diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
El nuevo libro de Diego Vdovichenko, Las piedras, está abrazado por dos micropoemas que ofician como proposiciones, tal vez, de lo que continuará. Abre y cierra con una tentativa que si permanece circular como aspiración y deseo, al mismo tiempo, justamente por esa circularidad que no se interrumpe, se presenta como paradojal por su búsqueda inconclusa: “estoy pensando // en atribuirle sonidos a las cosas; / eso es, ruidos a los objetos. // bueno, y si es posible, chin chin”. Se trata de la formulación de una búsqueda, de un devenir que toca eso que se propone con un “chin chin” y abre posibilidades infinitas de oír y encontrar ese sonido de las cosas.
En una entrevista incluida en el libro Sobre el origen y el sentido (2001), Yves Bonnefoy sostenía que en la poesía contemporánea se opera un desplazamiento del silbato estridente a la música sabia de la poesía, y que esta subyace en la palabra misma operada del sueño mallarmeano contra el canto de Wagner. O sea, una música de las palabras que repondría la presencia de las cosas en el mundo. Algo similar podría pensarse de los poemas de Vdovichenko, en los que las potencias de las voces diferentes que se suceden y empalman, no solo hacen oír el sonido de las vidas humanas en tanto cosas del mundo, sino que entre esas voces oímos el sonido silencioso y tranquilo de las cosas que parecen tender a una comunidad cósmica por pura presentificación:
Las formas y las cosas tienen un modo directo de decir.
Lo caótico se encuentra
en el sonido que la botella genera al golpear rítmicamente
la mesa junto al eco suave del insistente goteo de la canilla
del baño de la pieza de arriba que jamás podré reproducir
mediante la escritura
Las cosas se expanden y se presentan, pero callan. Y en ese silencio que otorgan, el chin chin no se presenta más que en las voces que las conectan, pero que ya no es la de las cosas, sino lo que se dice de las cosas que tienen un modo directo de decir irreproducible por la escritura. Esto porque “todo se expande” en reflejos que no son; “choca de frente, no hay contemplación”. La poesía de Vdovichenko tiene lugar en esa expansión de las cosas y de los mundos, de la misma manera que el cuerpo parece expandirse en viajes y paisajes por diferentes medios de transporte: trenes, colectivos, bicicletas, aviones. Expandirse sobre las cosas y los paisajes hace que todo se choque entre sí, sin contemplación, y la escritura es el registro de esas expansiones en las que colisionan silenciosamente las cosas.
De ahí que la calma voz del poeta cuando emerge, para expandirse sobre el mundo, incorpore otras voces que toman por asalto la escritura. Las voces que chocan contra su voz, como las cosas del mundo entre sí, podrían pensarse como un romanticismo de las conexiones misteriosas que muchas veces se insinúa. De hecho, hay algo en la poesía de Vdovichenko que resuena a esa expansión de las cosas de la naturaleza y de lo humano tan presentes en la obra de John Keats como comunidades y encuentros entre las cosas del mundo. Pero la diferencia está dada en que no hay contemplación, sino puro choque en las presentificaciones de las cosas que se rozan, desplazan y rebotan sin interpenetrarse analógicamente; es decir, como si fueran piedras, las piedras que dan título al libro, que ruedan en un camino de escritura.
Y de este modo, los poemas expanden mundos familiares, propios, paisajes, objetos y hasta hacen chocar a los géneros para desplazarlos de sus estereotipos:
desde la pieza veo
cómo fuma
la vecina de al lado
en su patio.
Siento que mira
cómo ordeno la ropa
seguro me escucha cantar
las canciones de Kapanga
Vdovichenko cocina, limpia, ordena la ropa, hace las compras y también juega al fútbol, fuma como la muchacha, mira partidos y grita goles. Una ruptura de los estereotipos en el mismo choque de los géneros. Un choque y colisión que también se da con las temporalidades y las escrituras de poesía: “Un amigo me dijo que desde los noventa para acá los poetas/ escriben bajo el mismo tutor, nacen todos de la misma raíz. // ¿Acaso alguno de ellos vio a mi vieja regar las plantas desde los veranos del noventa hasta el día de hoy?”, pregunta Vdovichenko poniendo en vilo cualquier tipo de afiliación con la poesía de los noventa, al tiempo que promoviendo un espacio donde lo inclasificable, como toda la fuerza de su poesía, permite pensar en las potencias del “cualsea” de Giorgio Agamben como una irreductibilidad que emerge y se presentifica en los poemas, colisionando, como las cosas del mundo, para expandirse e imponerse con ellas.
Pero esa colisión de temporalidades, donde mejor se presenta es en:
Ponele en el 2060
Se puede hablar desde el papel y no es necesario imaginar la voz. Se puede escuchar la voz y no se puede imaginar la voz. Nadie nos contó la verdad de todo esto porque a nadie le importa pero supongamos que exista una única forma para todo aquello que queremos decir o nos dicen y repetimos, copiamos, como los monjes de esas edades que ya no se enseñan, que transcribían en tablitas de cera o papiros, ¿quiénes son los dueños de las obras?
Cómo serán los fideos con queso allá por el 2060.
Hay unas palancas en las máquinas poderosas que con solo bajarlas largan miles de poemas cantados por los altavoces de las canchas de fútbol. Mi sueño es clavarle un poema en el ángulo al rojo en el minuto 90 y que se quieran matar. Uno de esos que descontrole a la hinchada.
Todavía no encontré quién inventa las palabras.
Estamos acá y no sabés bien ni cómo seremos ni cómo somos
ni para qué somos y seremos.
Quería guardarme algunos libros para el viaje
pero es peso y lugar
y sabemos que ahora somos un montón.
Imagínate en el 2060.
Un verdadero choque de temporalidades entre el presente que es, pero que no sabemos ni cómo ni para qué (refutando la ontología, pero también la ética) y el futuro difícil de imaginar, pero no de conjeturar con una banda de poemas que salen de los altavoces y que colisionan en su sonido que no oímos con la fuerza de un gol en el minuto 90, hasta descontrolarlo todo. Eso es la potencia de los poemas inclasificables de Vdovichenko.
(Actualización julio – agosto 2016/ BazarAmericano)