diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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La distorsión del mundo
Casa de viento. Antología personal, de Osvaldo Bossi, Córdoba, Nudista, 2011

Para la obra poética de Osvaldo Bossi (Buenos Aires, 1963) ha llegado un momento de consagración. Luego de recorrer un camino de más de veinte años, exploradas distintas variantes y modulaciones, pero con la fuerza de una misma convicción amorosa por la poesía, el poeta puede afirmar:

 

 

Para mí vivir y escribir es lo mismo. Si no escribo, me seco como una planta. Fuera de esto, no sé nada y no tengo nada de considerable interés. Ninguna posesión. Si mañana mismo me muriera y me preguntara Dios qué hice en esta vida, le diría, sin mayores preámbulos, que me entretuve con el viento. Que construí -digamos- como un albañil extremadamente solitario y silencioso, una casa de viento, y nada más. ¿Y dónde está esa casa? me preguntaría Dios, y yo le diría: Acá, en este libro.

 

Los poemas de Osvaldo Bossi se cruzan con la tragedia de Hamlet, tras la cual puede ocultarse una experiencia de amor contemporánea, y con el comic, que aparece transfigurado en un acto velado de amor tras las famosas e interminables correrías del coyote y el correcaminos, registradas en la serie televisiva. Pero esa confluencia con otros textos y discursos no es un mero juego intertextual, sino la creencia de que lo poético acecha en las expresiones comunes y en los ámbitos más diversos. Desde este punto de vista, no hay una distancia irónica en el uso de otros discursos, sino la recreación personal de los avatares afectivos del yo mediante aquello que se ve (una tira cómica de televisión) o se lee (un texto clásico).

 

El número tres

 

El número tres en la poesía de Bossi es un tópico que toma la forma de una maldición y una oportunidad. El poeta propone la escena sexual de tres individuos, en un intercambio cruzado en el que la voz y el cuerpo de uno de ellos es el eco o la prolongación del otro: “Cuando mi amado entra/ al cuerpo de ella, es a mí/ a quien tan hondamente/ llega; me quita la respiración,/ arrasa y mira a los ojos./ Pero cuando por mi propia/ carne él entra, es a ella/ a quien toca: desnuda, la puedo/ sentir del otro lado suspirar.” Esta relación no tiene que ver con variantes lúdicas ni deliberados triángulos amorosos, sino con la posibilidad de ampliar la percepción de amor en los límites que la realidad le impone. Alguien se halla acorralado y piensa, con escasas posibilidades, la estrategia de una relación posible. Un canal secreto, entonces, conecta percepciones y palpitaciones mediante un sistema de espejos en el que el cuerpo tocado (penetrado) rememora el cuerpo de un tercero, y en el que la evocación de la penetración ajena perpetúa los devaneos del propio cuerpo con el del ser amado. Este procedimiento ambulatorio de sensaciones prolonga, hipotéticamente, la realización del deseo, siempre fugaz y evanescente. De ese modo, la ligazón amorosa intenta salvaguardar a los protagonistas de una circunstancia secreta que parece imposible de sostenerse en el tiempo y que despliega varios escenarios posibles: la pasión por el cuerpo amado, el anhelo de recuperar la percepción ajena y el roce efímero que duplica el deseo en una sed interminable.

            En los poemas de Bossi, como si reposaran sobre un iceberg, se avizora un humor subterráneo que, en realidad, es la consecuencia de una experiencia dolorosa. No dejamos de sonreír mientras leemos la persecución del coyote al correcaminos recordando la genial tira de la infancia. Sin sospechar que tras las explosiones y la violencia del coyote late un extendido ruego de amor, y que la loca correría necesita de una pausa, la poesía de Bossi hace de la sutileza su mayor virtud: “Sólo pido que me dé/ la oportunidad de que le hable./ Que me deje explicarle/ la fuerza de este amor./ Un instante tan sólo para mí./ Y que al decir pi-pip/ sienta que no es una burla.”. Bossi reescribe las imágenes de la televisión, desplaza el saber letrado a otro sitio de sus intereses y registra una experiencia personal a partir de sus íconos infantiles. Es interesante cómo Bossi, a diferencia de otros autores de su generación, no desprecia el saber letrado de la tradición cultural al privilegiar, en este caso, un saber del comic, sino que reescribe discursos provenientes de ámbitos culturales diversos de manera diestra sin que entren en conflicto o colisión. Ambas experiencias de recepción (la lectura de los textos clásicos, las imágenes de la TV) son capitalizadas en función de un relato personal. La eficacia de su poesía radica en esa administración de saberes para contar una experiencia propia, lo que conduce a una vieja cuestión de la teoría literaria colmada de asepsia y cientificismo: ¿qué hacer con lo biográfico en la lectura de un texto literario?, ¿qué mediaciones trastocan y alteran el relato de la vida real?

 

La distorsión del mundo

 

En la desdicha de fondo que se pretende cubrir con ráfagas de amor, no deja de haber una especie de inadecuación. Un sujeto que intenta comprender y amar lo cotidiano, lo sencillo y hasta lo bizarro, sin embargo ve y distorsiona con lentes potentes las cosas y los seres que lo rodean en favor de una escritura que, más que describir de manera mimética, roza lo real con una escala diferente a la de la exactitud. El mismo autor confiesa, en una breve nota, los rasgos de esa distorsión, “como si entre las cosas y yo hubiera siempre un cristal que me permitía verlas de otra manera”. La distorsión del mundo comienza en tanto el sujeto de enunciación no puede procesarlo ni medirlo en los términos convencionales. Y si bien la lectura de estos textos desmiente el odio por los otros, el rencor, a veces, puede ser una respuesta del poeta a la falta de conciliación entre el mundo personal y el mundo exterior. Refiriéndose a la escuadra como uno de los útiles escolares de la infancia, afirma: “Una mañana/ la utilicé como revólver/ y disparé contra el mundo/ mi primer rencor.” Los poemas de Bossi trabajan con materiales cotidianos (los útiles escolares, la tinta, los mapas) y más que una metáfora de los sentimientos o los pensamientos, actúan como las herramientas que permiten inscribir el nombre a las cosas: “Con tinta china y plumín/ traté de transportar/ a mi corazón/ las letras de tu nombre”. Los objetos no son manipulados por el sujeto. Se vuelven piezas autónomas que actúan entre el yo y el mundo, y dan cuenta de una perspectiva al borde de la fantasía: “No tenía otro remedio que estudiar/ la lección de historia/ y calcar un mapa que contuviera/ los ríos y las montañas del África./ Pero como no veía bien, inventé/ toda clase de nombres y de afluentes/ que imperceptiblemente me fueron alejando/ del África real.” Roce y escritura en el caso de Bossi pueden ser sinónimos. Registrar la experiencia es prolongarla en el discurso mediante el ardid de un estilo fluido. Un léxico medio (un “lenguaje común y corriente”) apela a una sintaxis y un ritmo entregados a las formas del sosiego después de -conjeturamos- fatigosos combates estilísticos. El propósito no deja de ser un objeto mundano como un poema que puede tener la propiedad de lo bello. Sin embargo aquí lo bello no es objeto de contemplación sino de un intercambio estilístico con lo real, como si ese objeto textual interpelara, de manera dialéctica, la experiencia de vida, y como si la experiencia interpelara a la escritura. La escritura requiere de un estilo, y en el caso de estos textos, la experiencia también. Un modo de enunciar y un modo de estar en el mundo convergen y son partícipes del conjunto de problemas teóricos implicados en la poesía de Osvaldo Bossi. Como dice Silvio Mattoni en el prólogo: “Estar inspirado -un estado que ha dejado huellas en cada poema de esta antología- es entregarse a un ritmo y a un relato”.

 

Voz,  metáfora y habla

 

El volumen contiene de regalo un disco compacto donde están grabados los poemas del autor. Sabemos que leer en voz alta es indagar el carácter material de cada texto: las palabras pronunciadas no sólo amplifican la lectura del libro, sino que, al mismo tiempo, hacen prevalecer un aspecto de la enunciación: la dimensión física y acústica. La articulación del discurso, en este caso, parece esconder un anhelo que es el de transformar la escritura de los versos en una voz. Así es que la pericia con la que lee Bossi no es producto de un acto natural, sino de la más alta artificiosidad, al adecuar los movimientos rítmicos de la voz a un sistema convencional como la lengua mediante un estilo grave, cuya impostación recuerda, paradójicamente, la utopía de una voz originaria. He ahí la destreza con la que lee Bossi: hacer de la enunciación un acto que, imaginariamente, se enlaza con la voz original.

            Sintagmas presuntamente poéticos al borde del cliché, lugares comunes y frases hechas, cada vez más frecuentes en el discurso lírico de Bossi, son fenómenos  interesantes de indagar: los apreciamos en el contexto, y es tan entrañable la mirada del poeta sobre las cosas del mundo que no impresionan de manera negativa a la hora de la recepción. Más que metáforas cristalizadas, las leemos como expresiones que regresan al habla, extrañadas de su propio automatismo. De ese modo, las fórmulas empalagosas y gastadas, recuperan su valor de comunicación, y disuelven el gusto rancio de lo vulgar: “No vi la horda/ que me rodeaba por dentro/ y la llamé el mal./ Como a un terrón de azúcar, yo/ te empujé hasta mi boca.” A la manera de un demiurgo, el poeta parece transformar un orden de discurso trivial en otro de belleza tangible.

 

 La devoción y el éxtasis

 

Este sujeto, experto en el amor, está ávido de explorar los lados sombríos de lo que  desea, aun cuando ese deseo no tenga un nombre preciso y deba ser descubierto, inevitablemente, con la lupa del cuerpo propio y el cuerpo ajeno: “Mi lupa/ era un objeto mágico, lo sé/ que recorría de lado a lado/ su inmenso cuerpo/ en porciones cada vez más cercanas, más nítidas/ e inaccesibles.//¿Qué hacer?//Con miedo de perderlo/ para siempre, acerqué/ como un ciego la punta de mis dedos/ hasta sus labios/ y lo acaricié muchas veces.// Tocar es mejor que ver, me dije/ en ese instante súbito/ entre la pérdida y la realización./ Mientras tanto, Raulito/ dormía/ o fingía dormir.” Ese sujeto, esencialmente huérfano, a veces afiebrado, pugna por rozar los límites, que siempre se corren un poco más: “¿Qué habrá del otro lado?/ Imaginarlo, puedo./ Tocarlo, incluso, con la yema de mis dedos/ pero saberlo, exactamente, no./ Será ese límite entonces/ lo que deseo y amo/ desde el principio.”

El amor es el verdadero tema de la poesía de Bossi; el amor como impulso y como interrogante. Se diría que la poesía es posible sólo con la fuerza que proporciona el movimiento de amor. En función de esa fuerza superior es posible escribir y actuar. La devoción con la que Osvaldo Bossi describe a los amantes, en distintas situaciones y posiciones (dormidos, frente a los espejos, desnudos en sus camas, en posiciones plácidas o incómodas) es equivalente a pequeñas plegarias cuyo objeto de discurso no es el conjunto de santos de la religión, sino la pléyade de amantes terrestres (y un poco aéreos al mismo tiempo) del sexo y el amor. El éxtasis por las horas vividas y añoradas es una especie de exaltación religiosa manifestada con el lenguaje de la poesía. En la antigua tradición del Cantar de los Cantares, amor, poesía y plegaria son las caras tripartitas de un mismo relato. La búsqueda incansable de las palabras es una apuesta paradójica a contar lo inenarrable. El éxtasis erótico y sexual transfigurado en el discurso poético -una huella que puede leerse no como expresión del recuerdo sino como prolongación del acto sexual- evoca las complejas argumentaciones amorosas de Sor Juana en sus famosos sonetos que, como casos extraordinarios, se plegaban a los códigos de la convención barroca, pero al mismo tiempo siempre decían algo más.

            La escritura de Bossi llegó a un nivel de libertad que, hasta las digresiones son especies de afluentes que contribuyen a fortalecer el ritmo. Sobre todo en Esto no puede seguir así (2010) y en Ni la noche ni el frío (inédito), los poemas suplen la realidad, y el sujeto se hunde en su estatuto infinitamente libre. ¿Cómo volver de esa realidad imaginaria que proporciona la poesía? ¿Cómo suplantar esas comparaciones, un poco infantiles, para hablar, seriamente, de las atormentadas aguas del corazón? : “corro/ a través de las calles/ como un camión de bomberos o una ambulancia/ que se activa inmediatamente/ al oír su voz.” La poesía de Bossi trabaja con una lengua que se satura de su propia lógica y de su propia verosimilitud para hablar del sentimiento de amor. El poema “Despedida” es un ejemplo de ello. Allí el sujeto lírico describe una despedida al padre, en la que cuenta que se irá de la casa, junto a su amante (“mi Puma, mi Bienamado”), y emprenderán un largo periplo. Para llevar a cabo ese largo viaje, los amantes se dirigirán al norte, dormirán en la parte trasera de un camión y amanecerán, como dos tórtolos apunados, en Bolivia, donde posiblemente se unan a la guerrilla revolucionaria. La historia de un viaje ideal es el itinerario que registra la escritura. En su ilusión y en su precariedad, a la manera de las pompas de jabón, la poesía de Bossi, más que distorsionar el mundo, lo que hace es absorberlo e incorporarlo en una lógica cuyas reglas resultan cada vez más precisas y verdaderas a medida que el discurso avanza.

 

 

(Actualización septiembre-octubre 2011/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646