diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El texto más remoto incluido en Conocimiento es “Hacia una biografía de Sarmiento”. Prieto lo escribió a los 25 años, cuando todavía era estudiante de la carrera de Letras, y apareció en la revista Centro en 1953.
Se trata de una breve indicación metodológica en la que Prieto observa que “la identificación de historia y biografía, hallazgo sarmientino, encandiló y encandila con sus grandes posibilidades de método a los investigadores de nuestro pasado”.
Ocurre, sin embargo, que aunque resulte cierto que “un hombre puede ser símbolo de una época o de una comunidad”, es más cierto todavía que “no hay época ni comunidad que calcen exactamente en el universo del individuo más simple”.
En el caso específico de Sarmiento, entiende Prieto que el propósito de escribir su biografía es tarea “difícil para un argentino”, en la medida en que, por el solo hecho de nacer “en nuestro país, se pertenece a uno de los dos sectores en que se divide la historia nacional desde su raíz”, de la que “Rosas y Sarmiento son las figuras símbolo de esa dicotomía”; como si se tratara de una fatalidad, como “se nace introvertido o extravertido, aristotélico o platónico”, del mismo modo “miramos al pasado desde la perspectiva del sector en que estamos insertos” y, a partir de esa determinación, en el trazado de biografías recaemos, sin más, en “la bomba de alquitrán o el elogio encendido”, esquivando “la pura simpatía humana, el gesto cordial” y, sobre todo, lo que resulta más penoso, postergando “el afán apaciguado de entender”.
Esta breve nota de juventud, por cierto, resulta menor si se la coteja con los numerosos trabajos de largo aliento reunidos en Conocimiento, aunque guarda ideas y maneras que no harán sino insistir en los textos de Prieto. Por ejemplo, el recurso a la primera persona del plural –“miramos”, “estamos”- y a su correspondiente posesivo –“nuestro”– son señas de su temprano compromiso personal con la literatura, la historia, la sociedad y la idiosincrasia argentinas.
Por otro lado, la recomendación de guiarnos por “el afán apaciguado de entender” caracteriza la trayectoria intelectual de Prieto. Siempre alejado de la ocurrencia crítica y de la formulación apodíctica, que resulta emblema de lectores también admirables como Borges o Ricardo Piglia, Prieto, en cambio, en cada uno de sus trabajos ejercita el razonamiento pausado, la argumentación precisa, la oferta de sólidos respaldos bibliográficos, la exposición de hipótesis confiables -antes que confiadas-, de ahí que en los estudios se sucedan, cada tanto, modos de la cautela; evita “la comodidad explicativa del juego pendular” para explicar fenómenos históricos; entiende que no hay “nada tan fácil como apilar” signos tomados del anecdotario personal para alumbrar las contradicciones de una obra y su autor, aunque advierte que “menos fácil” es “relacionar esos rasgos contradictorios (…) sin caer en la trampa de establecer una especie de contigüidad mecánica entre carácter y escritura”; reconoce que muchas veces nada es “más tentador” que apurarse en establecer conclusiones considerando un determinado recorte de datos, y por eso mismo sabe también que no hay “nada tan lleno de acechanzas” como ese apuro que soslaya las demostraciones razonadas.
Esto puede advertirse en cada uno de los trabajos reunidos en el volumen y también cuando se aparean estudios cuyos objetos, al fin, han sido materia para que la crítica recayera con frecuencia en composiciones dicotómicas. Obsérvense, por ejemplo, estudios como “La literatura de izquierda. El grupo Boedo” y “El martinfierrismo”, tan contiguos en el momento de su escritura como en el orden en que aparecen en el volumen, donde la preferencia, el gusto personal se postergan en beneficio del análisis y de la evaluación ajustadas.
Aquel “afán apaciguado de entender” es el que produce la convicción de que, leyendo los trabajos de Prieto, se aprende del objeto estudiado en cada caso y no de quien lo está estudiando, efecto que no resulta de ningún modo natural en nuestra tradición crítica.
Por último, el único trabajo incluido que hasta ahora permanecía estrictamente inédito es un prólogo a Correspondencia de Sarmiento. No se indican las razones por las cuales esa antología de cartas seleccionadas por Prieto jamás llegó a publicarse, aunque pueden conjeturarse si se atiende a la fecha que aparece al pie del trabajo: “2001”.
Si aquel joven estudiante cerraba su nota entendiendo que la redacción de una obra que se propusiera “reconstituir el hombre Sarmiento” significaría, antes que un “homenaje”, el cumplimiento de una “obligación”, imprevista, impensadamente, ocurre que el prólogo que debía abrir la Correspondencia, escrito medio siglo más tarde, puede leerse como el demorado cumplimiento de aquella obligación. En poco más de veinte páginas Prieto compone una perfecta síntesis biográfica de Sarmiento que se extiende “desde las dos primeras cartas que se conocen, escritas en San Juan en 1838, hasta las últimas, redactadas en Asunción en septiembre de 1888”. Pocas veces se ha hecho en la crítica argentina la narración tan inteligente como conmovedora de una vida ilustre a partir del comentario de sucesivas piezas de una correspondencia. “Llegado a Asunción, las más de sus cartas hablan, desde entonces, de la serena construcción de un refugio bucólico (…) pero aquellas que tratan la respuesta a una invitación para asistir a los festejos del 9 de Julio, en San Juan, registran, simplemente, la condensación de un delirio”. Sólo quien dedicó toda su vida intelectual al estudio franco de las complejidades de nuestra cultura pudo componer semejante relato de Sarmiento.
A diferencia de otros libros de Prieto –como El discurso criollista o Los viajeros ingleses-, Conocimiento se aproxima a Estudios de literatura argentina, aunque también lo desborda, en función de la diversidad de géneros en que se inscriben los trabajos. Prólogos para ediciones críticas o reediciones de amplia circulación; ensayos y artículos para revistas universitarias, académicas, culturales; homenajes, notas, entrevistas.
Esas variantes se corresponden con uno de los perfiles más señalados en “Pasos de un peregrino. Biografía intelectual de Adolfo Prieto”, el magnífico trabajo de Nora Avaro que abre el volumen y, de ahora en más, es de lectura insoslayable no sólo para quien desee conocer la trayectoria de Prieto sino también para quien necesite acceder a un paisaje de la crítica literaria argentina durante la segunda mitad del siglo veinte.
En efecto, uno de los rasgos más originales del texto de Avaro es su minuciosa, premeditada consideración de la diversidad de prácticas intelectuales a las que Prieto, por voluntad personal pero también, y siempre, por necesidad material debió aplicarse. Así, por ejemplo, al considerar la aparición de los Estudios de literatura argentina, en 1969, Avaro comienza distinguiendo en el título que “no se trata de ‘ensayos’ sino de ‘estudios’, es decir, resultados de un tiempo de lectura e investigación, durante el cual se toman datos y se trazan perspectivas, y a partir de los cuales se formulan una o varias hipótesis. El tiempo de estudio es anterior a la plenitud inventiva de la escritura, pero no carece de otras de sus faenas: apuntar, glosar, subrayar, anotar, fichar” y “redactar bosquejos o esquemas” de clases ya que, en el caso de Prieto, “las clases son la etapa previa de estos estudios”. En la misma dirección, al caracterizar el tiempo en el que fue director del Instituto de Letras en la Universidad Nacional del Litoral, entre abril de 1959 y septiembre de 1966, Avaro resume: “tiempo completo dedicado a todos los trajines académicos: a programar políticas, discutirlas y administrarlas, a enseñar, investigar, escribir y editar”.
Apenas se produce el golpe de estado de 1966, Prieto, junto a muchos de sus colegas, renuncia a sus cargos en la universidad; queda interrumpido su tenaz trabajo intelectual en ese espacio, pero a la par observa Avaro que Prieto “también perdió la continuidad laboral” y debe entonces entregarse a “los afanes de corto plazo, que solucionan con intermitencias sus ingresos”, al punto de que, a partir de ese año y hasta 1979, en que comienza a dictar clases en universidades de Estados Unidos, “vive en tránsito, al azar de destinos y temporadas”.
Recién a los 68 años, de regreso al país tras haberse jubilado, “Prieto consiguió por primera vez estabilidad económica, geográfica y familiar”, de manera que es de lo más razonable que, ante la pregunta acerca de si, luego de retirarse de la actividad docente, siente nostalgia por su trabajo de décadas en las aulas, responda “yo, ¿extrañar dar clases? No, para nada”.
Conocimiento de la Argentina fue presentado al público en la ciudad de Rosario el pasado jueves 1 de octubre; por fortuna, las comprometidas aproximaciones al libro y a la figura de Prieto que esa noche realizaron Avaro, María Teresa Gramuglio y Beatriz Sarlo se pueden recuperar en la web.
En una de las intervenciones de esa noche, Avaro recordó un comentario que Prieto deslizó en una de los nueve encuentros que mantuvo con su biógrafa:
“Hay que saber la verdad. Hay que tomarse el trabajo de saber la verdad”.
Esta obra crítica extraordinaria es testimonio del “apaciguado afán de entender” que guió, desde temprano y para siempre, la conducta intelectual de Prieto para saber la verdad, fuera el que fuera el objeto al que se propuso conocer; la biografía que lo acompaña hace imposible desatender al hecho de que ese deseo estuvo siempre determinado por las arduas exigencias que le impuso su condición de trabajador.
(Actualización noviembre 2015 – febrero 2016/ BazarAmericano)