diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010, de Beatriz Sarlo. Buenos Aires, Sudamericana, 2011.
“‘Empecé mal el día; la vi a Sarlo en el bondi.’ Encontré la frase hace unos meses en Twitter. Yo no empiezo mal el día si me cruzo con un kirchnerista en el subte.” Así comienza La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010. Y este comienzo dice, sintomática y productivamente, mucho más de lo que dice el resto del libro y las últimas intervenciones de Beatriz Sarlo sobre su posición respecto de este tema. Una frase que se enreda con otras: en “Intelectuales, la tierra fértil del kirchnerismo”, una nota que escribió para La Nación el 24 de noviembre de 2010, describe cómo diferentes acciones de gobierno (el conflicto desatado a partir de la 125, la ley de medios audiovisuales, la gestión de ciencia y técnica) consolidan una “victoria cultural” legible, entre otras manifestaciones, en la participación de “gente que antes no había mostrado ni la menor inclinación por la política”. Afirma: “Los cambios políticos se producen siempre con la llegada de aquellos que antes no estaban”. Sarlo discute las razones por las que, entre otros, los intelectuales, explican su apoyo al kirchnerismo. Y agrega: “Es un gran momento para hacer esa discusión. Están los interlocutores y los temas; no vivimos en una crisis; y sobre todo, del presente no se sale hacia atrás ni por repetición”. El libro ya ha despuntado este debate. Sus notas, su presencia en los más variados programas televisivos dan cuenta de una apertura al diálogo sobre la que me gustaría agregar una anécdota que intenta despejar el sentido de estos desvíos preliminares.
Un tiempo después del conflicto con las patronales agropecuarias, mis amigos de la librería Palabras andantes (la misma que Martín Caparrós describe en El interior como “el modelo de la fiambrería despojada gris soviética”, con “una vidriera sin el menor glamour” y sin “ningún intento de seducción al cliente” y que un tiempo después la propia Sarlo evaluará, en una nota para Ñ como una “librería de verdad” [la forma entusiasta en que Luis y Eugenia me comentaron esta referencia y la galanura de la descripción merecen la cita completa: “Dos libreros jóvenes de la ciudad de Santa Fe (la librería es Palabras Andantes y queda en la zona saeriana de la ciudad), me dijeron para presentarse: ‘Tenemos una librería de verdad, sin best sellers’. No quise creerles y viajé para comprobarlo. Era cierto. En Santa Fe habían levantado una línea de frontera y sostenían un desafiante ‘No pasarán’”.) me invitaron a presentar junto a Paulo Ricci La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana en Santa Fe. En un momento distendido, posterior a la presentación, le cuento a Sarlo un periplo poco feliz: durante el feriado de Semana Santa de 2008, en pleno lock-out, con mi esposo intentábamos llegar a Charata para visitar a su familia. Para quienes nos movilizamos en transporte público ese viaje lleva, como mínimo, doce horas. Próximos al límite entre las provincias de Chaco y Santa Fe, nos detiene un piquete de chacareros. Las colas de vehículos (entre colectivos, camiones, camionetas, autos, etc.), tanto hacia una provincia como hacia la otra, sumaban kilómetros. Eran las cuatro de la mañana y ya cargábamos con nueve horas de viaje. El 0800 de la empresa que nos transportaba no respondía; no había nadie que pudiera buscarnos para cruzarnos a Chaco ni para devolvernos a nuestra ciudad; no había agua ni baños disponibles en las cercanías. Cerca del mediodía, mi esposo consigue que un camionero que traía cerveza a Santa Fe y que hacía veinticuatro horas que estaba esperando para pasar, nos trajera de regreso. Ofuscada por la situación, les digo a los agrarios (a los que no estaban comiendo asado mientras algunas mujeres se ataban unos ruleros, sentadas en sillones ubicados al costado de la ruta) que sería bueno que tuvieran memoria y que si alguna vez sus peones se organizan y planifican medidas similares luchando por sus derechos, no pidan que les manden la gendarmería. Las reacciones posteriores no merecen detalles ya que van desde los exabruptos más decadentes pasando por diferentes apelaciones al género (“Tenés la boca muy grande por ser mujer, igual que la presidenta”) para terminar con una sentencia al camionero: “Bajala. Si la llevás, no te dejamos cruzar”. El camionero, que se llamaba Juan Carlos y que, según Sarlo, debiera ser condecorado por Moyano, nos esperó dos kilómetros más adelante. Mientras caminábamos bajo el sol, unos muchachos que podrían haber sido mis alumnos, en una flamante cuatro por cuatro, nos acompañaron durante un buen tramo de la ruta vociferando barbaridades que no vienen al caso. No necesito aclarar de qué lado estuvo el policía a cargo de la zona. Sin exagerar: mi sorpresa ante el furor de los hechos superó el límite de lo imaginable (tal vez esto sea una obviedad, pero mientras duró el lock-out, los patrones que cortaban las rutas eran dueños del tiempo y de la suerte de los que, por diferentes razones, nos teníamos que aventurar por ellas, en especial, dependiendo únicamente del transporte público). Tampoco exagero cuando sostengo que el análisis más acertado de esta situación lo realizó aquella noche Beatriz Sarlo. Una “anti-kirchnerista” (lugar en el que, a veces, ella misma se ha colocado) no hubiera podido devolverme aquellos razonamientos.
Esos mismos análisis, implacables, inteligentes y atentos a diferentes dimensiones de los problemas en cuestión, son los que desplegó en varios editoriales publicados para La Nación a propósito de diferentes momentos del gobierno de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. Algunos generaron incluso la respuesta de sus críticos más acérrimos. Su nota posterior a la muerte del ex-presidente es tal vez el ejemplo más claro de ese tipo de acercamiento, agudo pero no lacerante. José Pablo Feinmann lo registró inmediatamente hacia el final de su nota del domingo 31 de octubre para Página 12. “La transformación del número en fuerza” dedica un largo párrafo a “La vida a cara o ceca”, texto que Sarlo había publicado el jueves 28 de octubre para La Nación. Allí escribe la lectura más profunda que he encontrado (a propósito y a partir de la muerte de Kirchner) de la Argentina de las últimas décadas. La intensidad de la descripción, la densidad de las relaciones, la potencia de las comparaciones que establece y la inscripción autobiográfica son algunos de los elementos que producen un entramado complejo que, sin perder tensión crítica, sella la escritura con una sensibilidad inusual en los ensayos de este tipo: “A las diez de la mañana, la ciudad estaba desierta por el censo. En ese vacío cayó la noticia. Cuatro personas, en un vagón de subterráneo escuchamos que alguien dijo ‘Murió Kirchner’. A partir de ese instante, la ciudad en silencio se convirtió, retrospectivamente, en un ominoso paisaje de vaticinio. Cuando bajé saludé a quienes habían escuchado conmigo la noticia, quise preguntarles sus nombres porque, como fuera, había vivido con ellos un momento de los que no se olvidan nunca más. En el quiosco de San José y Rivadavia pregunté si era cierto, con la esperanza alocada de que me dijeran que alguien acababa de inventarlo. Fue poderoso, ahora estaba muerto (…). Con la intensidad de la evocación marcada por una proximidad que comprendo más, pensé en quienes lo admiraron y creyeron que fue el presidente que llegó para darle a la política su sentido. (…) Lo recordé abrazándose a los chicos de un barrio pobre del Gran Buenos Aires, donde aterrizó su helicóptero, bajó corriendo y empezó a caminar como si llegara tarde a una cita. Se movía por las calles de tierra y cascotes como quien siente que la vida verdadera está en esos contactos físicos, abrazos rápidos pero vigorosos, tironeos, gritos; los chicos lo seguían como una nube, jugando; era fácil tocarlo, como si no existiera una custodia que, sin embargo, trataba de rodearlo mientras todo el mundo le sacaba fotos. A fines del siglo XX nada anunciaba que la disputa por ocupar el lugar del progresismo iba a interesar nuevamente salvo a los intelectuales o a los pequeños partidos de izquierda. (…) En 2003, llegó al gobierno marcado por una debilidad electoral que Menem, dañino y enconado, acentuó al retirarse del ballotage y no permitirle una victoria en segunda vuelta. (…) Su gesto inaugural, el mismo día de la asunción, fue hundirse en la masa que lo recibía, como si ese contacto físico provocara una transferencia. (…) La escena es un bautismo. Kirchner comenzó su presidencia con un golpe en la frente porque se lanzó a la multitud que estaba en las calles, entre el Congreso y la Plaza de Mayo; se lanzó como quien corre hacia el mar el primer día del verano, con la impaciencia y la sensualidad, gozando ese cuerpo a cuerpo que es el momento amoroso de la política. (…) Pensé entonces en las escenas que, pese a ser una opositora, me había tocado vivir. (…) Pensé también en los que formaron el lado intelectual del conglomerado que armó Kirchner (…). Cuando los mayores de este contingente representativo ya pensaban que en sus vidas no habría un renacimiento de la política, Kirchner les abrió el escenario donde creyeron encontrar, nuevamente, los viejos ideales. (…) Sin haberlo conocido, me atrevo a pensar que Kirchner se identificó siempre con el guerrero y nunca con el patriarca. La medicina explica con todas sus sabias precisiones que Kirchner debió ‘cuidarse’… Eligió no administrarse ni tratar su cuerpo como si fuera un capital cuya renta había que invertir con cuidado. Gastaba. Vivió como un iracundo. Ese era justamente el estilo que se le ha criticado. Tenía un temperamento, y los temperamentos no cambian. (…) No era sólo un voluntarista sino también un inspirado (…) [Su] memoria puede convertirse en política o en historia. Lo segundo ya lo tiene asegurado con justicia”.
“Hablar me da miedo porque, sin decir nunca bastante, digo también demasiado”, dice Jacques Derrida. Esta lectura de La audacia y el cálculo que aquí presento se detiene exclusivamente en los lugares de productivo exceso, de desborde. Se centra en los sitios en los que el texto dice mucho más de lo que aparentemente pretende y allí mismo, en ese derroche, se desconstruye mientras se potencia la necesaria e irreductible crítica: esa que también esperábamos todos los que deseamos encontrarnos con más elementos que nos ayuden a pensar el presente (el aspecto elegido funciona como el hilo en la metáfora derrideana sobre la lectura: se sigue sólo uno de un tejido intrincado). En este sentido, el libro entra en diálogo con Kirchnerismo: una controversia cultural de Horacio González. Los mismos momentos del escenario sociopolítico, desde 678 hasta el crimen del militante Mariano Ferreyra, son leídos desde posiciones y estrategias argumentativas comparables con las que en su momento, movilizaron la creación de Punto de vista y El ojo mocho, sin obliterar las mutuas referencias (González le dedica a Sarlo un apartado completo; por su parte, Sarlo le dedica un capítulo que expande los argumentos de las tesis condensadas en el párrafo anterior). Dado el recorte que establece esta reseña, interesa un pasaje en el que González advierte en Sarlo “un conjunto de oscilaciones en su juicio sobre el kirchnerismo, que a veces aparece como un fenómeno de impostura merecedor de desdén, y a veces como un acontecimiento que inspira perplejidades válidas, bien desarrolladas”.
Leo esta observación y pienso en una definición de política acuñada por Eduardo Rinesi. Entre Jacques Derrida y William Shakespeare, entre Jacques Rancière y Eduardo Grüner, su concepto explota los dilemas y los conflictos para, a partir de ellos, actuar: “La política es siempre, en efecto, la actividad o el conjunto de actividades desarrolladas en ese espacio de tensión que se abre entre las grietas de cualquier orden precisamente porque ningún orden agota en sí mismo todos sus sentidos ni satisface las expectativas que los distintos actores tienen sobre él”. Me pregunto si no es esta una clave desde la cual leer la constelación de textos de Sarlo sobre el kirchnerismo y si en esta línea, no se abre una lógica que, lejos del todo o nada, permite rescatar productivamente aquellas críticas que aporten a la lectura de ese fenómeno sociocultural que, como bien marca González, se apropia empáticamente de un nombre para dar cuenta de un conjunto de acciones y de ideas (creo que en este último punto es necesario insistir).
En esa línea comienzo por destacar que en La audacia y el cálculo descolla el lúcido análisis de Celebrityland. Si Sarlo hubiese terminado su libro hace algunos días, en su capítulo inicial seguramente hubiese interpretado la última estrategia del PRO: la propuesta de Miguel Del Sel como candidato a gobernador de la provincia de Santa Fe. Durante su polémica intervención en 678, en la lectura de los resultados electorales de esta provincia, observa el número de votantes logrado por este candidato como un “dato” no alentador. Probablemente Del Sel entraría en el conjunto de personajes que pone en serie en Celebrityland; esos que circulan por el programa de Mirta o de Susana; los mismos que, antes de las elecciones de 2009, participaron de la ocurrencia tinelesca de “Gran cuñado” sostenida en un humor “exclusivamente caricaturesco (X es directamente la hipérbole de x): Cristina se arreglaba las mechas; Néstor era bizco y desbocado; Reutemann, mudo; Carrió recitaba profecías; Macri tartamudeaba una incomprensible fonética de Barrio Norte”. Sarlo opone esta forma degradada y empobrecida del humor a la desarrollada por Tato Bores: “Tato Bores trabajaba, en primer lugar, con su propio cuerpo y voz: él era la carne de sus programas. Los monólogos no representaban a ‘otros’ existentes, sino que lo mostraban actuando un personaje; eran invención cómica, no imitación caricaturesca. La ironía tenía un lugar más importante que la parodia”.
En el mundo de Celebrityland reinan los “neopolíticos”, es decir, quienes llegan a la política no por la militancia en un partido histórico sino por su pregnancia mediática y también por la presunción de que “un partido les quita más de lo que les agrega”: “No despolitizan sin saberlo, sino que tratan la política como un resto inevitable que debe ser neutralizado. (...) Llegan con la promesa engañosa de que no son ‘tradicionales’, adjetivo que, en un momento de baja creencia en la política, mejora cualquier cosa. En efecto, no son ‘tradicionales’ ni ‘innovadores’. No son. Pero justamente en este no ser se apoyan nuevas creencias sostenidas por viejos mitos”.
En continuidad con las derivas de las décadas menemistas y su aniquilación del valor de lo político, intentan situarse por fuera de la misma gestión que desarrollan (como ajenos a cualquier responsabilidad). Aparecen allí Mauricio Macri (su lectura de los problemas en el Parque Indoamericano es, tal vez, el ejemplo reciente más claro de este posicionamiento), Francisco De Narváez, Gabriela Michetti, Palito Ortega, Carlos Reutemann, Daniel Scioli, entre otros. Anota Sarlo: “De Narváez y Macri son políticos de la mimesis: reflejan lo que creen percibir; perciben lo que les construyen como real; se atienen a esa construcción y devuelven el reflejo. El círculo hermenéutico del infierno”. Un cóctel decadente que, en casi todos los casos, conjuga exacerbación de lo cool, sentimentalismo sensiblero, relatos heroicos y falta de ideas. Por ejemplo, sobre De Narváez, apunta: “Producido como político por sus asesores de imagen, no le teme a las tautologías y se le nota cómodo con las formas más difundidas del lugar común. Entre otras cosas ha dicho: ‘Voy a ser candidato para gobernar bien’, ‘El pueblo argentino necesita esperanza’, ‘Hay muchos proyectos de poder pero no terminan siendo un proyecto de país’. (...) Las frases no han sido elegidas con malicia. Son las que los empleados de De Narváez usan como títulos de los centenares de videos que están en su página web oficial”. Sarlo no pasa por alto el escudriñamiento del “régimen ético y estético” del mundillo de Celebrityland y de su moral: “Francisco De Narváez, en un comercial exitoso de la campaña electoral de 2009, comunicó: ‘Tengo cinco hijos y otro en camino’. Listo, el enunciado va directo al corazón: un padre prolífico, calmo y confiable, que está esperando el sexto y, sin embargo, encuentra tiempo para pensar un país mejor para usted y su familia, es alguien en quien se puede creer; se lo vote o no, nunca se dirá de él que se presenta como un hombre libre de lazos, un solitario consagrado por entero a una vocación y en consecuencia, un modelo demasiado lejano, demasiado duro e intelectual. Los hijos son un gran capital en Celebrityland”.
Algunos otros ejemplos de caracterización de los personajes de este universo: “Como Reutemann, Ortega fue un político de pocas palabras. Pura performance, nadie lo votaba para escucharlo disertar (...). Reutemann hizo de una insuficiencia, una virtud. No sabe hablar y esa incapacidad que, en el comienzo de la transición democrática, habría sido grave, en los noventa ya no parecía un déficit sino que estaba a punto de convertirse en una virtud, si se combinaba con otras cualidades.”. Y agrega: “Los neopolíticos no hacen esfuerzos para convencerse de que deben actuar así. No están obligados a descartar convicciones ni costumbres previas, simplemente tienen que comportarse acatando los límites de su naturaleza. A ‘la gente’ no le gusta la política y a ellos tampoco, aunque tengan ambiciones de prestigio y poder. Para realizarlas no tienen que convertirse en políticos, sino volver políticas algunas cualidades”.
Entre el relato mítico y heroico sitúa las autofiguraciones de Daniel Scioli y de Gabriela Michetti: “Probablemente sin buscarlo o buscándolo de manera secreta incluso para ellos mismos, se han convertido en héroes de una versión menor en una época de relatos menores. Después del desastre de un accidente deportivo y un accidente automovilístico, han vuelto a la vida, sin un brazo uno, semiparalítica la otra, con una fortaleza desconocida por los mortales que nunca nos vimos exigidos a probar nuestro temple ante esas circunstancias excepcionales. La trama de estos ‘milagros’ contemporáneos toma el lugar de los mitos porque presenta un valor privado e íntimo, hecho a la medida de la época. Y responde a una ética de la superación personal”. Y añade: “Los que pasan por alto las dificultades de la forma en que lo han hecho Scioli y Michetti traen el mensaje de una superioridad tolerable, no basada en diferencias inalcanzables. No son como todo el mundo pero también son un poco como todos”.
El análisis de la relación entre política y medios es impecable. Conjuga allí agudeza con detalle: “La televisión se alimenta de dos sustancias inmateriales: el conflicto (como forma del relato) y el instante (como medida, inconmensurable, de tiempo). Todo debe responder a la más cruda actualidad o presentar el más crudo enfrentamiento que multiplique la tensión folletinesca del reality show, el ritmo frenético de los programas de chismes y la insolencia guaranga de los magazines ‘periodísticos’”. Y agrega: “Ningún otro medio devora con tanta velocidad sus materiales. Es un descomunal tubo digestivo, un barril sin fondo”.
A ese mundo opone “una televisión otra”: 678. Un “caso” que irrumpe “contra toda predicción”. Sobre 678, apunta: “Es propaganda, ideología pura y dura” (habría que preguntarse, tal vez, si hay algo hoy, en la televisión argentina, que no lo sea, aunque valiéndose de operaciones más veladas); “678 realiza lo que durante varias décadas se ha enseñando en las carreras de comunicación: mirar la prensa escrita y audiovisual con la perspectiva de la crítica ideológica. Hace muchos años Aníbal Ford, un vanguardista en el estudio de medios, repetía que la prensa jamás se toma como objeto. 678 se dedica a eso”. Hay una operación estratégica que no pasa desapercibida a Sarlo y que bien podríamos comparar con la de los teóricos queer: “En una torsión retórica exitosa, encontraron la divisa que toma las acusaciones, las hace propias y las devuelve como virtud: ‘Somos la mierda oficialista’”. Crítica de sus operaciones de montaje, coincide con Horacio González, quien también observa el cruce entre una “estética pop” con una “pedagogía que no perdería la gracia si no fuera tan machacona”. Ambos, no obstante, se detienen en los resultados. González profetiza: “La historia de la televisión recordará este programa como una fuerte innovación expresiva”. Y agrega que su “contundencia se notó de inmediato, produjo una fisura en los procesos de creencia en los medios comunicacionales. De ahora en adelante no se vería televisión de la misma manera”. Sarlo incluye en su lectura los alcances del grupo 678 Facebook: las movilizaciones a Plaza de Mayo del 12 y del 24 de marzo de 2010 la sorprenden. Anota: “para quien ha visto muchas ‘plazas’, lo nuevo era el nucleamiento del grupo 678-Facebook”. Cuenta que el 24, poco después de las dos de la tarde, “avanzó desde Diagonal Sur, ocupando todo el ancho de la calle Bolívar, una columna de varios miles de militantes, perfectamente organizada y delimitada, como si en los pocos días transcurridos entre el 12 y el 24 de marzo hubieran hecho un aprendizaje acelerado, recordando las formas organizativas de las marchas contra la dictadura (en las que participaron los más viejos). Aunque subsistía un clima amateur y de buena onda (¿dónde te imprimieron la remera con la leyenda ‘Somos la mierda oficialista’?, pasame tu celu, ¿de dónde son ustedes? De Baradero, de Pergamino, de Escobar), se los veía más afirmados en el lugar que habían alcanzado por sus méritos. El programa los afirmaba a ellos y ellos afirmaban la eficacia del programa”.
Ya para finalizar, un comentario sobre un pasaje referido a la estética de la presidenta. Sarlo anota: “Cristina Kirchner inauguró su presidencia vestida con un traje de encaje blanco, ajustado a la cintura. Se ha escrito quizá mucho más de lo necesario sobre la ropa de la Presidenta (...). No vale la pena agregar nada a la lista de lo dicho en pro y en contra. Sin embargo, algo no ha sido subrayado. El gusto de la Presidenta es cuestión suya”. Durante un Coloquio realizado en Córdoba en abril de 2009, Nelly Richard me pregunta si tengo contacto con Judith Podlubne y Beatriz Sarlo: “dos de las lectoras más agudas de Argentina”, me dice. La serie me había provocado alegría, básicamente, porque comparto posición y porque, puntualmente en lo que respecta a Sarlo, se producía entonces una lectura obtusa de sus intervenciones (pienso, entre otros, en el texto que en el Congreso Orbis Tertius celebrado en La Plata en 2006 presenta Jorge Lafforgue; la incomprendida interpelación a un amplio espectro de lectores ensayada desde su columna de Viva es leída productivamente, sin embargo, por González: “Al escribir en la revista Viva, recibió muchas críticas por la índole de esa publicación, pero no nos sumamos a ellas. Esas notas, creemos, insinuaban un proyecto de cambio de tono, un tipo de anotación que tomaba a veces las memorias cotidianas del pasado, a veces las descripciones etnográficas de micro-situaciones urbanas”). Casi a continuación Richard me pregunta si conocía algún trabajo de Sarlo sobre la presidenta. “Mientras Bachelet tiene una estética de señora de su casa, Cristina exalta su femineidad”. La ruptura que los Kirchner generaron en la Argentina pasa también por la estética: el traje cruzado y el uso infrecuente de la corbata; la ruptura del protocolo en la asunción presidencial; el estilo de Cristina. Me pregunto, siguiendo a Raúl Antelo, lector de Walter Benjamin y de George Didi-Huberman, qué se abre camino cuando algo se destruye (o, al menos, se erosiona, se desgasta, se corroe, se agrieta) y a qué se hace lugar.
Para muchos de los que nos reconocimos alfonsinistas en los 80, escépticos en los noventa (tal vez la mejor síntesis de nuestra posición se encuentre en la entonación-desentonada del Himno Nacional por Charly García) y kirchneristas desde el 2003 (con momentos notables de oscilación provocados por el asesinato de Carlos Fuentealba, los avatares de las luchas docentes en Santa Cruz, la legislación sobre minería a cielo abierto), que Sarlo se ocupe de las figuras de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández es, más allá y más acá de las severas e incisivas críticas, un gesto alentador. Sarlo no escribió sobre Carlos Menem, Fernando De la Rúa o Eduardo Duhalde. Dedicó un libro entero a Néstor Kirchner así como La pasión y la excepción giró sobre el peronismo y centralmente, sobre la figura rutilante de Evita. Borges y el peronismo, en diferentes momentos de su producción, aparecen también en un mismo colectivo.
“El peronismo es tan indispensable como Borges”: la frase es de Sarlo y la utiliza Ricardo Carpena como titular a una entrevista realizada a propósito de La audacia y el cálculo y publicada el sábado 30 de abril de este año en La Nación. Varios pasajes de la nota remiten a sus dos libros ya citados aquí: “La empresa de mi vida fue entender al peronismo. Esta es la empresa con la cual nace a la política mi generación, con la idea de que nuestros padres habían cometido un grave error político celebrando la caída de Perón por un golpe de Estado (...). El peronismo ha producido una gran cantidad de buenos textos de historia y de ciencia política, además de buenos ensayos... En algunos casos, como el de Horacio González, pensado desde el interior. (...) El libro no es ajeno a ese movimiento de mi generación. El peronismo es tan indispensable como Borges (...) en el mismo sentido en que Borges es indispensable para la literatura argentina. Cuando una literatura tiene un escritor como Borges, no hay un escritor o un crítico que pueda sustraerse a colocarse respecto de ese escritor. Lo mismo que es Dante a la literatura italiana o lo mismo que es Shakespeare en la literatura inglesa. Es imposible hacer funcionar la máquina de esa literatura sustrayendo esa pieza fundamental. En el caso del peronismo, es imposible entender a la Argentina desde 1940 en adelante sustrayéndose a la comprensión de esa pieza fundamental”.
La audacia y el cálculo y La pasión y la excepción son diferentes manifestaciones de esta obsesión (política) y de esta constante (teórica). Recordemos que este último se abría con estas palabras: “Hay razones biográficas en el origen de este libro y conviene ponerlas de manifiesto. Formo parte de una generación que fue marcada en lo político por el peronismo y en lo cultural por Borges. Son las marcas de un conflicto que, una vez más, trataré de explicarme”. Ya en el 2003 Sarlo reconocía sus giros sobre un mismo punto mirado, cada vez, desde diferentes aristas.
Las coincidencias, lexicales e ideológicas, en la caracterización de Néstor Kirchner y de Juan Domingo Perón son notables. En el prólogo al libro de 2003 decía: “Para alguien como yo, cuya familia participó de la oposición ‘gorila’ al primer gobierno peronista, tanto la figura de Eva como la admiración por el talento maniobrero, la astucia socarrona, las ideas y el carisma de Perón fueron el capítulo inicial de una formación política que implicaba una ruptura con el mundo de la infancia. Ser peronista (significara eso lo que significara) nos separaba del hogar e, imaginariamente, también de la clase de origen”.
“Nadie es lo que fue”, subraya Sarlo en la entrevista concedida a Carpena. “Veo a otra mujer (que ya no soy)”, aclara en el prólogo de 2003, cuando se describe mientras se aleja de aquella que festejó el “asesinato” de Aramburu. Y agrega: “Quiero entenderla, porque esa que yo era no fue muy diferente de otras y otros; probablemente tampoco hubiera parecido una extranjera en el grupo que había secuestrado, juzgado y ejecutado a Aramburu. Aunque mi camino político iba a alejarme del peronismo, en ese año 1970 admiré y aprobé lo que se había hecho”. Y casi sobre el final de dicho prólogo, confiesa: “Quienes no heredamos el peronismo sino que lo adoptamos, no teníamos de Eva casi ningún recuerdo, fuera de los insultos que se pronunciaban en voz baja, las fotos de los diarios, y el revanchismo triunfal de septiembre de 1955. Debimos, entonces, conocer a Eva, recibir el mito de quienes lo habían conservado. Tanto como ella fue producto de la voluntad y la audacia, nuestra Eva salía de la voluntad política impulsada por la leyenda peronista. Eva había muerto cuando yo tenía diez años. Mi padre no me permitió ir a su interminable velorio en el Congreso. Pocos años después, con la dudosa ayuda de un ejemplar de La razón de mi vida encuadernado en cuero rojo, debo de haber construido para mi uso (como tantos otros) la imagen de una Eva revolucionaria, movida por la ingobernable fuerza de lo plebeyo, más militante que aventurera (...). Eva seguía siendo una figura ajena a mi experiencia, una condición a alcanzar o una alegoría cultural del peronismo, el personaje de un relato del estado peronista que, en sus manos, había tenido algo de edad de oro. (...) Este libro vuelve a Eva para averiguar algo más”. En esa misma línea puede inscribirse La audacia y el cálculo: una vuelta sobre el kirchnerismo para saber algo más.
Sólo alguien que lo leyera de modo muy literal y, cabe aclararlo, separado del resto de su producción, podría anotar que Sarlo “destroza” el “decorado” progresista del kirchnerismo o que “deshace” sus “preceptos más intocables”. ¿Qué suerte de colectivo homogéneo supone Carpena cuando introduce su entrevista con comentarios del tenor de los que cito: “Pero para qué andar con tantos rodeos: para el kirchnerismo, Beatriz Sarlo es una pesadilla”; “Nadie sale indemne de la experiencia de leerla o de escucharla, algo que, como mínimo, puede provocar efervescencia cerebral en el argentino promedio, aunque en estos últimos años lo que ha generado con más frecuencia son ataques de nervios en ese kirchnerismo al que Sarlo le resulta a veces incomprensible y casi siempre intolerable”. Mientras escribo esta nota me pregunto si esta misma reseña me situaría por debajo o por encima de la representación que Carpena tiene del argentino promedio; también me pregunto dónde se ubicaría él y por último, si cuando escribe “ese kirchnerismo” no está dejando lugar a la diseminación de las necesarias diferencias que pueden reconocerse entre todos los que hoy, en este país, nos identificamos con ese nombre o, por qué no, con su variante femenina: cristinismo. Sobre lo que no me caben dudas es que decir “kirchnerismo” es dar cuenta de un colectivo mucho menos homogéneo de lo que se supone: que mis amigos libreros de Santa Fe y de Bahía Blanca me cuenten que La audacia y el cálculo vuela de los estantes no obedece a que lo compren sólo los antikirchneristas. Para muchos, encontrarnos con esta publicación, fantasear con la continuidad de los diálogos entre Ricardo Forster y Sarlo, entre Sarlo y González (imaginar otros, entre Sarlo y Rinesi, por ejemplo); seguir las repercusiones de estas polémicas en los medios y en los circuitos universitarios, son síntomas que celebramos. Durante casi una década, buena parte de la universidad argentina lamentó, entre la ironía con dejo melancólico y el letargo, la ausencia de polémicas. Que se reaviven a partir de un acontecimiento como el kirchnerismo (sigo a Derrida cuando pienso al acontecimiento como la irrupción de lo inesperado, de lo fuera de cálculo) y que un libro de Sarlo permita abrir nuevos diálogos sobre sus derroteros son, para muchos de nosotros, un estímulo, cabe aclararlo (aunque a esta altura ya se sabe), no sólo intelectual.
(Actualización julio-agosto 2011/ BazarAmericano)