diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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¿Qué es la aflicción? En lengua y poesía rima con pasión. ¡Qué absurdo! ¡Como si se apenara sólo quien está en prisión! ¡Como si no se apenaran también los que son libres! ¡Si yo fuera libre, cuánta aflicción! Y, por otra parte, yo soy libre, libre como un pájaro.
Kierkegaard. Diario de un seductor.
Vikram Paralka (Bombay, India, 1981) es médico de formación. Las aflicciones es su primer libro. El argumento: Máximo recorre los trescientos veintisiete volúmenes de la Encyclopaedia medicinae, guiado por una especie de bibliotecario borgeano o Virgilio de las enfermedades bizarras.
En la contratapa se esboza la línea en donde se inscribe el libro de Paralka: La anatomía de la melancolía, de Robert Burton, y Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino. Mientras leía Las aflicciones, pensaba en una continuación posible de esa línea excéntrica: en las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob; en el Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce; en el Diccionario de lugares comunes, de Flaubert; Especies de espacios, de Perec; en los Hechos inquietantes, de J.R. Wilcock, en De los nombres del Diablo, de Alberto Cousté, y en el genial Exonario, de Jorge Mux. Libros que recurren a la estructura enciclopédica como operatoria narrativa, o poética, o literaria: catálogos, biografías, cartografías, nomenclaturas posibles, listas imaginarias, clasificaciones apócrifas.
En el caso de Paralka, se trata, por supuesto, de un repertorio de aflicciones. En la palabra misma (affliction en inglés) resuenan por lo menos otras dos: afección (affection) y, sobre todo, ficción (fiction).
¿Qué significa, en definitiva, estar enfermo? Decimos: “tengo fiebre”, “me pasa algo”. Ya sea como estado transitorio, posesión de una exterioridad o entidad maligna, toda enfermedad tiene su costado imaginario, manifiesto en las peculiares inflexiones de lenguaje que empleamos para nombrar el destino electrodoméstico de los cuerpos humanos: condenados a fallar. En el libro aparecen, entre otras, la “Amnensia inversa” –quien la padece es olvidado por las personas que lo rodean–, la “Tristitia contagiosa” –un tipo de melancolía fácilmente transferible– o la “Persona fracta” –alguien que se percibe como una persona distinta por cada actividad que realiza: cuando camina, cuando lava los platos, cuando se rasca la cabeza, cuando estornuda–. En una palabra: las enfermedades son, también, invenciones –no en el sentido de la hipocondría, claro–.
Pueden hacer la prueba: después de leer Las aflicciones, de Paralkar, prueben volver a cualquier enciclopedia médica. Personalmente, hice el experimento con un libro que compré por curiosidad hace como diez años: el Diccionario médico de signos y síntomas, de Frederic Casas Gassó. El efecto es el de la ficción de la aflicción, que pone en evidencia el esqueleto lingüístico, retórico y estilístico, estético y ético, sobre el cual se construye el registro científico. Cito al azar del Diccionario médico:
Abarognosia. Pérdida de la facultad de evaluar el peso de los objetos.
Disimbolia. Dificultad en el conocimiento de los símbolos más comunes, tales como reconocimiento de escudos, monedas, banderas.
Kleptofobia. Temor fóbico a cometer un robo.
Misopsiquia. Terminología no empleada actualmente, utilizada para definir el disgusto por la vida.
Después de leer Las aflicciones resulta imposible no deleitarse con este tipo de información científica. Como si las enfermedades no se ubicaran de un lado o del otro de lo real, sino en una zona más bien liminal, indiscernible en ese punto. En todo caso: cómo ingresan las aflicciones en la lengua. De eso se trata. No solo qué recortan como síntoma sino qué reparto implican: entre el bien y el mal, entre la belleza y la fealdad, entre los sujetos que las padecen y los que no.
(Actualización septiembre - octubre 2016/ BazarAmericano)