diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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El exégeta de Benjamin
La era de la traducción. "La tarea del traductor" de Walter Benjamin, un comentario, de Antoine Berman, Buenos Aires, Dedalus, 2015. Traducción de Eugenio López Arriazu.

En 1984, Paul de Man dice ante los asistentes a su conferencia sobre “La tarea del traductor” de Walter Benjamin, que “en la profesión no se es nadie mientras no se haya dicho algo sobre este texto”. Más allá de la ironía, la afirmación muestra que el texto que escribe Benjamin como prólogo a su traducción de los “Cuadros parisinos” de Charles Baudelaire, es un centro de atracción misterioso que ha sido y sigue siendo objeto de innumerables comentarios. Además del de Paul de Man, pueden nombrarse, entre muchos otros, los de Jacques Derrida, Haroldo de Campos, Pablo Oyarzún o el más reciente de Andrés Claro, quien lo toma como base de su monumental Las vasijas quebradas. Cuatro variaciones sobre “la tarea del traductor”.

Dentro de la obra de Antoine Berman (1942-1991), publicada en gran parte póstumamente, La era de la traducción es un eslabón más en esa cadena de lecturas.  Se trata de un seminario sobre el texto de Benjamin que Berman no pudo revisar ni preparar para su publicación, y que se editó en francés recién en 2008, después de un trabajo complejo de transcripción dirigido por Isabelle Berman, su viuda, también traductora (junto a la que Berman tradujo, entre otros, a Roberto Arlt). La editorial argentina Dedalus, que publicó en 2014 La traducción y la letra o el albergue de lo ajeno –título central para acercarse al pensamiento bermaniano– sacó hace meses la traducción de esta obra, firmada por Eugenio López Arriazu.

En el ámbito de los estudios sobre la traducción que comenzaron a cobrar autonomía ya pasada la segunda mitad del siglo XX, Antoine Berman tiene una posición insular. Sus textos reflexionan sobre la práctica por fuera de las líneas teóricas dominantes, escapan del enfoque de la lingüística o la sociología y rechazan de lleno la posibilidad de una teoría general sobre la traducción. Berman postula la “traductología”, menos un enfoque o disciplina que un tipo de reflexión, a la que define como “la articulación consciente de la experiencia de la traducción, distinta de todo saber objetivante y exterior a ella (tal como la elaboran la lingüística, la literatura comparada, la poética)”. Desde este sitio, Berman atacó lugares comunes en los modos de definir a esta práctica y delineó una posición particular centrada en la “traducción de la letra”. Al repasar estas hipótesis se vuelve evidente la trascendencia que tienen, en el planteo de Berman, las ideas benjaminianas.

Las primeras líneas de La era de la traducción señalan la importancia de “La tarea del traductor”: “Consideramos este texto como el texto central del siglo XX sobre la traducción. Quizás cada siglo solo produzca un texto de este género: un texto insuperable, del que debe partir cualquier otra meditación sobre la traducción, aunque más no sea para levantarse contra él”. ¿Qué tiene el texto de Benjamin? ¿Qué vuelve tan decisivo a ese prólogo –que borra las marcas genéricas de un prólogo– y que, como lo señala Berman, no es “ni ensayo, ni manifiesto, ni teoría”? Escrito en 1921 y publicado en 1923, “La tarea del traductor” es enigmático, esotérico, casi indescifrable en aquellos pasajes en los que Benjamin conecta la noción de traducción con una filosofía de la lengua que desemboca en ese concepto de gran abstracción: el de “lengua pura”, presentado como el fin mesiánico de los idiomas. Al mismo tiempo, “La tarea del traductor” es claro y contundente en sus postulados centrales, aquellos que operaron una reformulación en el pensamiento sobre la práctica. Benjamin piensa a la traducción como una actividad, al mismo tiempo, autónoma y derivada, echa por tierra ciertas ideas sobre la práctica consolidadas a lo largo de los siglos –entre ellas, su concepción como copia de un original, pero también su definición como un acto de restitución del sentido de ese texto extranjero–, expone el equívoco de nociones arraigadas como las de “fidelidad” y “libertad” y defiende la importancia de la “literalidad”, piedra de toque de su filosofía sobre la traducción.

Ahora bien, La era de la traducción de Antoine Berman no consiste en un ensayo sobre Benjamin, sino, como se lee en el subtítulo, “un comentario” a ese texto escrito por “un gran pensador de la traducción que no es un gran traductor”. Berman reflexiona sobre el alcance de ese término, que en la tradición filosófica y teológica está ligado a la traducción. El comentario, ese movimiento hermenéutico que acompaña el devenir de una obra, se produce en este caso a partir de la disección del texto en alemán de “La tarea del traductor”, pero también de sus traducciones francesas (en especial la primera traducción, de Maurice Gandillac, que para Berman “presenta las falencias estructurales de toda primera traducción”). Berman segmenta “La tarea del traductor” en párrafos y glosa cada una de esos párrafos confrontándolos con sus traducciones.

Una vez puesto en funcionamiento, el comentario bermaniano tiene una impronta filológica evidente. Esto se debe a su naturaleza misma, como se enuncia en el “Cuaderno 3”: “un comentario es algo diferente de un análisis crítico. Éste apunta ante todo a las ‘ideas’. El comentario apunta al lenguaje del texto: a su letra”. Berman se detiene en los vocablos alemanes –“Übersetzbarkeit” (traducibilidad), “Überleben” (sobrevivir), “Fortleben” (supervivencia), “Darstellung” (presentación), “die reine Sprache” (la lengua pura)–, los explica, corrige las traducciones francesas de esos términos, propone otras. En ocasiones, en un solo término es capaz de ver condensada toda una cosmovisión benjaminiana (como en “Bergwald”, que para Berman debe traducirse como “macizo forestal” y no como “bosque”). En otros momentos ve en un término una red de referencias: alumbra el alcance en Benjamin de esa palabra fundamental, rein (puro), a través del envío a Kant pero también a los poemas de Hölderlin.

A medida que avanza, el comentario de Berman modifica su ritmo. En ciertos pasajes fluye sin dificultad, en otros se paraliza. La mayor parte del tiempo expande el texto benjaminiano, lo potencia con ejemplos, precisiones, explicaciones. Se dedica durante páginas a la profundidad de la noción de “lengua pura”,  critica en más de una ocasión, acompañando a Benjamin, lo que denomina “el platonismo de la traducción”: la idea dominante de que la traducción sólo consiste en un trabajo de liberación del sentido del texto extranjero (y, por lo tanto, de idealización del sentido). También recurre al ejemplo. Cuando tiene que explicar la dialéctica de la “resistencia de la obra a la traducción”, de la traducibilidad y la intraducibilidad, lo hace con dos casos argentinos: Borges y Arlt.  Mientras que la lengua del último expone de forma ostensible la resistencia a la traducción, la lengua del primero se caracteriza por una resistencia casi nula: el texto de Borges “consiente” la traducción, dice Berman, instala “una especie de acuerdo a priori entre el francés y el español”, y el “hecho no tiene nada de sorprendente si se conoce la intensidad de la relación del autor con la lengua y la literatura francesa”. La afirmación es, por lo menos, llamativa, y uno se pregunta qué Borges leyó Berman (por cierto, no al “francófobo”, como lo define Saer en uno de sus ensayos).

En otros pasajes, Berman choca contra la oscuridad de la letra benjaminiana y lo reconoce: “Confesémoslo: por el momento, estas proposiciones sólo pueden permanecer oscuras”; o: “A primera vista, esta oración es incomprensible…”; o: “El texto adquiere aquí una densidad casi insostenible”. El Berman lector admite la dificultad, se detiene ante ella. Sería insensato, además, exigirle una claridad constante frente a un texto como “La tarea del traductor”, claridad que volvería dudoso el trabajo del comentario mismo para caer en una simplificación también sospechosa.

Si bien a lo largo de La era de la traducción Berman acompaña de cerca el texto que comenta al tiempo que lleva a cabo sus propias afirmaciones, hacia el final del libro aparece un momento en que ese comentario da un salto, suspende su obediencia al texto benjaminiano. Es el momento en que Berman ubica a “La tarea del traductor” en su sistema de pensamiento, lo lee desde su propia perspectiva. Benjamin sostiene que el fin de la traducción es el acceso a esa “lengua pura” –lengua que no expresa nada, ajena al sentido, pura lengua– a través de la expresión de un parentesco suprahistórico de los idiomas. La vía para el cumplimiento de esa misión es la literalidad, “en la que el traductor hace caer todo su peso la sintaxis de la lengua extranjera sobre la suya. Este movimiento es el más ‘violento’ que hay. Porque produce precisamente la manifestación fulgurante de la lengua misma (…) Al arrancar la obra y su lengua de la esfera de la comunicación, la traducción libera la esencia pura de la lengua, que es la letra”. Ahora bien, Berman decide conectar esa lengua pura con la oralidad, con la “verdad oral” de la lengua. Esa conexión se postula más de una vez en La era de la traducción –Berman incluso la rastrea en otro escrito de Benjamin–, pero hacia el final de su seminario aparece como el descubrimiento singular, el hallazgo del trabajo de comentario: “La traducción, pretendidamente limitada a la transmisión del sentido de un escrito a otro, se realiza en la acentuación de la oralidad presente en el original. Sí, la atención a la letra es inseparable de la atención a la oralidad (…) Al decir esto vamos más allá de Benjamin. Decimos –del todo osadamente y corriendo el riesgo de todos los equívocos–: la lengua pura es el dialecto. Con mayor precisión: la esencia dialectal de la lengua”. Es cierto que, como si estuviera imitando el texto que comenta, Berman se vuelve de pronto benjaminiano en el estilo, contundente pero también opaco. En ese momento es cuando La era de la traducción se cierra, exigiendo que se abra entonces el comentario del comentario.

 

 

(Actualización julio – agosto 2016/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646