diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Centelleo: notas sobre Sugestión de Andrea Cavalletti

Sobre: Sugestión. Potencia y límites de la fascinación política, de Andrea Cavalletti, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2015.

Como la famosa mujer en la Waste Land de Eliot me arreglo el pelo con un movimiento suave y pongo un disco en el fonógrafo. “Aquellos ojos verdes, de mirada serena dejaron en mi alma intensa sed de amar...” canta, como sólo ella puede hacerlo, María Marta Serra Lima. Entre tanto me suspendo de los ecos del canto y me concentro en el libro de Andrea Cavaletti, Sugestión, en una edición muy cuidada de Adriana Hidalgo.

El autor es profesor en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia. Por  los otros títulos también publicados por la mencionada editorial adivino el horizonte de lecturas de Cavalletti, puedo espiar –y es un vértigo inexplicable– su biblioteca: Negri, Foucault, Deleuze. Conviven en el libro el relato histórico motivado por la curiosidad y una interrogación política: ¿Podemos nosotros resistirnos a los embrujos de la fascinación política? ¿Qué tipo de resistencia habría de aplicar el sujeto al instante duradero de la mirada monótona, sin parpadeo del maître? Considero, aunque por otras razones, que es una pregunta de una actualidad abrumadora. Ya eso es una indicación suficiente para leer y discutir este libro.

Cavalletti argumenta su respuesta rescatando una rareza en apariencia inapreciable: la breve historia de la sugestión desde comienzos de siglo XVII. Se acompañará de ficciones y autores como Thomas Mann, de películas como Whirlpool de Otto Preminger, para leer algunos de los clásicos de la psiquiatría, en la senda metodológica que legara Foucault. Los grandes nombres de la psiquiatría son los que organizan el recorrido, donde el autor nos dispone en ronda frente al hueco abismal de la hipnosis y la sugestión. Su intención no es sólo descriptiva, estos fragmentos de relatos, estos restos de la medicina de occidente donde se mezcla la magia, el pretendido poder y sobre todo –aunque aún guardemos el más decoroso silencio– la erótica, es decir, el vínculo feroz e imposible de los cuerpos, sino que además argumenta que dichos lazos hipnóticos que se extienden hasta hoy desde aquel teatro alterados por el tiempo, lazos que hoy –como todo– son políticos.

Organizado en 5 capítulos recorre desde el magnetismo animal y Mesmer hasta las repercusiones de la “medicina oficial” frente a estas curas inquietantes, pasando por los juegos de salón parisinos con Charcot y Nancy, sin olvidar la clínica de Bernheim –donde estudió Freud y sacó mejores conclusiones fiándose de la desorientación que lo caracterizaba–.  

El capítulo dedicado a Freud no puede ser menos que objetado por el lector rioplantense que cuenta con una riquísima tradición psicoanalítica. Es Cavaletti quien participa de la confusión, y no es el único, entre psicología y psicoanálisis. Que el psicólogo, y hoy con una ironía desbordante, pueda tomar el camino de la policía –camino que no es privativo del médico ni del psiquiatra– no es ninguna novedad, se lo debemos quizás a uno de los lectores más lúcidos del siglo pasado: Georges Canghilem. Lo que sí debemos decir es que el psicólogo no se confunde con el psicoanalista ya que este último funda su discurso en la represión (Verdrängung). Digamos que el discurso analítico trata la incompatibilidad de registros, incompatibilidad de valores. Fue Oscar Masotta quien estableció una distinción entre los valores en el análisis y los valores en lo político (o bio-político): el primero opera con el valor de lo inútil, en cambio el segundo vive el mundo del comodín blanco, de la equivalencia infinita. Digámoslo de otra forma: el discurso que Freud inventó parte de la represión y del olvido, como causa de interpretación. Sus operaciones son operaciones negativas o, si lo prefieren, de pérdida. Es falso que la teoría de la libido, como afirma Cavalletti, reemplace a la sugestión. Debería comprobarse que algo remplace a la sugestión, hasta nuevo aviso no es más que una fantasía progresista. Lo que inaugura Freud es el estatuto de rehallazgo del objeto...como perdido. Como ven ese objeto tiene otro valor, quizás cercano a los misterios tanto griegos como latinos. La sugestión no es un invento de la psiquiatría, ¡si hasta tiene un nombre romano! Un nombre que el siglo veinte recogió.

Como buen contemporáneo Cavalletti está fascinado con el poder en su aspecto de abuso diseminado y de esta forma le hace argumento al poder, esa vía universitaria que inaugurara Foucault. No deja de mirar esa escena. Digámoslo con sus palabras: “estaba sentado en el teatro y no podía despegar los ojos del espectáculo”. Sugestión, contra-sugestión, a lo sumo algo opera como resistencia. En ese espectáculo de espejos, en un lugar pequeño fuera del cuadro aguarda una enseñanza: la resistencia no es exterior a la palabra, al acto de decir, sino por el contrario es su fundamento mismo. No ocurre todo en el ámbito uniforme y suave del teatro personal, hay otro que habla y tiene un cuerpo. Si nos lo tomamos en serio es suficiente resistencia. Sueña entonces Cavaletti con una resistencia que permita poder despertar, que la multitud pueda despertar. No sabe que muchas veces no dormimos por miedo a no despegar los ojos.

Es justamente porque el libro retrocede ante la pregunta (¿Podemos nosotros resistirnos a los encantos, a los embrujos de la fascinación política? ¿Qué tipo de resistencia habría de aplicar el sujeto al instante duradero de la mirada monótona, sin parpadeo del maître? ) que se hace imprescindible leerlo. ¿Cuándo  despiertos? Es una pregunta que nos puede orientar en la escena de la sugestión, y en la escena política contemporánea. Claro, para los lectores universitarios que se encuentran, teóricamente, alejados de esas escenas fabulosas con las que Cavalletti se apasiona puede resultar seductor el relato del autor. Por eso mismo, ¿cuándo despiertos?

Si uno se deja llevar por lo que ocurre del otro lado de la ventana (hay veces, es cierto, que sólo es un espejo) daría la impresión de que no andamos muy despiertos, que más allá de las advertencias, las denuncia a los poderes, la ansiada revuelta, no elegimos ni despertar ni soñar. No es necesaria una gran escena sugestiva como la que montaban aquellos maestros del teatro que además inventaron una práctica psiquiátrica. En Roma o en alguna ruina de Pompeya hay claves más que interesantes. Fascinus, es la voz latina para nombrarlo. Causa de fascinación, ejercicio del poder y pasión erótica; costura indisociable entre Marte y Venus. Cetro y decadencia.

 “En el orden sin poder de la escritura -dice el ensueño final del libro- se anuncia así el final de toda mágica autoridad”, o su nuevo comienzo. ¿Será necesario recordar que Hegel encontraba en la feminidad la ironía de la comunidad? Hoy eso, lamentablemente, no abunda. Digo, las que se arreglan el pelo con un gesto automático y ponen otro disco en el fonógrafo.

 

 (Actualización noviembre 2016 – febrero 2017/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646