diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En Alabama, durante el verano de 1936, el fotógrafo Walker Evans y el periodista James Agee vivieron dos meses junto a tres familias de campesinos pobres, algodoneros y blancos del sur. Había sido un encargo de Fortune, pero al no cumplir con las expectativas de la revista, el reportaje se publicó años más tarde bajo el bíblico título de Elogiemos ahora a hombres famosos. Al igual que sus hijas e hijos después de ellos, si no fuera por este libro que Lydia Davis llamó alguna vez excéntrico y hermoso, los retratados habrían pasado a la historia sin nombre. El registro que hacen es tan inabarcable y preciso que se vuelve inútil: las tazas, platos y cucharas de la familia Woods; la voz de un tren en la oscuridad, el recuerdo final de una trompeta; el olor a telas ardidas, de un animal que llega, a cera de abejas sobre hierro caliente; la nieve en un guante de lana; el jabón perdido en la batea: la flexión de una mano o de un codo; el sabor a ginebra barata con jugo de lima: todos regalos que son, al decir de Agee, precarios y efímeros como el amor que ya no sentimos por alguien.
“La vida es demasiado seria como para que yo siga escribiendo”, así empieza “La escritura”, uno de los ciento veinte relatos de Ni puedo ni quiero, la última colección de Davis desde que se editaron sus Cuentos Completos en 2009 y todavía no había sido galardonada con el Man Booker International Prize. Breves, apenas unas palabras, varias líneas o dos páginas, estas historias arman su economía aspirando la inmensidad de los detalles del mundo. Sin embargo, insisten en que escribir no tiene que ver con cosas reales, aunque a veces la escritura suela tomar el lugar de algunas cosas reales. De lo contrario, claro está, podría haber sido un libro ensamblado con pedacitos de materiales y de objetos, falto de lengua, ciego. Pero como se sabe, Lydia es amante tanto de Elogiemos ahora a hombres famosos como de Flaubert, por lo que no solo observa de ojos abiertos, sino en el momento en que las infinitas conexiones que unen a las cosas dejan una sensación y una cicatriz.
Además de ocuparse de lo que en general no importa, de lo que pasa cuando no pasa nada, salvo una novela mala, el perro, la esposa de Pouchet, dos sepultureros, una situación incómoda, mis pisadas, las espantosas mucamas, de todo lo que parece simple como estos títulos pero que va engordándose en cada uno de los relatos hasta comérselo sin que nos demos cuenta de que ya pasó, hay un trabajo meticuloso con el tiempo, con la cronología que envuelve a esos personajes insignificantes que jamás formaron parte de ningún equipo épico ni heroico. Del tedio, más bien, se van alimentando ansiosos, pasan sus horas pensando y volviendo a pensar lo que pensaron, cambiando un gesto, una secuencia, obstinándose, sufriendo solos absurda e improductivamente: “Dudó, sin embargo, porque el estampado era tan audaz y los colores tan descarnadamente rojos, blancos y negros que pensó que podía no quedar bien en su casa, aunque su casa estaba decorada con un estilo despojado y moderno. Admiró la alfombra en voz alta, pero le dijo que no estaba seguro de que quedara bien en su casa y se fue de la feria sin comprarla. Durante el día, sin embargo, mientras nadie más compraba la alfombra y ella seguía sin bajar el precio, él pensaba en la alfombra, y más tarde regresó con el propósito de volver a verla, si todavía estaba ahí, y decidirse a comprarla o no. La feria, sin embargo, ya había terminado”.
¿Qué Davis de los dos que se disputan en “Los dos Davis y la alfombra” se quedará con ella?, ¿qué diferencia, después de todo, existe entre las vicisitudes de los vecinos y las de una alfombra descartada y vieja? Poca, porque de lo que se trata es de esa actividad incesante e invisible que se teje entre las palabras que no describen nada pero que hace posible sentirlas. Al menos así lo entendieron también Rousseau y Sylvia Plath, dedicados al final de su vida al puro encaje, él, y mucho antes de morir, a las dos agujas, ella. El futuro en el universo de Ni puedo ni quiero funciona de manera similar, permanece, pero nunca sucede. Can’t and Won’t, el título en inglés, adelanta en parte esta cuestión: ¿quién o qué no puede ni querrá?, ¿quién o qué desde el aburrimiento o el tedio, haciendo cosas reales en lugar de escribir, ordenando y volviendo a ordenar lo que sea que quede una vez terminada la fiesta melancólica del detalle?
(Actualización noviembre - diciembre 2015 / enero - febrero 2016)