diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Una profecía del pasado. Lugones y la invención del “linaje de Hércules”, de Edgardo Dobry, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010.
El libro interminable es El payador. Entre las muchas causas de esta afirmación está el enmarañado lenguaje y la secreta convicción de una amiga acerca de que en cualquier otra circunstancia –un país menos crédulo, una dirigencia más culta o pragmática– la escena del Odeón hubiera sido interpretada como la asistencia de un público honorable a la manifestación de un caso clínico digno de integrar los anales freudianos. Pero también están las posibilidades de lectura que el texto de Lugones ha generado desde su edición como libro, en 1916, a tres años de sucedidas las conferencias. Y allí aparece el estudio de Edgardo Dobry en el que arma un sistema desde donde lee a Lugones y, centralmente, a la operación Lugones a través de la cual se produce una doble confirmación: la de Martín Fierro como el poema nacional y la de Leopoldo Lugones, como el Poeta nacional. Quizás sea este uno de los puntos más visitados por la crítica en los últimos años, encarado desde nuevas y diversas perspectivas. Un buen ejemplo, de impacto en lo que podríamos llamar el campo de la crítica, es el libro de Miguel Dalmaroni, Una república de las letras: Lugones, Rojas, Payró. Escritores argentinos y Estado, de 2006, en el que se piensa a los tres escritores y sus producciones en relación con el Estado.
En este sentido, el libro de Dobry comparte esta línea central de análisis con otros estudios actuales pero suma otros aspectos sustanciales de la famosa “operación Lugones”, no tan explorados. Es interesante, por ejemplo, cómo, retomando en alguna medida las preocupaciones de la generación romántica, Lugones lleva al extremo la hipótesis de que la cultura argentina no provendría de la española en forma directa sino que, conquista mediante, se habría producido un corte por el cual nuestra lengua, ajena al nefasto humanismo católico, se emparentaría en forma directa con “el linaje de Hércules” y la tradición griega. En su análisis, Dobry hace notar la importancia de situar al autor en su contexto de producción porque parte de las ideas que sostiene Lugones proceden de esta etapa en la que dominaba en sus concepciones un punto de vista marcadamente anticatólico y antihumanista. La argumentación, por momentos delirante de Lugones, roza los límites de un hipotético género, la filología-ficción: veo en esa intrincada constatación de que el gaucho argentino es hijo directo del heleno clásico una posibilidad de incluir a El payador en una antología de ciencia ficción en la que se incorporaran ciertas formas de ficcionalizar la etimología y los estudios históricos de las lenguas.
Por otra parte, Dobry señala la dificultad léxico gramatical que implica para un hablante nativo la lectura de, por ejemplo, La guerra gaucha; el trabajo con la lengua –sobre el que, como indicara Graciela Montaldo, un lector debe efectuar una tarea de traducción– entraría en un contrasentido con la motivación de una imaginada temática popular. Y, en la doble lectura hacia la recepción crítica que lleva adelante, Dobry incluye los testimonios de críticos muy tradicionales que, aun cuando ponderaban a Lugones no pudieron evitar marcar sus hipótesis como dislates o su afán léxico como una conspiración contra algún tipo de sentido. Desde luego, aparece en medio de esto la ya famosa cita de Borges respecto de Lugones y su éxtasis por el diccionario... Lo que el crítico indica para La guerra gaucha puede verificarse en otros textos como Historia de Sarmiento, de 1911. De este libro, destinado a celebrar la memoria del maestro, Borges ha dicho que el capítulo inicial y el último “adolecen de gigantismo y prolijidad” y en ambos casos azora la distancia entre la intención de que sea un texto para la escuela y el lenguaje decididamente extraño, de un castellano pensado como lengua extranjera.
En síntesis, Dobry revisa puntualmente el argumento del poeta y con ello indaga en las lecturas posteriores que van desde la ironía borgesiana hasta las apologías más encumbradas. Este recorrido posibilita una lectura paralela, la de los distintos objetos “Lugones” que se han ido construyendo a lo largo del siglo y rememora aquella frase de Ana Barrenechea según la cual todo esfuerzo crítico está destinado a perecer. La habilidad de Dobry consiste, en esta instancia, en desbrozar lo todavía legible de lo perimido en esas críticas y su capacidad para situarlas en sus contextos específicos. También, en esta línea, el libro puede ser una lectura de Borges, de sus improntas críticas, como si estuviera en el ojo de la tormenta la originalidad borgesiana, el uso de la cita –y el de la no cita–, las omisiones premeditadas.
Aquellos lugares en los que Dobry sale del núcleo central sobre el que se ha detenido la crítica –decíamos, Martín Fierro y sus derivas– tienen que ver con esa lectura de recuperación de la generación del ´37, por un lado, y el fundamental análisis que lleva a cabo el crítico en la indagación de dos episodios polémicos: los cruces y relaciones entre José Enrique Rodó y Lugones, y los de éste con Rubén Darío. En el primer caso, Dobry examina dos intertextos: Renan, para Rodó y Nietzsche, para el argentino (aunque también Renan, usado, casi, de modo artero); esas lecturas los llevan a reproducir una polémica europea, con sus matices y distancias. Hace notar el crítico en más de una ocasión cómo los mismos materiales o los mismos supuestos (pongamos por caso, la identificación romántica entre lengua y patria) sostienen conjeturas diferentes y hasta opuestas. Pasa esto con Lugones y Rodó, pero también entre Lugones y Borges o entre “el poeta nacional” y sus despreciados españoles, Castro, Ortega, Unamuno. No se puede desgajar al poeta de las polémicas de su tiempo y del ambiente intelectual creado, en este punto, por el impacto que provocó el Ariel. De algún modo, Lugones no es él sin Rodó: “La magnitud alcanzada por el arielismo no puede desconocerse como trasfondo de las posiciones tomadas por Lugones. Sin mencionar a Rodó, hay pasajes significativos de El payador que obran como respuesta implícita al movimiento de opinión surgido de la lectura de Ariel como discurso a las nuevas generaciones americanas”.
En cuanto a Darío y Lugones: entre lo razonadas que son las circunstancias y las decisiones estéticas e ideológicas que se proponen ejecutar los “contendientes”, hay un resto librado no diría al azar sino al ego. Recuerdo a Oscar Terán señalar la decepción inscripta en la acritud de la elogiosa reseña con que Lugones recibe Los raros y en la misma línea, Dobry se expande sobre esta dolorosa exclusión, que provoca transformaciones, según lo sugerido por Martín Prieto, en su evolución estética. Estaba claro, sin embargo, que Lugones, venido a los 22 años a Buenos Aires desde Córdoba el año en que Darío publica, en la capital, Prosas profanas, no podía competir por un puesto en el trono del “poeta americano” y, en consonancia con su creciente nacionalismo, se imagina como un posible poeta nacional. En algunos textos se podrá observar, nos dice Dobry, “la transición entre el poeta esteticista del modernismo y el ideólogo nacionalista del Centenario”, tal el caso del prólogo a Lunario sentimental.
Las relaciones con los otros escritores otorgan un raro espesor a la situación de Lugones: se lo ve más allá del teatro Odeón, luchando por un espacio y en contacto con otros que también actuaban en esa arena pública. Incluso Dobry establece otras conexiones no tan notables a simple vista y que abren una veta de investigación nueva e interesante. Es el caso de la confrontación entre Lugones y Spengler, coda final al capítulo destinado a Lugones y Rodó, las inconfesadas lecturas de los románticos españoles por parte de los locales –observación que ha hecho por su parte Jorge Myers desde la historiografía en tanto cuenta pendiente de los estudios del período: tanto la crítica literaria como la historiografía han mantenido ese silencio de nuestros románticos y sólo en trabajos recientes se ha comenzado a indagar en este aspecto, como el caso de Marcela Romano el que constata el uso de los versos de Espronceda en El ángel caído de Esteban Echeverría– o las casi textuales coincidencias entre afirmaciones tempranas de Borges y los críticos o escritores hispanoamericanos nunca citados por el argentino. Así, el libro de Dobry es completo en cuanto a la indagación puntual de su objeto y sugerente para posibles formas de abordar otras cuestiones cercanas, laterales o complementarias.
Es realmente valioso, a mi entender, cómo Una profecía del pasado posibilita un análisis que dé cuenta con claridad de las instancias de producción más generales que luego se dirimen en el ars poetica de un autor, de las constelaciones de época que allí se manifiestan y del uso y la resignificación de las críticas precedentes, desbrozando en ellas lo que todavía hoy pueden aportar para leer un texto, un contexto, y poniendo de relieve las malicias, ojerizas y estrabismos de los críticos y de los mismos protagonistas (aun cuando sean esos celebérrimos viejecitos aparentemente inofensivos).
(Actualización julio-agosto 2011/ BazarAmericano)