos sus libros, subtramas que oscilan entre lo culterano y lo bajo, y en este caso, cierta beligerancia pop que ordena el mundo lisérgico que gobierna la obra. Como en los poemas de John Ashbery, con Pynchon siempre nos determina la creencia de que en cualquier momento la historia se licuará, se perderá en una entramado inextricable, dado el volumen de su sistema de referencias, y sin embargo, al igual que en Ashbery, los universos comienzan a ordenarse en la medida en que se insiste con la lectura. Las novelas de Thomas Pynchon no son obras que deben dejarse descansar en la mesita de luz, para retomarlas con idéntica expectativa dos días después. Es mejor tomarse el día laboral, un simple ausente con aviso, pero culminar el texto con la misma tensión con que se lo encaró.

Vicio propio es la novela que condensa la puesta en juego de la verosimilitud con los mecanismos conspirativos que alimentan todas las narraciones de Pynchon. Cuando se lo lee al escritor neoyorquino, asistimos a un Estado en sí mismo, pero construido desde los cimientos de una prosa en apariencia dislocada. A su manera, Pynchon pone a orbitar el gran ojo reductor de Orwell en áreas restringidas, hace saltar el cartel de advertencia de cualquier propiedad privada para volvernos lectores de lo público, es decir, de todo aquello que se puede contar. En su pesquisa permanente, Doc Sportello no deja de los vicios y sin embargo no pierde el eje de sus convicciones. Cree que la contracultura tiene dos demonios reconocibles: el clan Manson y Richard Nixon (cuya piel de cordero, claro, es el propio Ronald Reagan agazapado en la California somnolienta de los sesenta), y por eso dice, con la clarividencia anteriormente expuesta en Vineland, que “los psicodélicos 60, ese pequeño paréntesis de luz, desaparecerá, y todo se perderá, para dejarnos caer, una vez más, en la oscuridad”.

Por último, una pequeña aclaración sobre el título del libro. Inherent Vice, así se titula la obra en el idioma original, significa en la jerga del negocio del seguro, “defecto originario e interno de un objeto que puede producir en mayor o menor grado su propio deterioro, del que el asegurador no es responsable”, lo cual puede leerse como una parábola sobre la sociedad norteamericana, o bien hacer referencia de un sistema más global que tiene fallas de origen. También puede tratarse de una cobertura -ya que estamos en el léxico de los negocios- del propio Pynchon con relación a su cambio radical en el modo de encarar la escritura, al menos de esta novela. Una matriz cuyo desenlace está más allá del alcance de la habilidad del escritor. Hay quienes afirman que la obra de Pynchon es comparable a la de James Joyce. La evaluación es temeraria, pero a la luz de sus últimos textos, y de esta reversión psicodélica de Cosecha Roja, la pregunta se vuelve objeto de respuesta, aunque fuera por la negativa, pero ya imposible de eludir.

 

(Actualización septiembre-octubre/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646