diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Memorias inadaptadas
La cabeza contra el suelo, de Paco Jamandreu, Córdoba, Caballo Negro, 2015.

En tanto evocación escritural de un tiempo pasado, de una época que se recupera en la página, pareciera que en las memorias es donde se manifiesta más claramente la anacronía a la que quizás esté destinada toda remembranza de la letra. Es decir, si en las memorias es más patente un principio de inadecuación del texto en una diacronía de lecturas posteriores, en La cabeza contra el suelo (Córdoba: Caballo Negro Editora, 2014), las memorias del modisto, vestuarista y crítico de moda Paco Jamandreu, me interesa precisamente aferrarme a la productividad de esa anacronía. De esa forma se habilitan, se destraban, podría decir, una serie de nudos críticos que la lectura de sus páginas ocasiona.

            Releer a Jamandreu, publicado por primera vez en 1975 por Ediciones de la Flor, reeditado en 2014, conlleva desentrañar la experiencia gay –¿la condición?– con todo lo que el transcurso de cuarenta años implica para lo que Ernesto Meccia ha sugerido en Los últimos homosexuales: sociología de la homosexualidad y gaycidad (Buenos Aires: Gran Aldea Editores, 2011) en una temporalidad que rebasa el significado de “homosexual” –para definir o identificar a un grupo de personas– para abrirse necesariamente al gradual corrimiento hacia lo “gay” como diferencial para nombrar(se) como diferencia sexual. En su breve presentación a este trabajo, Dora Barrancos anota que Meccia “indaga sobre el significado del fenómeno que (sorteando los equívocos maliciosos) podríamos denominar una inadaptación a las urgentes transformaciones sociales y políticas de las últimas décadas por parte de un cierto número de individuos homosexuales”. Inadaptación, dice Barrancos; inadecuación, propuse antes –doble, agregaría: la del texto, de sus formas y de su contenido, lógicamente; y del sujeto que escribe lo que vivió, implicado por partida triple: narrador, personaje, y autor. Jamandreu es un sujeto queer hoy anacrónico –en su tiempo deliberadamente inadaptado–, que registra en sus páginas la paradojal productividad de su inadecuación. ¿No es acaso el título de sus memorias, La cabeza contra el suelo, una sugerente posición corporal que Jamandreu se encarga de resignificar como expresión de un estado más de inadecuación con el status quo que de entrega o sumisión pasiva?

Puse mi cabeza contra el suelo y golpeando con mi puño de chico el piso, quise decirle a mi padre, y a mi madre tan valiente, a mi vieja, intocable y admirada abuela, que eran cobardes.

Creo que fue la primera vez que mi padre se dio cuenta de que en mi vida nada me detendría en mis gustos y en mis deseos; que el bien y el mal sólo corresponderían a mi propia apreciación.

El joven Francisco Jamandreu reacciona así a una historia de amores prohibidos por la misma institución familiar que lo contempla en ese momento y que lo verá rearmar su propio relato, el de un niño a quien siempre le “gustó dibujar vestidos, hacer trapitos y cosas por el estilo” al de un modisto y asesor de renombre –aunque llegue a definirse como “una especie de vedette con muchas mañas, que precisó del público”–, pero que una y otra vez el propio Jamandreu imagina desde la incongruencia de una niñez que no dejó nunca de ser:

Cuando papá nos obligó a enterrar todos los juguetes, nos dijo que con el correr del tiempo, cuando tuviéramos hijos, cuando tuviéramos alguna pena, o nos sintiéramos demasiado grandes, a lo mejor, el saber que teníamos los juguetes enterrados en el jardín de la casa vieja, quizás pudiera ayudarnos en la vida.

            …

Yo sé que están allí, dormidos y que sí me esperan. Porque con la ceremonia de haberlos enterrado, en cierto modo, hemos logrado que el tiempo se detuviera para siempre en ese rincón donde todavía Jorge, Herminia y yo seguimos siendo niños.

Si hasta pareciera que las memorias un poco son como desenterrar los juguetes de Jamandreu, como cápsulas de tiempo ordenadas para dar cuenta de distintas fases, entre los años 1930 y 1970 y tantos.

            El daño, el trauma de ser diferente en un pueblo que no identifica (se sabe es Estación Malaguita), impulsa a Jamandreu a irse a Buenos Aires a probar suerte con sus dibujos. Por eso señalaba antes que la incongruencia o, como diría Barrancos, la inadaptación, en la moral del pueblo le depara un destino, justo después de ser llamado puto en un baile, interpelado por “un grupo de chicas y muchachos…todos, con la valentía de los muchos”. Las memorias de ese chico que una segunda vez recordará haber puesto la cabeza contra el suelo –después de haber escrito sobre modas en revistas, de haber trabajado en vestuarios de películas, de haber diseñado a pedido y de haberse vuelto celebridad por sus desfiles, shows y escándalos en vivo, después de haberse desengañado una vez más, de haber constatado la brevedad de desear distinto– alcanzan a contener los afectos que involucran la inadaptación de las memorias como relato de formación sentimental:

Ya no me importaba. Ni el fuego. Ni la ceniza. Ni la sombra de los pájaros. Pasé mi cabeza contra el suelo y con aullidos de fiera en celo, de fiera herida, grité. Grité por lo que hice y por lo que no hice. Por lo que quise y no pude hacer. Grité golpeando con mis puños crispados por esos momentos que ya nunca podría sacar de mi corazón y por ese primer aviso que me daba la vida de la soledad que inexorablemente marca el final de los días de los como yo…

“Los como yo” es desde luego la formulación de una identidad divergente, de la conciencia y afirmación de una diferencia que recorren las páginas de las memorias de Jamandreu. Un planteo que se afirma en una ética de la inadaptación, en el “ir con la verdad” aprendido del padre; es decir, una imposibilidad de una ética y epistemología del closet es lo que hace de Jamandreu un homosexual que demanda un lugar y una voz que se enfrenta con tiempos y lugares más de una vez poco propicios para agenciar su propia alteridad. De esta manera las formas de la escritura alcanzan una igualmente productiva inadecuación que acompaña esa voz “otra” que protagoniza y narra:

                Un día, Zully Moreno se permitió hablar mal de los homosexuales delante de mí.

–Usted, mi querida –le dije– tendría que saber que si ellos no existieran no habría buen cine, ni ballet, ni música, ni siquiera grandes jerarcas… ¿Sintió hablar alguna vez de Benavente, Chejov, García Lorca, Gide?... ¿Qué le contaron de la sociedad griega?... ¿Qué cree usted que son los genios del cine italiano de hoy? ¿Quién es Pasolini? ¿Quién es Visconti? ¿Ha oído hablar de Walt Whitman, de Luis XVI, de Cicerón? ¿Sabe, usted, mi amor, que todo lo que usted pregona, que todo lo que usted compra en París, está inventado por gente así?

“Ellos”, “gente así”; una deixis, una curiosa pero esperable construcción lingüística por su temporalidad homosexual, para volver a lo sugerido por Meccia, que defiende la causa, que sabe, que recurre a una estrategia canonizante, legitimadora y dadora de un saber acerca de los linajes de la homosexualidad que presiente ignorado, pero que no lo incluye retóricamente en ese grupo aludido. Las memorias acomodan de esta forma un designio informativo que remedie la ignorancia de la Moreno y de no pocos, incluso hoy. La reflexión acerca de la condición homosexual es disparada por este tipo de anecdotario, pero Jamandreu también recurre a estrategias de intertextualidad como medio legitimador de las posiciones expresadas: “En su libro Nuestro amor, ese valiente genio que es [Roger] Peyrefitte dice respondiendo a alguien que le dice que la homosexualidad viene de Oriente: ‘Viene de todas partes. Se la encuentra en todos los pueblos…’”.

            El exceso acompaña su carrera; de esfuerzo, de sexo, de escándalos, de despliegues en sus desfiles, y de despilfarro. Otra loca eminentísima, Severo Sarduy, en sus Ensayos generales sobre el barroco (México: FCE, 1987), propondría una estética del derroche en el neobarroco que Jamandreu incorpora  con el gasto desmesurado como una compulsión habitual, otra inadaptación. Acompaña su vida –tanto como sus deudas– la entrega al consumo suntuoso, de manera que no es inexacto pensar su vida como Judith Halberstam se planteaba, hace unos años (en In a Queer Time and Place, NY: NYU Press, 2005), los modos de vida queer, en el rechazo a instituciones y mandatos heteronormativos: la pareja estable, el éxito, y la pulsión de ahorro del futurismo reproductivo de la mente hétero. La inadaptabilidad o excentricidad financiera de Jamandreu narrada en sus memorias permite ese fructífero desvío epistemológico que observaba Halberstam, por el que “si intentamos pensar acerca de lo queer como el resultado de temporalidades extrañas, horarios imaginativos, y prácticas económicas excéntricas, alejamos la cuestión queer de la identidad sexual para acercarla a un entendimiento del comentario de Foucault…de que la ‘homosexualidad amenaza a la gente como un “modo de vida” antes que como una manera de tener sexo” (Halberstam).

            La feraz inadaptación de La cabeza contra el suelo excede la escritura de las memorias de semejante puto y se infiltra en la multiplicidad de discursos, voces, incluso géneros, que aparecen fugazmente travestidos en las memorias. Acomoda en sus páginas historias insólitas durante sus giras con modelos y productores por América Latina y Europa; o la intriga detectivesca que sostienen sus páginas al recordar a un amante perseguido por mafiosos. Tom Robbins alguna vez dijo que la gente escribe memorias porque carece de la imaginación para inventar cosas. Paco Jamandreu lo desmintió unos cuantos años antes. La atrayente escritura de sus inadaptadas memorias pareciera soltarse de la necesidad de evocar reteniendo verosimilitud y rigor fáctico. Lleva la indisciplina del contenido experiencial a las formas.

 

 

(Actualización marzo – abril 2016/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646