diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Me encuentro frente a un desafío del que no voy a salir bien parado: el último libro de Kurt Vonnegut publicado en castellano no me gustó tanto. Ese es el verbo que más me rebota en la cabeza en estos días: “gustar”, la palabra prohibida de la crítica. Pero aquí no hay nada prohibido, o no es crítica.
Para continuar con las declaraciones estrictamente personales: Vonnegut es uno de mis autores favoritos. Lo descubrí tarde, mucho después de que unos amigos de La Plata fundaran la muy querida librería Vonnegut, cuyo nombre flotaba como una sombra sobre mis lecturas pendientes. “Qué raro que no hayas leído Vonnegut”, me preguntó un amigo hace años, “a vos te va a gustar mucho”. Llegué por primera vez vía Matadero-Cinco, pero entonces no supe entenderlo del todo. Años más tarde leí Desayuno de campeones en el club de lectura que organizamos con mis amigos y fue una revelación: se puede escribir distinto, sólo que por alguna razón todo el mundo elige escribir parecido.
Demos un salto temporal hacia el presente. ¿Qué ocurre con Pájaro de celda? Es el paso de Vonnegut hacia una segunda etapa de su obra, más realista; casi no tiene ciencia ficción a excepción de las novelas del inefable Kilgore Trout en cuentagotas. Peor aún: no tiene dibujos. Es un buen libro, pero el centro del relato es la tragedia y no logra hacer sonreír, aunque lo intenta, como si el pájaro negro del cansancio hubiera posado sus alas sobre el narrador. El prólogo está dominado por el recuento de una masacre obrera, y aunque en verdad sólo dura una decena de páginas su influencia contamina toda la novela. Esa misma soga del ahorcado conecta a Sacco y Vanzetti, los juicios de Nuremberg, el macartismo, el Watergate, los monopolios que se lo tragan todo, y también los avatares laborales, románticos y judiciales del desafortunado protagonista. La frase central del libro, si hay una: “Lo más importante que enseñan en Harvard es que un hombre puede obedecer todas las leyes y aun así ser el peor delincuente de su época”. Es un libro especialmente derivativo, que compacta varias posibles novelas en una, en las cuales el lector querría sonreír pero la sonrisa se le transforma en mueca.
Los puntos altos del libro: los hoteles en ruinas y las catacumbas modernas bajo la Grand Central Station: “Podría ser un refugio para dinosaurios. De hecho, había sido un taller de reparaciones para otra familia de monstruos extinguidos, las locomotoras de vapor”. También una de las muletillas de este libro: tilín tilín, que en un lenguaje alienígena significa a su vez hola y chau y gracias y por favor. Por supuesto, las tramas de ciencia ficción del enjaulado Kilgore Trout. En una entrevista sobre la novela [http://www.wnyc.org/story/kurt-vonnegut-jailbird/], Vonnegut revela que el recurso borgeano de contar tramas de ciencia ficción en vez de escribir las novelas completas provino de un comentario de uno de sus editores: “You know, the problem with science-fiction? It’s much more fun to hear someone tell the story of the book than to read the story itself”.
Pero también ocurre que me siento incómodo frente al funcionamiento de la maquinaria narrativa, como si hubiera visto desnuda a mi madre. Veamos cómo funcionan: una introducción por parte del autor que parece preceder a la novela pero que es la novela, luego la narración principal en la que se va y vuelve en el tiempo, literal o figuradamente hablando, mechada por tramas de ciencia ficción clase B e ilustraciones del propio autor y muletillas que se repiten con frecuencia (como bien dice, anti-orwellianamente, “nuestro lenguaje es más grande de lo que necesita”). Ése es el esqueleto narrativo de la mayoría de las novelas de Vonnegut, y me da vergüenza desenterrarlo, como si exhibirlo fuera indigno. Acá estoy, con la calavera de Kurt Yorick Jr, que tanto nos hizo reír.
¿Qué tiene de grave que éste último no me haya gustado tanto? Sencillo: no quiero hablar mal de uno de mis autores favoritos. Si no me gustó tanto, ¿entonces por qué lo reseño? Quizás, pienso, sea una buena oportunidad para juzgar cómo funciona una obra como parte de una constelación autoral. El gusto personal se construye, al igual que el social, y en esa construcción permanente resulta inevitable crear jerarquías entre los elementos de un mismo grupo.
Gracias a internet me entero que, por supuesto, Vonnegut lo hizo antes que yo. En un artículo publicado por Open Culture [http://www.openculture.com/2015/09/kurt-vonnegut-creates-a-report-card-for-his-novels.html], se revela que el propio Vonnegut evaluó sus propios libros como si fuera un boletín escolar. Por supuesto, Matadero-Cinco tiene una A+. Pero luego descubro que un libro imperfecto pero genial como Payasadas recibió una D mientras que Pájaro de celda tiene una A. ¡Desayuno de campeones una C! No figura Timequake, su último libro y el último que falta traducir, recientemente anunciado al castellano por la misma editorial.
A La Bestia Equilátera le debemos mucho en su misión de educar al soberano. Gracias a su trabajo sin pausa podemos apreciar la obra de Vonnegut en las traducciones siempre cuidadas de Carlos Gardini. Las sirenas de Titán ya había sido bien traducido en 1971 por Aurora Bernárdez para la editorial Minotauro que comandaba Paco Porrúa, siendo el primer título del autor que se publicó en nuestro idioma; luego fue el turno de Galápagos a cargo del mismo Porrúa, que nunca abandonó el generoso vicio de la traducción. Más tarde vinieron las ediciones de Anagrama, deslucidas entre tanto castellano peninsular, pero sobre todo por crímenes inexplicables como traducir la misma muletilla ¡de una forma diferente en cada ocasión! La de Matadero-Cinco se transforma, a veces con una página de diferencia, en “como suena”, “y así sucesivamente”, “eso es”, “así fue” y “así son las cosas”. Ya es hora de una nueva traducción que haga justicia por mano propia.
(Una consecuencia inesperada del trabajo evangelizador de La Bestia Equilátera: podemos apreciar mejor Kilgore o todo vuelve a su cauce más pronto o más tarde, la segunda novela de Eric Schierloh, el fanfiction definitivo sobre Vonnegut cuando el fanfiction todavía no era literario. Todavía no lo es, pero Kilgore sí.)
En fin: Pájaro de celda no me gustó tanto, y la explicación me parece sencilla: cuesta competir con la sombra de perfección que proyectan los otros libros del autor. Qué le vamos a hacer sino pasar con amor al próximo libro de Vonnegut. So it goes. Aún hoy quiero leer todos los libros que escribió. El año pasado encontré una versión original de Matadero en una mesa de saldos parisina. Después de batallar durante meses con el idioma francés, leer a Vonnegut en inglés fue como estar en casa. Nada dolía y todo fue hermoso.
(Actualización noviembre 2015 – febrero 2016/ BazarAmericano)