diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Julio Schvartzman
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Diego Colomba

La dureza impenetrable de lo real
Vivir en la salina. Cuentos completos, de Elvio E. Gandolfo, Córdoba, Caballo Negro, 2016.

¿Qué fuerza misteriosa arrastra a un hombre a vivir en una salina entre gente brutal, a experimentar por propia decisión el largo proceso de petrificación de su humanidad? Felizmente nunca nos dará una clara respuesta ese relato magistral que le da título a la compilación. Como tampoco “la historia de la mujer del tapado” de “Ferrocarriles Argentinos” nos entregará su sentido, y quedará “perdida e intraducible” como en el recuerdo de uno de sus personajes. Con justicia y con las mismas palabras de uno de los lectores que pueblan los relatos de Gandolfo (el de “Clasificación”), podemos asegurar que al menos hay una decena de cuentos “Nivel 1” que justifican sobradamente el libro (seguramente uno de los puntos altos editoriales de este año). Solamente las últimas cuatro páginas de un volumen de cuatrocientos ochenta y una se reducen al efectismo ingenioso que a veces propicia el género y se quedan sin oxígeno una vez concluida su lectura. Como si nos estuvieran diciendo, autor y editor, “ven que las cosas podrían haber sido de otro modo, valoren lo que se les ha dado en grandes y sobradas dosis de talento”.

Ese pulso deceptivo al que hacíamos alusión bombea la narrativa de Gandolfo y se hace manifiesto de múltiples formas. Por ejemplo, cuando el sino trágico de un antihéroe intenta explicarse por la lógica causal de las acciones: “Hay un momento en que Perales piensa en dejar la pistola, salir sin el cinto, marchar un poco más liviano. Pero tres cosas lo convencen de seguir llevándola: un pájaro que de pronto levanta vuelo desde un arbusto, una rama que se quiebra y se cae, podrida, y sobre todo el hecho de que se ha acostumbrado por completo” (“Contacto”). En otro de los pasajes intensos del libro, “El momento del impacto”, el relato de la caída de una ballena gigante voladora en el centro comercial de Rosario se vuelve un ensayo poético (compuesto musicalmente) sobre los efectos de la lectura literaria, cuando podemos encadenar las metáforas y leerlo en clave alegórica, pero pronto se interfiere nuestra afán reduccionista con algunas puntadas irónicas para que regresemos a la aventura del relato fantástico. Este cuento, como tantos otros (“El terrón disolvente” o “El diamante abierto”, para dar un par de ejemplos más), se deja invadir por un aire costumbrista (personajes, situaciones, hechos reconocibles) que un ventarrón imaginativo luego disipa, para llevarse consigo toda la realidad. No emerge buscando la compensación nostálgica o celebratoria de un orden, sino por su relación con el hábito de las conductas que interpela a los personajes de Gandolfo: “La principal pregunta, sin embargo, es por qué, además, nos proporcionan casi en el momento mismo de su aparición los micrófonos, las cámaras minúsculas, los seguidores de calor y las pequeñas procesadoras de datos inventadas para seguir a gente escurridiza, ingeniosa, inteligente y genial, y no a alguien como Temponi, tan previsible como la luna o las mareas. Misterio, profundo misterio”, expresa el narrador espía de “Los pasos en las huellas”.

Pero también se sustraen las respuestas cuando la pregunta por lo real, su consistencia y su aprehensión insiste en la misma superficie de los textos: “Durante uno o dos meses, sin embargo, el agua que salpicaba las rocas del borde cuando había mal tiempo no alcanzaba a penetrar o lavar la gran mancha de grasa que indicaba el sitio exacto donde el cuerpo del coronel (R) Perales se había enfrentado a la dureza impenetrable de lo real” (“Contacto”). Un problema solidario con la velada arte poética de un pintor que se pregunta por el fin de la empresa de crear: “Nunca pinté para alguien. Ni para mí mismo. Pinté para ver eso que quedaba cuando al fin terminaba un cuadro: una realidad paralela, plana, pero reproductora de lo real” (“El problema de Van Doren”).

Ya se ha vuelto un lugar común el trato de Gandolfo con los géneros. Sin embargo, a pesar de que el fantástico, la ciencia ficción, el policial y sus estereotipos orbitan en muchos de sus textos, con las expectativas de lectura que generan y las formas y estructuras que presuponen, la imaginación pareciera ser la fuerza con que lo real arruina el orden artificial que los géneros presuponen: “Un amigo tiene la teoría de que lo que ocurre en la imaginación es irrepetible, porque forma parte de la realidad y la realidad no se repite, al menos en el breve lapso de una vida humana” (“Cuando Lidia vivía se quería morir”). Podríamos preguntarnos entonces en qué medida esos modelos pueden prenunciar la naturaleza musical de los relatos (su composición) y sobre todo su riqueza tonal y rítmica, que hacen de Gandolfo un gran narrador. El cuidado del tono, de la inflexión particular de una voz casi siempre dialectal, sujeta a la intención o el estado de ánimo de quien habla en cada relato. Esa música es un límite para las prescripciones genéricas y justamente en el juego con esos límites, ese “llegar al límite” (también tematizado en el libro), hace a la potencia inusual de su escritura.

 

 

(Actualización septiembre - octubre 2016/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646