diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En medio del pequeño estanque
hay un pabellón
de verde y blanca porcelana.
Como el dorso de un tigre
se comba el puente de jade
hacia el pabellón.
En la casita unos amigos sentados,
bien vestidos, beben y charlan...
algunos escriben versos.
Gustav Mahler, El canto de la tierra
De narraciones a genealogías
Hace 5 años, en 2010, Dardo Scavino publicaba por Eterna Cadencia, Narraciones de la Independencia. Arqueología de un fervor contradictorio. Aquí, en Bazar, se reseñó ese texto que ponía en debate las lógicas de las conmemoraciones y del Bicentenario y que ampliaba en todo sentido la mirada de las revoluciones americanas a través de experiencias y textualidades muy diversas. Como en este caso, Scavino recorría un hecho desde su presente hacia el pasado y hacia lo que sería el futuro y en esos pasajes ponía en juego paradojas, contradicciones, ambigüedades que no dejaban en la tranquilidad de obra cerrada o figura de autor los devenires de esas gestas.
Las genealogías en torno al concepto de juventud y sus expresiones políticas en la historia, la literatura y la filosofía americanas van por ese camino. Por una parte, Scavino vuelve a zanjar la deuda epistémica que tenemos con el pasado a través del desbroce filológico del lenguaje. Desanda el hilo de la lengua hasta sus primeras palabras para revestirlas de una nueva actualización; pero lo hace con un sentido pleno de contexto; no palabras aisladas, no la mera morfología muerta: convertidas en auténticas palabras clave, términos como minoritas o la procedencia de astronomía son pequeñas ganzúas para abrir textos que la erudición y el poder suelen cerrar. Esto es particularmente interesante, al menos para mí, en textos tan asociados a una lectura de autoridad o de institucionalidad como lo es, pongamos por caso, el antiguo o el nuevo testamento. Con las cartas de San Pablo a los Gálatas, Scavino se adentra en la lengua y le pone los pies en la tierra al santo, a quien se ve, de repente, políticamente actuando, y por consiguiente, es dable entender ese texto fundamental de la historia de occidente desde lo que de filosófico y literario tiene, sacando el terco escorbuto de la religión.
Por otro lado, y como modalidad argumentativa, el libro, dividido en tres zonas, se arma en dos tiempos: una costura de puntadas cortas en las que siempre se fija el recorrido de un autor o su postulación y unas puntadas largas en las que se propone, a partir de esa aparición, un paréntesis, una aclaración, una huida hacia otro aspecto o hacia otro texto. Así, se configura una idea de genealogía, al modo foucaultiano y, antes, al modo Nietzsche.
Lo que sigue son apenas algunas escenas de las muchas que dejo fuera.
El sujeto ilustrado
La primera sección del libro, “Las edades del hombre” se centra en el concepto de minoridad como supuesto para justificar lecturas colonialistas y anticolonialistas a lo largo de cinco siglos. Guillaume Raynal es la puntada corta que asoma de vez en vez y configura el armazón sobre el que van erigiéndose argumentos en torno a la consideración de los pueblos “salvajes” pensados como niños. Aquella pregunta inquietante de Dos veces junio, “¿A partir de qué edad se puede torturar a un niño”? resuena como eco de esta otra, “¿A partir de qué edad los pueblos salvajes dejarían de ser niños y podrían autogobernarse?” Una serie de respuestas de un lado y del otro, con sus tensiones en sí mismas van por la superficie dando largas puntadas en este primer episodio genealógico en el que se concibe la juventud como una etapa intermedia, en ascenso, hacia la madurez, hacia la salida de la minoridad, como quería Kant.
El sujeto moderno
En la segunda sección, nacen los jóvenes. Jóvenes como Esteban Echeverría que veía en su propia juventud la condición de regenerar la patria; nace el sujeto moderno con una nueva concepción del estado, dejando atrás el gigante monstruo estatal pensado por Hobbes –una perla de las letras universales, sin dudas, es el “hombre artificial” de Hobbes, explicado de modo claro, sintético, bien narrado por Scavino; nace el hombre nuevo, cuya única posibilidad de existencia está en la juventud aún no envilecida por el hábito, por el achaque y la comodidad. Aquí, se entra y se sale por la palabra romántica de Echeverría, para dar lugar a desarrollar otras, como la de Alberdi, Baudelaire, Goethe y con ellas indagar en lo sublime, el genio, el gusto, la belleza.
¿Eterna cadencia?
De Herodoto a Comte la idea de recambio generacional marca una cadencia, ya de los ciclos de poder ya del ritmo del progreso histórico. El recambio generacional implica, en estos casos, acumulación de saberes; después, el historicismo romántico está pensando en la transformación y la mutabilidad, por lo que cada época tiene su Zeitgeist, el espíritu de su tiempo. Por tanto, el romanticismo no se ata al simple recambio sino a la polémica. Dice Nietzsche:
“¿Por qué soportamos ahora la verdad sobre el pasado más reciente? Porque siempre existe una nueva generación que se siente en contradicción con el pasado, y que goza, en esa crítica, de las primicias del sentimiento de poder. En otros tiempos, la nueva generación quería, por el contrario, fundarse sobre la anterior y empezaba a tener conciencia de sí no solamente aceptando las opiniones de sus padres sino también defendiéndolas todavía con mayor abnegación, si una cosa así era posible. Criticar la autoridad paterna era, en otros tiempos, un vicio: ahora los jóvenes idealistas empiezan por eso.”
Y, concluye Scavino: “La concepción nietzscheana de la genealogía ya no puede separarse del culto de la juventud”. Un culto, confirma, del que todavía no hemos salido.
Las fuentes de la juventud
En la parte honda de la fuente, hay unos peces raros, un poco locos, un poco olvidados. Son los peces que brillan en las escamas de los peces de superficie; tras engullir, el pez comido alimenta el fuego en la piel del pez que vemos. Profundidad y altura dependen del punto de vista y de la relación que se establece entre ellas, relación inventada por un sujeto. Dardo Scavino lee la piel, la escama, lee la hondura. Lee Raynal, un autor presente en las palabras de los curas de la revolución de Mayo; lee Lerminier para leer a Alberdi; lee los sucesivos discursos apologéticos de la madurez, las tímidas emergencias de la juventud y, a contrapelo de esto, lee en el anhelo de lo joven, la advertencia del peligro. Lee lo que destila raros tufillos, de Ortega y Gasset a Palcos, a Rojas, lee marcas invisibles en la genealogía de la juventud. Sin rodeos y a modo de ejemplo: tan usual es ver análisis en los que se da por hecho que Alberdi lee Lerminier como infrecuente que alguien se detenga específicamente en su lectura. Es en este sentido intertextual que el texto repone las fuentes, de un modo pertinente y hondo.
Imagino este libro como una reescritura de la fantástica Vida de Brian (1979) en la que los Monty Phyton llevan la parodia al origen del cristianismo y recuperan la perspectiva política del acontecer histórico. Aquí, las múltiples voces que son convocadas para hablar de las fuentes de la juventud tienen el acento puesto en lo político, un modo despierto de leer lo que ya fue, lo que aún no dejó de ser, lo que todavía no es, la grieta del presente.
(Actualización septiembre – octubre 2015/ BazarAmericano)