diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Una serie de complicidades dan lugar a 200 años de monstruos y maravillas argentinas. Resultado de esta segunda ocasión bicentenaria y de la comunión de un historiador, un ilustrador y una diseñadora, el libro es un álbum y así lo ha inscripto la editorial Beatriz Viterbo. La selección que hizo Gabo Ferro de retazos de otros libros y voces de la historia argentina que expresan, con diversos tonos y sobre variados objetos, fórmulas de alterización hizo posible un ensamblaje que también puede leerse como complicidad.
Cohabitan en este libro–objeto desde las multitudes rurales del Litoral, invocadas por el muy citado José María Ramos Mejía, pasando por la bestia inmigrante soñada por Juan Argerich, hasta la ominosa definición del desaparecido del desaparecedor Videla. Gritos y admoniciones se superponen en este libro. Frecuencias heterogéneas pero ordenadas cronológicamente se amanceban en este bestiario. Piezas de otros bestiarios, de muchos otros bestiarios, tejen un libro-mosaico. Christian Montenegro ilustra esas apariciones. Lo hace con los tonos del celeste con los que este volumen ha sido coloreado. Lo hace de manera magistral. Esta reseña debería ser una galería de los dibujos de Montenegro, colgados todos como rumia de un paseo por la historia argentina. ¿Cómo se salva una enumeración bicentenaria sin el trabajo de la memoria? ¿por qué debería haber otro bestiario, un bestiario lindo, uno como este, hecho con la tipografía Petrona? Con las maravillas de Montenegro es posible fracturar, descentrar, descular esas voces fantasmales de nuestro pasado. La interpretación es una cosa que no debería faltar en la lectura y visionado de colecciones aciagas.
Por ejemplo: en la nómina hay un fragmento de W.H. Hudson sobre los gauchos, extraído de Allá lejos y hace tiempo de 1918. Un recuerdo literario, sí. Un breve texto sobre la impiadosa manera de degollar de los gauchos. Montenegro dibuja una naturaleza oscura y unas siluetas mínimas con una palabra escrita con fuente Esmeralda Pro: “Misericordia”. La tinta negra del nubarrón y las siluetas y la letra celeste de la palabra escrita producen una caricatura de esa oquedad, que salva el recuerdo y la literatura de Hudson y también salva la serie nueva inscripta en este libro. Montenegro les niega a todos esos gestos la posibilidad de cerrar un sentido y volverse concepto.
Dice la contratapa de este libro-apuesta que es un libro-monstruo. Pero ¿puede una teratología no ya ser monstruosa, sino ser monstruo? Si esta colección trinitaria –literatura, ilustración, diseño– es la que cruza restos del pasado para representar un Otro radicalizado, ¿no debería ubicarse a este libro en otro conjunto para que tenga las mismas propiedades que sus elementos, o sería nomás un ítem en el idioma analítico de Wilkins?
El misterio es, una vez más, el lector (implícito): ¿quién puede administrar distancia y respeto, temor y politización, hacia los estigmas que circulan por estas páginas para poder seriar estas figuras? Lxs lectorxs imaginadxs, calculo, deben haber vivido esta época, deben haber pasado por un bicentenario anterior, debe ser capaces de captar las sutiles resonancias del presente en la factura de este libro-desobediente. ¿Qué potencias salvarán a estxs médiums de hablar la lengua de sus evocados, de corresponder este mundo bicentenario con las clasificaciones sociales amañadas en otros tiempos? Si es que esta pregunta tiene sentido, si vale la pena preguntarse sobre una inactual separación entre textos y mercados de textos, entonces este libro tiene cada vez más mejores lectores: la vida misma no cesa de producir cada vez más renovadas paleontologías sociales; a cada paso alguien se pone la gorra y nos dice qué es lo que hay que hacer con los Otros.
(Actualización noviembre 2016 – febrero 2017/ BazarAmericano)