diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Bloque I Espacios
Todo libro, en tanto soporte material, comienza a desplegar sus sentidos desde la portada. Editorial Momofuku ha hecho de esta aseveración una religión dotando a sus publicaciones con artes de tapa sumamente significativos. Para el caso que me convoca, el reciente ensayo de Maximiliano Crespi Los infames. La literatura de derecha explicada a los niños, me muestra la imagen de un gato antropomorfizado sacando a pasear una jauría. La relación de poder entre el gato y los perros, simbolizada por las correas con las que los domina, homologa (y refuerza) la relación pedagógica presente en el subtítulo (el crítico que “explica” y sus lectores -los niños, sujeto usual del discurso pedagógico y moral- que aprenden).
El libro se estructura en torno a una posición sobre el ecosistema literario: la convivencia de tres tipos de realismos. Un realismo reaccionario de apariencia residual y de fabulación fatualista en el que, según Crespi, “habla la voz del Amo”, con vertientes objetivista (Tabarosky) o evangélica (Almada). Opuesto a esto, un realismo “serio” donde se pone en juego una constelación estratégica y discursiva de carácter progresista, que se asienta sobre la base de cierta sensibilidad social, se cuece una adscripción ideológica militante y se lleva a cabo una reescritura de “acontecimientos históricos simplificados casi el extremo del estereotipo” (Brizuela y Kohan). Finalmente, Crespi postula un tercer realismo que se reconoce en el artificio y promovería que “la verdad política de la literatura es su verdad estética”. Este realismo reluctante, adjetivado de manera hiperbólica durante todo el devenir crítico, es, paralelamente, escurridizo, ladino, mutante, enrarecido, temperamental, disléxico, fascinante y repulsivo, y expresa, a través de todas estas estrategias, aquello calificado como “indecible”.
Karl Schlogel explicaba que era obvio para muchos pensar en las cuestiones espaciales, por lo tanto, las mismas pasaban inadvertidas. Quiero pensar una lectura espacial para mirar los tiempos históricos desde donde escribe nuestro autor. Leer a Crespi se presenta como una experiencia de la multi-espacialidad enunciativa que atraviesa su escritura. Reconozco varias imaginaciones espaciales persuasivas. Hay un imaginario espacial según el cual la literatura argentina contemporánea lleva adelante, con esfuerzo denodado y buenos argumentos, una productividad casi infinita que efectivamente no se registra en la ciudad puerto. Por ello, Córdoba, Santa Fe y Bahía Blanca ocupan un lugar privilegiado en la práctica que Maximiliano describe como realismo infame.
Otra imaginación espacial es la de la crítica académica. Sobre esto, Panesi afirmaba que el centro de la crítica está en Rosario. Para Crespi, pareciera existir un proceso de fulguración tan fuerte que hace que el centro de la crítica esté en todas partes, pero centralmente en él. Su proceso de tematización de la literatura “periférica” tiene el tono etnográfico del descubrimiento de una otredad que escribe, aunque todos sabemos, que finalmente la firma del reconocimiento se registra en Villa Crespo. Con suspicacia, algunos recordarán que Fabio, en Don Segundo Sombra, firma en París. Yo creo que no, porque no fuerzo lecturas.
La última imaginación espacial a la que me gustaría referir es el proceso de liquidación de la ciudad puerto como productora de literatura. Ante esta desafiante axiomática el autor nos ofrece una compilación de Advertencias cuyo rasgo hiperbólico no hace más que reponer la figura paterna del cuidado. Pregunta: ¿por qué el autor que promueve una escritura literaria infame necesita advertirnos tanto? ¿De qué nos protege Maximiliano Crespi? Razono que en su escritura tensiona el problema de una prosa aligerada que prefiere la contundencia comprometida de la crítica marxista a la que bien le cierran las tipologizaciones (un hijo bucólico-sentimentalista de David Viñas) pero cuya búsqueda teórico-analítica se siente más cómoda en la sintaxis barroca de Raúl Antelo y sus críticas acéfalas.
Esta tendencia espacial da lugar a la figura de un orientalismo nuevo, una forma de imaginar las productividades espaciales periféricas (por supuesto, esto es muy selectivo, no se inmiscuye en Crespi la tendencia localista-vernácula que enfatiza tópicos como inundaciones-canoa (Litoral), tierra colorada (Misiones), nieve/frío y viento (Patagonia). Su escritura se sumerge en las aguas de una literatura estética. La imagen de Maximiliano Crespi como orientalista se refuerza en el ramen que viene “sirviendo” Momofuku (que edita a Carlos Godoy, el faro del realismo infame) y en la sostenida construcción de la imagen-sentido perro, integrante del horóscopo chino que nos cuida y protege, es amistoso y fiel con sus amigos y conocidos, pero que es desconfiado y muerde a quien osa escapar de sus jaurías o intenta establecer sus redes. Escrito en un momento que el campo de crítica ha sido tomado por la academia, escribo estas notas alegrándome de reconocerme generacionalmente en la búsqueda de la infamia que es otra forma de una política áspera, frugal, reticente y arisca a las fabulillas morales.
Bloque II Vida cotidiana
Hernán Vanoli, en un artículo sobre editoriales independientes, dedica un espacio a reflexionar respecto al fenómeno de las antologías. Allí, sostiene que tales publicaciones asumen una función fundamentalmente publicitaria; en primer lugar, promociona la figura de los jóvenes narradores y contribuye a la construcción de su imagen dentro del campo literario; en segundo lugar, promociona a los antologadores como intermediarios autorizados, capaces de diagnosticar y legitimar, en el panorama contemporáneo, a un conjunto de autores que valdría la pena; por último, promociona a la editorial que financia la publicación de los libros. Creo que algo parecido sucede, muchas veces, con la crítica literaria.
El viernes 15 de enero asistí, en la librería Volcán Azul de la ciudad de Córdoba, a un evento presentado como una “Lectura cruzada”. Los libros que se presentaban (y los autores que, de acuerdo al título del evento, afirmaban haberse leído los unos a los otros) eran Los Infames. La literatura de derecha explicada a los niños, de editorial Momofuku, libro de crítica literaria de Maximiliano Crespi; Acá había un río, libro de cuentos de Francisco Bitar publicado por Editorial Nudista; y Las citas, de editorial 17 grises, libro de narraciones cortas con el formato de conversaciones de chat escrito por Sebastián Hernaiz. Además de los escritores mencionados, el evento contaba con dos “presentadores”: Javier Martínez Ramaciotti, ayudante de la cátedra de Hermenéutica en la UNC y director (o al menos uno de ellos) de la revista digital Caja Muda y Flavio Lo Presti, ensayista y crítico literario en diferentes medios como el suplemento Ñ de Clarín, Ciudad Equis de La Voz del Interior, o Deodoro, gaceta publicada por la UNC.
La profusión de nombres debería ser, por sí misma, significativa: el evento, fuera o no pensado con ese objetivo, funcionaba como un “frente común”. Tal como sucede en el caso de las antologías, los agentes involucrados se presentaban y promocionaban los unos a los otros: Editorial Nudista, además de presentar uno de sus libros, contó con la presencia de uno de sus dueños/directores, Martín Maigua, ya que era él quien organizaba la lectura; los autores, por su parte, promocionaban sus libros; los presentadores, de manera análoga a los antologadores, se ubicaban como portadores de un saber dentro del campo (bastante acotado, por cierto) de la crítica literaria.
Ahora bien, ustedes podrían preguntarse, a esta altura, ¿qué me importan a mí los avatares de esa presentación? ¿No se trata de reseñar Los infames?
Calma, queridos acompañantes: de a poco nos acercamos al punto. Porque lo que me interesa reconstruir es el sistema de relaciones (si me permiten la apropiación de la sintaxis bourdesiana) que rodea estos textos, entre los que se encuentra el libro de Maximiliano Crespi. Lo que es más: me interesa describir la manera en que ese sistema de relaciones extratextual se inscribe al interior mismo de los textos.
Veamos: Los infames es, tal y como insinúa en el subtítulo un libro de ensayos sobre literatura. En él, lo que se comenta/critica/analiza (seleccione usted el verbo que le parezca conveniente) es, fundamentalmente, literatura argentina contemporánea. Entre los autores sometidos a la mirada crítica de Crespi encontramos, por ejemplo, a Francisco Bitar, quien, como vimos, presentaba un libro en esa misma lectura, y a Flavio Lo Presti, quien presentó Los infames de Maximiliano Crespi y había publicitado ya el evento en una nota en La Voz del Interior (en la que, con perdón por la redundancia, entrevistaba a Maximiliano Crespi). Lo Presti tiene publicado, a su vez, un libro de crítica/ensayos titulado Yo escribo mucho peor, recopilación de la columna del mismo nombre que publica en Ciudad Equis hace varios años. En uno de los textos incluidos en ese libro relata un viaje a Buenos Aires. Allí, cuenta, Diego Erlan lo invita a “comer con su grupo de futbol en Villa Crespo”. Cuando llega descubre que tiene frente a sí una “gacetilla de suplemento literario”: Hernán Vanoli, Joaquín Linne, Sebastián Hernaiz, Facundo Fontela, Libertella y el mismo Erlan. En el transcurso de la cena se desata una discusión en torno a El asesino de chanchos, libro de Luciano Lamberti (hace poco reeditado por Nudista), y Lo Presti termina ocupando, según él mismo relata, el lugar de Maximiliano Crespi, ausente esa noche: “¡Este es un Crespi cordobés!, gritaba Linne”.
“Bien”, dirán ustedes, “los autores se conocen, se comentan, se promocionan y hasta se juntan a comer asados. ¿No es esta una dinámica de relaciones muy endogámica?”.
Es posible. Lejos de mis intenciones, sin embargo, el denunciar una suerte de “cofradía intelectual” que funciona a base de “amiguismo” (aunque tal factor no esté necesariamente excluido de la ecuación). Si algo nos ha enseñado la lectura de Bourdieu es que los agentes que ocupan una misma posición tienden a aglutinarse. Lo cual es, por otro lado, una estrategia necesaria e inevitable para sobrevivir y formarse un nombre dentro del campo. No. Más interesante que sumergirse en una crítica acusatoria, típica de quien ocupa una posición subordinada y se siente “dolido” por su exclusión en el canon, me interesa ver en esta yuxtaposición de datos un índice: el índice de una batalla. Tenemos un conjunto de actores (escritores/críticos/investigadores) que busca ocupar una posición en este mundo, y para ello requiere de todas estas estrategias (citarse, encontrarse, comentarse, criticarse y, finalmente, publicarse los unos a los otros). Es sintomática, en ese sentido, la maniobra que desarrolla Crespi en una de las secciones de su libro titulada “La mirada de los otros”. En ella, el autor se dedica a discutir con las voces críticas más relevantes de la actualidad denunciando el anacronismo presente en sus lecturas críticas. De Ludmer critica la especulación “colada por la imaginación turística alimentada desde las universidades norteamericanas” que la lleva a leer a través de un regionalismo “insulso y superficial” que no hace otra cosa que reiterar los “mustios diagnósticos de globalización posmodernos que ya encontraron sus propios límites”. A Beatriz Sarlo, en cambio, le reclama su apego al dispositivo de lectura desarrollado por ella misma en los 80: “en lo que respecta a la lectura en sí sólo parece exhibir cierta expectación al paladear las tenues resonancias de la tradición: de Juan José Saer en Hernán Ronsino, de Elvio Gandolfo en Matías Capelli, de Sergio Chejfec en Oliverio Coelho, de Julio Cortázar en J. P. Zooey, por sólo citar algunos ejemplos”. La maniobra no es nueva: ya fue largamente analizada por Freud al desarrollar las ramificaciones del complejo de Edipo y la necesidad del niño de “matar” a su padre para ocupar su lugar.
Esto no quiere decir, vuelvo a repetir, que considere las lecturas crespianas como meras especulaciones. Será el autor quien deba salir a defender la validez de sus hipótesis. Simplemente, como señalé, me interesa ver en estas lecturas el síntoma de un enfrentamiento. Se trata, si se quiere, del ascenso de una nueva generación: nuevos escritores, nuevas editoriales, nuevas plazas de producción y, como no podía ser menos, necesidad de una nueva crítica. Al respecto, podemos retomar una afirmación que deslizó Lo Presti en el contexto de la lectura pública: “la crítica literaria está estancada”. A lo cual podemos agregar, leyendo maliciosamente entre líneas: “nosotros somos los que podemos ponerla nuevamente en funcionamiento”.
Bloque III Cita Final
“La conciencia de la historicidad no concede privilegios” (Crespi: p.7)
(Actualización marzo – abril 2016/ BazarAmericano)