diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Sobre el final de la introducción de Resonancia siniestra, ese libro maravilloso que editó hace unos años Caja Negra, David Toop advierte, citando a Marchel Duchamp, que “uno puede mirar la mirada” pero “no puede escuchar la escucha”. Concluye que es, según esa extraña anomalía de los sentidos, como se configura la forma en que percibimos el mundo y la forma en que representamos esas percepciones. Unos párrafos más arriba, sin embargo, había declarado que el objeto de su libro no era el sonido, sino la escucha. Más allá de la ironía, lo que le interesa a Tood es la resonancia siniestra (de ahí el título del libro), cuya percepción depende de un modo de oír que tiende menos a idealizar el sonido y el silencio como impresiones sensoriales puras y positivas, que a percibirlos como aquello “perturbadoramente intangible, indescifrable o inexplicable en comparación con lo que podemos ver, tocar y sostener” ( Tood, 2013: 17). Por consiguiente, busca lo ambiguo e indeterminado de la música, imagina un mundo sonoro en las cosas mudas, se detiene en sonidos microscópicos, repara en el silencio, a veces, como caos, otras como presencia.
Cuando leía la antología sobre el ensayo que recopiló Alberto Giordano me retornaba con cierta insistencia el libro de Tood. En qué consiste, si no es en un modo de lo ensayístico, esa afinidad selectiva que convocaba, al menos para mí, estos dos libros tan distintos, tan distantes. La escucha de lo impredecible y lo desconocido del sonido se aproxima a esa definición del ensayo como aquello que no lee la palabra racionalizante, que expone Nicolás Casullo en uno de los textos recopilados. Por otra parte, la decisión de oír lo inaudible se corresponde con la ética del ensayista, cuyo desafío es, según dice Giordano en el prólogo de su antología, “cuidar de lo impensable aunque violente o suspenda el curso de la razón especulativa” ( p.7).
El discurso sobre el ensayo es una antología que se propone reconstruir esa línea de pensamiento, a través de un conjunto de intervenciones críticas tendientes a asumir la defensa del género en un horizonte de debate, tanto con los saberes disciplinares como con la moral académico-universitaria. En rigor, estas intervenciones que reaccionan contra las generalizaciones de la teoría, también se oponen a la tecnificación que sufre el lenguaje en nombre de la retórica del paper y de otros genéros discursivos, como las tesis y monografías. A excepción del de Silvio Mattoni cuya escritura no termina de desembarazarse del tono tesis doctoral, los “discursos sobre el ensayo” recopilados son ellos mismos ensayos. Incluso, entre los materiales escogidos se cuentan muchos de los mejores exponentes de la tradición ensayística del siglo XX en la Argentina. Me pregunto, entonces, si para hacer justicia con el libro, no sería más preciso decir que esta es una antología de ensayos sobre el ensayo. Más aún, habría que subrayar que esta colección que reúne ensayos y ensayistas argentinos de las dos últimas décadas del siglo pasado está compilada por otro ensayista, quien llevó adelante su trabajo sin renunciar a su condición de tal. Como buen ensayista que es, Giordano sabe que hay que evitar el metalenguaje, para no traicionar al ensayo cuando se habla acerca de él (por eso, son ensayos sobre el ensayo los que conforman “el discurso sobre el ensayo”). Pero también piensa como un ensayista, al seleccionar aquellos criterios según los cuales realizó el trabajo de archivo. En consecuencia, esta colección de ensayos sobre el ensayo fue pensada ensayísticamente.
Hasta el texto que escribe Giordano como introducción pertenece al género. Ese ensayo inicial, que no se detiene en la explicación programática del libro, es mucho más que un prólogo. Se impone como una intervención a favor de la valoración ética del ensayo y del auténtico pensamiento crítico. Al mismo tiempo, su autor da rienda suelta a la tentación de polemizar (todos sabemos cuánto le gusta hacerlo) con quienes conciben el ensayo en términos retóricos. Pero, el trazado de esa línea de discordancia, en el caso de la antología, va más allá de la voluntad polémica, se define como el punto de vista, el criterio, según el cual Giordano se dispone a reconstruir la tradición crítica, menos como un pensamiento único, que como un campo de fuerzas en disputa. A través de la escucha disonante que lo lleva a descubrir discontinuidades en las continuidades, se manifiesta el síntoma de esa actitud “asaltada por una fuerte antítesis, quizá sin resolución”, a la que Ritvo llama “actitud ensayística”, para diferenciarla del “discurso que lleva su nombre” (cit. por Giordano, p. 237).
En definitiva, la antología que compone Giordano, antes que reconstruir una tradición monolítica, tiende a mostrar la tensión entre esos dos modos heterogéneos de valoración, a los que el crítico describe “como búsqueda de inteligibilidad” y “como experiencia irónica de los límites de lo comunicable”. ( Girodano, p.16). A excepción de las dos intervenciones de Beatriz Sarlo, el resto de los ensayistas convocados, realzan, aunque con diferentes modulaciones y matices, el ensayo como acontecimiento del saber y de la escritura. La primera, en cambio, elogia la plasticidad del ensayo como un recurso con el que puede contar la crítica especializada para resolver los problemas de la inteligibilidad. Aunque en posición minoritaria, la potencia argumentativa de Sarlo alcanza y sobra, no sólo como para dar cuenta de aquella perspectiva más ligada a los afanes comunicativos, sino también para trazar esa línea de bifurcación que divide la cultura del ensayo. En otro orden, la colección que compila Giordano incluye, junto al repertorio más clásico, otros textos igualmente interesantes pero menos conocidos. Por eso mismo, la antología se distingue por el alto valor de uso que adquiere al poner a disposición del lector un material hasta entonces disperso en libros y revistas culturales, pero también por su contribución a difundir aquellos más desconocidos por fuera del propio campo, como son los ensayos psicoanalíticos de Carlos Kuri y Juan Ritvo.
Las intervenciones están ordenadas cronológicamente según el año de publicación. A través del ordenamiento temporal se aspira a reconstruir, en términos más genealógicos que históricos, la reflexión acerca del ensayo como parte de una discusión más amplia abierta en los años ochenta, con la fuerte especialización que se experimentó en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales. En el marco de esta discusión que se interroga por las condiciones de posibilidad para la praxis y el pensamiento crítico, la defensa del ensayo no puede pensarse sino como el ejercicio de un modo de resistencia a los modos de institucionalización del saber y de la crítica literaria. Esta resistencia se ejerce sobre todo desde revistas culturales. Mientras informa, como si fuese pasando revista, dónde fueron publicados originalmente los ensayos, la antología, va punteando Babel, Sitio, El ojo mocho y Punto de vista como algunas de aquellas publicaciones que jugaron un papel decisivo en el contexto de este debate. Asimismo, al incluir varios de los ensayos del dossier “Últimas funciones del ensayo” editado, en 1990, por Babel, lo subraya como uno de los momentos más intensos de la discusión, casi como un hito.
Porque no se trata de reconstruir una tradición paso a paso, sino más bien de recrearla en sus estribaciones, la antología traza una cartografía intensiva (por decirlo con palabras de Perlongher) con cruces y líneas de fuga que sirven para identificar fenómenos singulares, sin pretender recomponer ninguna clase de compilación extensiva. Sin embargo, dicha cartografía no es aleatoria ni arbitraria. Pone en escena un campo de reflexión entendido como un espacio en donde pueden coexistir “múltiples terrazas e infinitos túneles, zonas viscosas y arenas movedizas, campos de batalla y cotos de caza exclusivos” ( Ferrer, cit por Giordano, 82). Por otra parte, al registrar disímiles definiciones, la antología se hace cargo de las mil caras que posee ese objeto poliédrico llamado ensayo. Por ejemplo, si bien, Ritvo y Ferrer lo piensan en relación con la música, mientras que el primero lo define como interrupción en analogía con las pausas y el silencio, Ferrer, en cambio, lo asocia a la composición musical en tanto texto sin objeto ni sujeto. Por su parte, Grüner lo piensa en otra sintonía, “como deslectura de lo más importante, de aquella falta que es la verdadera carnadura del texto” (cit. por Giordano, p. 65). La antología también se hace cargo de que el ensayo puede ser interrogado desde distintos lugares (instituciones) y con distintas modulaciones. Por eso, el corpus se abre al campo del psicoanálisis (Kuri, Ritvo), la filosofía (Kamisnky), la crítica literaria (Sarlo, Mattoni, Giordano) y las ciencias sociales (Grüner, González, Ferrer, Casullo, Cristófalo). Finalmente, también da cuenta de la condición arborescente del ensayo, la versatilidad de la que habla Lukács. El conjunto en sus derivas aborda múltiples temas y problemas, algunos ligados a cuestiones centrales, como la subjetividad, la que, a su vez, deriva en reflexiones en torno al nombre propio (a propósito se destaca el texto de Kuri como uno de los aportes más valiosos de la antología). Otras veces se desvía hacia relaciones más inesperadas, como aquella que propone González, entre el ensayo y la moda.
Finalmente, si las intervenciones que componen el corpus de la antología representan líneas de fuga al interior del discurso académico, es porque son llevadas a cabo por aquellos que sienten una profunda insatisfacción respecto de las reglas del juego impuestas al lenguaje y la escritura. Algo de ese malestar, se sintetiza en la lamentación de Ferrer: “Todo podría haber sido de otra manera si las ciencias sociales originarias hubieran preferido, como modelo prototípico de legitimación, al arte en lugar de las ciencias exactas” (Ferrer cit. por Giordano, p. 79, las cursivas son del original). En ese horizonte crítico, la defensa del ensayo implica también una ética de la escritura, que González define como “no escribir sobre ningún problema, si ese escribir no se constituye también en un problema” (cit. por Giordano, p. 85). En nombre de esa ética los ensayistas, a veces, buscan imágenes puras y transparentes contra las “débiles estridencias del lenguaje”, como lo hace Casullo, al abrir su ensayo con esa escena de la conversación, en una torre de Tokio, donde Wim Wenders y Herzog se preguntan por el destino de las imágenes en el contexto de la modernidad avanzada. Otros, en cambio, dejan que “hable el intervalo de sin sentido, el intervalo de opacidad que vuelve a decirnos no sólo que la vida y la muerte son pura interrupción” (Ritvo cit. por Giordano, p.243). Más allá de las diferencias, todos ellos se definen como escritores. Con mayor precisión, deberíamos decir que son críticos escritores o profesores que escriben, por citar la figura con la que prefiere invocarse el compilador.
(Actualización septiembre – octubre 2016/ BazarAmericano)