diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En La cena de los notables, Constantino Bértolo avanza sobre algunos problemas centrales de la literatura: la práctica de leer y de escribir –de narrar, específicamente–, de la crítica y de las relaciones complejas con el mercado. El libro se vuelve muy interesante cuando Bértolo lee escenas y momentos de lectura o personajes de ficción que son autores/lectores de literatura. En esos pasajes, redescubre, discute y aporta nuevos modos de leer algunos libros de la tradición occidental como Madame Bovary, de Gustave Flaubert, entre otros.
Pero su apuesta no se circunscribe a la ficción. En el segundo capítulo, “La operación de leer” esboza una teoría de la lectura que adquiere un nivel descriptivo, en una tensión epistémica entre la clasificación estructuralista y el dialogismo de la sociocrítica bajtiniana. Se trata de dos modelos no explicitados, pero que se reponen del repertorio de términos que Bértolo revisita y redefine. Ese capítulo, quizá esquemático, sin embargo, es superado en los sucesivos, donde el autor encuentra formas de definir la práctica de la lectura y de la escritura como una búsqueda comunitaria y responsable: “Entiendo por comunidad un conjunto de personas humanas que no solo viven en común sino que participan activamente de una misma visión de sus vidas y comparten por ello una escala de valores”.
La comunidad no es definida por un estar en común sin ser en común, como Nancy plantea, o como una falla según Roberto Espósito. Bértolo advierte, no obstante, que “se dirá que la comunidad nunca existió o que si existió ya se ha perdido en la sombra de los tiempos”. Pero insiste en que se trata de una posibilidad que habilita la lectura y la escritura, de compartir valores determinados. Y es por esta posición que sostendrá que la literatura tendría el fin de constituir un pacto literario respecto del acto en el cual lector y autor participan: el lenguaje común. De este modo, autores, lectores o críticos, asumen esa responsabilidad desde distintas instancias valorativas, y le dan respuestas: morales, sociales, políticas o artísticas.
Por momentos, el libro parece incurrir en cierto determinismo socio-cultural sobre la literatura fundada en ese pacto de responsabilidad con el lenguaje común. Pero Bértolo plantea posibles situaciones en que un escritor deviene marginal o incomprendido, y hasta que el acto crítico pueda despertar y abrir ciertos sentidos que estaban elididos de ese lazo común, escapando a las determinaciones. La mayor de las cuales se funda en la omnipresencia del mercado y en la producción de mercancías artísticas que, en la contemporaneidad, redefinen las relaciones entre escritor, crítico, comunidad y responsabilidad:
“Con esta situación comunicacional, los autores descubren que la clave de su capacidad para ser escuchados reside de manera primordial en el prestigio de su marca como autor, lo que los obliga a someter su entidad pública a las reglas de lo mediático: aparición frecuente en medios de comunicación, autopublicidad, creación de una imagen como escritor, etc., y a incorporar a su obra, como elemento relevante de su poética, las lecciones del marketing comercial: facilidad sintáctica, tratamiento de conflictos con contratado nivel de audiencia, acentuación del suspenso y el misterio, utilización de una ironía gratificadora etc. La asunción de este hecho por parte de los autores podría explicar en parte de la tendencia narrativa que juega a mantener porosas fronteras entre la ficción o la realidad o a difuminar los límites entre el autor, el narrador y el personaje. Que la publicidad bien entendida empieza por uno mismo. En aras de la engañosa soberanía del consumidor la soberbia de escribir se ve obligada, sin renunciar a la soberbia necesaria para mantenerse como producto que incorpora el aura de lo artístico, a aceptar al lector como cliente, es decir, a predicar una narrativa al servicio del mercado, de la estadística”.
Si bien el libro avanza sobre diversos niveles, que son posiciones tradicionales para leer las valoraciones artísticas (humanismos, especificidades, politizaciones, etc), Bértolo construye su foco de crítica sobre la omnipresencia del mercado. En esta dirección traza un horizonte en el que autor, lector y crítico quedan en condiciones de tensión con el dinero, las circulaciones y las transacciones laborales derivadas del mercado y, a veces, presas sin salida de las mismas. Pero siempre rescata la práctica crítica como aquella capaz de suscitar quiebres a sus operaciones. Desde el contexto español desde donde el libro es escrito –hay un apartado dedicado a la polémica de Ignacio Echevarría de 2006 con el conglomerado de El País, debido a una publicación en Babelia–, la extrema defensa de la actividad crítica puede resultar extraña –y hasta incomprendida– en Latinoamérica, donde, según Nora Catelli, la crítica sigue ocupando un lugar destacado en la valoración, más allá de las operaciones de mercado.
Quizá después del libro de Boris Groys, Volverse público, la crítica fundada sobre el mercado como dios omnipresente, nos pueda resultar sospechosa, cuando no cuida y avanza sobre otros niveles involucrados en esas coordenadas e, incluso, en sus fisuras. Pero el valor del libro de Bértolo radica en que acerca no solo preocupaciones de la literatura española a partir de una lectura anacrónica de autores, contextos y textualidades, si no en que, por esto mismo, permite repensar algunas de esas escabrosas condiciones actuales en las que la literatura continúa interrogándose(nos).
(Actualización noviembre 2016 – febrero 2017/ BazarAmericano)