diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Y quién más que ella sabía que la memoria era una trama incompleta, desahuciada, elaborada por una arañita que tejía y destejía los hechos, equivocaba el recorrido, remendaba agujeros con nudos, abría nuevos puntos, iniciaba líneas donde no había nada, truncaba caminos que habían ido construyéndose con paciencia.”
Laguna es la primera novela de Vanina Colagiovanni, autora, hasta el momento, de tres poemarios: Travelling (2004), Sala de espera (2007) y Lo último que se esfuma (2011). Hay sin embargo, un hilo en común, una preocupación que se mantiene de un género a otro: la memoria. Así, en “Azul pálido”, perteneciente al último los tres libros, leemos: “habito otro espacio / después de haber recorrido una hilera de recuerdos / que no tienen sentido / pero que de un modo u otro / llegan hasta hoy”. El poema podría ser la cifra de lo que le sucede a Nubia, la protagonista de Laguna: al comienzo de la novela la encontramos despertando desconcertada junto a alguien que la trata con familiaridad pero que, para ella, es un completo desconocido. No es la primera vez que algo así le sucede: “Lo que fuera que necesitara pagar ya lo había hecho, dos años de su vida había perdido y encima qué años, de los 12 a los 14, fundamentales en la vida de cualquiera”. El centro de la novela será, entonces, rellenar esas dos pérdidas, esas dos lagunas, la del último año perdido y la de la adolescencia. Como en el poema citado, Nubia irá recuperando fragmentos, pistas que intentará ordenar para darle sentido a su pasado y a su presente.
Mientras leía Laguna pensaba que, de algún modo, todo intento de acercarse a la propia historia familiar y personal es, de algún modo, una búsqueda amnésica, como la del personaje central de la historia. Recordaba una actividad que hice con mis alumnos hace unos días, en la que tenían que reconstruir sus árboles genealógicos, pero no como meras nomenclaturas, sino como árboles sostenidos por historias: quiénes eran, de dónde vinieron, a qué se dedicaron, qué relaciones tenían entre sí todos esos nombres que se expandían por las múltiples ramas de sus genealogías. Me sorprendió encontrar que muchos alumnos se toparon con el silencio, con lo prohibido: “de ella no me quisieron hablar”, “me dijeron que mejor no preguntara”. El secreto, lo oculto, se expandía como un virus por debajo de las meras relaciones de parentesco. Cada aproximación a la reconstrucción de la historia familiar fue, de algún modo, una búsqueda inconclusa, una lucha contra lo que se olvidaba, lo que se decidía olvidar y lo que se prohibía recordar. Algo de esta lucha contra los fantasmas de la memoria familiar está presente en la novela de Colagiovanni.
Podríamos decir, acaso, que Laguna es una novela de misterio, en la que el enigma por revelar es, justamente, ese pasado perdido. O, más bien, el enigma es la identidad, tema central del texto: ¿cómo habitar nuestra propia identidad si no recordamos quiénes fuimos, quiénes somos exactamente? Lo propio, así, se transformará en ajeno (yo es otro, murmura Rimbaud): “En sus manos el papel se transfiguraba, los origami eran pequeños recuerdos, souvenirs, no de lugares visitados sino más bien de otros tiempos, de épocas que en ese momento le parecían países extranjeros, lugares exóticos que ya no habitaba y a los que no iba a volver”. Investigadora de sí misma, Nubia deberá enfrentar con las pocas herramientas con las que cuenta un doble trabajo: prevenirse ante nuevas pérdidas y cavar en el blanco que constituyen todos aquellos momentos extraviados. En su intento por aferrar un pasado siempre en peligro, coleccionará pequeños objetos, miniaturas que serán cifras mínimas de la memoria, pequeños fragmentos de tiempo: “Elena se refería a veces a las miniaturas de Nubia como ‘tus souvenirs’ y en el aire quedaba agitándose la pregunta. Qué es un souvenir, por qué se intenta recordar un lugar o unas vacaciones a través de un objeto, la mayoría de las veces inútil y hasta ridículo, cuál es la idea que se encuentra en estas cosas que se atesoran, se exhiben en una repisa y se olvidan hasta que se intenta revivir un momento, un lugar, una compañía. Sus miniaturas no eran otra cosa que entidades que reemplazaban a otras, objetos que guardaban memoria(s)”. Nubia se convertirá, entonces, en una coleccionista cuyos objetos más preciados estarán determinados no por su valor económico sino por el memorialístico. El tema de su (incompleta) colección será, por supuesto, su propia biografía. En ese adentrarse en su memoria quebrada, el presente se tornará brumoso, hasta el punto en que llegará a desvanecerse por completo. Sobre esta relación entre miniatura y mundo, Susan Stewart plantea -en El ansia (Narrativas de la miniatura, lo gigantesco, el souvenir y la colección)- que la miniatura es un mundo de tiempo detenido, cuya calma enfatiza la actividad que hay fuera de sus bordes: una vez que nos concentramos sobre el mundo de la miniatura, el mundo exterior se detiene, está perdido para nosotros. Se asemeja, de esta manera, a la estructura de la imaginación, como en el mundo de Oz o en Narnia. Aquí la protagonista también abandonará el mundo que la rodea para emprender su propio viaje (y el viaje implica siempre, como sabemos -sea en El mago de Oz, o en Las crónicas de Narnia o en cualquier otra novela en la que acontezca-, una transformación). Nubia se trasladará a las sierras de Córdoba, donde recalará en una comunidad neohippie en la que, bajo su superficie cándida y liberadora, se esconde algo del orden de lo siniestro. Será allí, en el aislamiento de ese pueblo perdido en medio del campo, en medio de un tenso juego de relaciones interpersonales con los pocos miembros “fijos” de la comunidad –en las que el erotismo y el poder estarán siempre en juego, donde Nubia deberá afrontar (aunque bajo permanentes titubeos: “¿quién podía decir qué era verdadero y qué falso? ¿no estaba todo adulterado?”) lo más difícil: la revelación de lo que su memoria había censurado. Eso que es objeto de la censura, del mecanismo de la represión, siempre conlleva algo que representa el peligro (para otro, para uno mismo): en esta línea, cada avance que realiza el personaje principal es, a su vez un retroceso: cada nueva pista develada es la revelación de un fragmento de pasado, algo que asoma sin cobrar forma por completo, pero que puja por salir. Lo desdibujado, lo borroso, lo que apenas es un bosquejo de lo que alguna vez fue la experiencia se torna, por momentos, más real que el presente: “¿Qué instrumentos usar para enfocar el detalle de lo que había percibido en comparación con lo que recordaba? Todo lo irreal, todo lo opaco trataba de permanecer como lo verdadero, como lo único”. Lo siniestro, esa sutil atmósfera de inquietud en la que la protagonista se desenvuelve desde la primera línea de la novela, se corporizará a través de una terrible revelación. La ajenidad se desdibujará y tanto Nubia como el lector (que la acompañó página tras página en sus asedios al aparente desierto de la memoria, en sus hipótesis acerca de los flashes de imágenes que comienzan a poblarla desde su llegada a la comunidad cordobesa) deberán asumir la reescritura de una biografía, ahora completa, en la que dolor y melancolía serán dos elementos claves de su constitución. Una vez develado el pasado podrá, tal vez, olvidar (esta vez como gesto consciente, intencional) para vivir, ahora sí, su presente.
(Actualización mayo – junio 2016/ BazarAmericano)