diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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pro Joca e Diego
Pocas son las referencias a Cruz e Sousa en las lecturas hispanoamericanas. De entre ellas, tal vez, la más recordada sea la que se encuentra en la nota dos del capítulo cinco, “La polis se politiza”, de La ciudad letrada de Ángel Rama: “El refinadísimo poeta del simbolismo brasileño, João de Cruz e Sousa (1861 – 1898), no dejó de escribir sobre temas políticos, como era previsible en un negro, hijo de esclavos libertos, que tuvo que enfrentar los preconceptos raciales de la época” (1). Espacio periférico ocupa esta su aparición en el texto, que, sintomáticamente, comparte con el abandono de la escritura por la lucha política y revolucionaria de un contemporáneo suyo, José Martí. Ambas menciones se refieren al vínculo de la política con la vida que la crítica anterior, afirmaba Rama, se había ocupado por obliterar en aquellos escritores finiseculares, fuesen simbolistas o modernistas.
En Brasil, la dificultad de su suerte no pareció ser otra. Olvidado entre los cuidados oropeles de las provincianas plumas del germanófilo estado de Santa Catarina, no fue sino hasta la aparición de Cruz e Sousa: o negro branco, la monstruosa por deforme holo-biografía que Paulo Leminski le dedicara en 1983, que su potencia comenzó a emerger de nuevo. Similar a la recuperación de Sousândrade llevada adelante por los concretos, Leminski encontraba en Cruz e Sousa la manifestación extrema de esa intensidad que él por momentos llamaba “vida” o “santidad”. A partir de ese texto, hay un antes y un después en la vida póstuma de Cruz e Sousa: ejemplo de vida radical la de ese joven negro, hijo de esclavos emancipados, adoptado por el propietario de su padre, el mariscal de campo Guilherme Xavier de Sousa, de quien tomaría un apellido, el primero siendo, así, el de su raza negra seguido del de sus protectores blancos, gracias a los cuales recibió una educación sólo reservada para los poderosos y que por sus propios méritos fue llevada a cumbres intelectuales que le merecieron ser parte esencial de la exposición argumentativa que Fritz Müller le hiciera en su correspondencia a Haeckel, compañero teórico de Darwin, sobre la no existencia de una raza superior. Sin embargo, nada en su vida tuvo los beneficios de la comodidad: su opción por el simbolismo dentro de un ambiente dominado por el parnasianismo del eje San Pablo – Río de Janeiro (que era dueño, además, de los cargos administrativos y diplomáticos del gobierno nacional) no lo excluyó tanto como sí lo hicieron sus aires de dandy melancólico o spleenético, políglota y, lo peor de todo, defensor acérrimo de los placeres del cuerpo y de la abolición de la esclavitud. No era fácil ser Cruz e Sousa afirma Leminski en su biografía. Maldito entre los malditos, murió en la indigencia tuberculosa de la periferia y su cuerpo, luego de ser transportado en el espacio reservado a los caballos en el tren, regresó a Río, donde pasó algún tiempo para, más de cien años después, ser reclamado por el gobierno de Santa Catarina, donde descansa ahora, en un Palacio en el centro de la ciudad que le es totalmente ajeno.
Por esos motivos, creo, es una gran noticia la aparición de Cruz e Sousa: Prosas selectas, antología bilingüe organizada por João Chiodini y cuya traducción al español estuvo a cargo de Cristian De Nápoli, con solapas de Ricardo Aleixo y un prólogo firmado por Manoel Ricardo de Lima, publicada por Sala 10 y que ofrece un amplio panorama tanto de algunos de sus textos recogidos en libro en vida como de aquellos otros que fueron apareciendo de manera póstuma. Doble mérito entonces: no sólo la publicación de un libro de Cruz e Sousa sino, también y sobre todo, de sus prosas, históricamente dejadas de lado por la densidad política de su tono, espacio donde el trabajo con el lenguaje, estilo y voz confluyen de modo privilegiado en su obra. Ese conflicto constante entre lo negro y lo blanco que Leminski destaca una y otra vez en su texto puede encontrarse en estas páginas en la confrontación entre África y Occidente, la barbarie y la civilización, entre el deseo y el régimen de la represión, entre la supervivencia, la muerte y los beneficios heredados de la casa-grande. Los textos aquí reunidos son de índole variada en cuanto al género (aguafuertes, prosas poéticas, artículos de periódicos, relatos y cartas) y a su publicación y circulación, si bien todos comparten el cuidado de la forma y la fuerza en el decir de la voz.
La poética de Cruz e Sousa está basada en el afecto y representada en un sinfín de matices definidos la mayor parte de las veces en un placer radical de orígenes demoníacos o en un sacrificio que atenta contra lo estatuido y la moral higiénica que quiso serle impuesta al amor constantemente mediante las instituciones cívicas para disminuir sus desmedidas consecuencias. En ese sentido, la risa, “síntesis de todos los tiempos”, aparece aquí y allá, por ejemplo, como símbolo de otra cosa: indignación o delirio del dolor del calvario del infierno. Todo en Cruz e Sousa es una manifestación de los tiempos históricos: la urgencia de la insurrección lumínica contra el régimen esclavócrata y sus detentores, sean estos la iglesia, las clases poderosas o el gobierno. Sus textos, por eso, están atentos a lo contemporáneo: pródigo en las citas de su biblioteca, no deja sin embargo de prestarle oídos y tacto al estilo, médium de sus condiciones para decir y, sobre todo, ser atendido y escuchado. Quizás por eso, el punto más alto de la antología sea “Emparedado”, allí donde delirio gozoso y melancolía se funden en una tempestad de puro derroche y oscuros fines que súbitamente se transforma en un manifiesto del entre-lugar cuya ética y justicia está definida en los “extáticos estados del alma”, “deslumbramientos estesíacos, sagrados” que arrebatan en las “violencias de la intensidad” al artista y que le hacen frente, con este su Sueño, a los muros de piedras y piedras que “altas, negras y terríficas” han sido levantadas por esas Civilizaciones y Sociedades contra las que él, como dirá más de medio siglo después Silviano Santiago, deberá oponer su escritura.
Arbitrarios son los límites entre naturaleza y cultura. Arbitrarios, peligrosos y potencialmente fascistas, se encargó de dilucidar Flusser. En ese su entre-lugar del emparedado, Cruz e Sousa situó su demoledora praxis del placer que no se atenía a otra cosa que no fuera a la justicia y el amor, si es que acaso en su vida y voz fueron cosas diferentes. En la yuxtaposición contrastante pero no opositiva de sus apellidos está cifrada no sólo la historia de un país a fines del siglo XIX sino también un presente que, desgarrado, parece ya no ofrecerle lugar a la con-vivencia del otro.
(1) En la polémica edición con prólogo de Hugo Achugar (Ángel Rama; La ciudad letrada. Montevideo: Arca, 1998), la nota se encuentra en la página 102.
(Actualización septiembre - octubre 2016/ BazarAmericano)