diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Hay algo de novelesco, en el sentido fuerte de la palabra, en la anécdota inicial de La exigencia crítica –un mapa de lecturas que reconstruyen exhaustivamente esa zona de intensidades políticas y estéticas de la crítica literaria argentina reunidas bajo el nombre de María Teresa Gramuglio. Sobriamente, sin dramatismo, Gramuglio les anuncia a quienes serían los editores del libro que se retiraba de la enseñanza académica. Discípulos y compañeros de trabajo, dispuestos a no dejarla ir así nomás, Judith Podlubne y Martín Prieto deciden ir a escucharla. “Era la última clase y parecía una más”, observan los únicos en el aula que sabían que esa clase de Literatura Europea II era la última que Gramuglio dictaría como profesora regular en la Universidad de Rosario, el lugar donde unos cuarenta años antes había comenzado su carrera académica. ¿Cómo darle el sentido de un final a lo que parecía ser una clase más? Problema narrativo que no es ajeno a las novelas realistas que Gramuglio, titular de la cátedra de Literatura del Siglo XIX, enseñó entre 1987 y 2005 en la Universidad de Buenos Aires: la vida sólo toma forma desde la perspectiva de un final; el final como lugar del sentido. Después de todo, hay en la crítica académica un gesto de autoexamen permanente bajo la forma de una novela en curso –una historia hecha de personajes, redes y tramas, de enredos y de luchas de poder, de itinerarios y mapas, de restos de debates y discursos a los que la crítica no deja de volver en busca de un objeto de deseo que parece haberse esfumado del presente. La dejarían ir, pero no sin antes atravesar uno de esos rituales de lectura que, en el continuo de los saberes académicos, tratan de fijar bajo la forma de un libro lo que, parafraseando a Judith Podlubne, podría llamarse “acontecimiento Gramuglio”: la irrupción de una diferencia, de una mutación, de un desvío en el orden del discurso de la crítica que, con el paso del tiempo, se fue abriendo camino a fuerza de repetición y diferencia. Beatriz Sarlo la ubica en el cruce único de tres tradiciones, “una encrucijada excepcional de nacionalismo, criollismo y cosmopolitismo” que la singulariza como acontecimiento único que se propaga por el campo de la crítica según la lógica de la continuidad y el recambio, la innovación y la perpetuación de un saber.
Publicada en 2013 por la Editorial Municipal de Rosario, la reunión de la obra crítica de Gramuglio bajo el título de Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina había vuelto a poner en circulación un corpus disperso en revistas culturales, prólogos, conferencias, desgrabaciones de clases y fotocopias ajadas, brindando la oportunidad de releer y establecer un diálogo crítico que transmutara “el final en recomienzo”. Así, los ensayos que integran La exigencia crítica se dedican a mostrar que después de Gramuglio, ciertas regiones de la imaginación crítica no volverían a ser las mismas, ni la década del 30 y el lugar del ensayo de interpretación nacional (Adrián Gorelik, Hilda Sábato); ni el archivo Sur y lo que entendemos por política de la literatura (Judith Podlubne, Nora Avaro); ni el lugar del autor, inseparable de la construcción de una imagen (Sergio Pastormerlo); ni las fronteras de la literatura nacional, redefinidas por una perspectiva comparatista (Alejandra Laera, Mariano Siskind, Nora Catelli); ni las luchas por el sentido de lo que leemos y entendemos por realismo (Sandra Contreras, Martín Prieto); ni, finalmente, el modo de leer a Saer en clave modernista, según una exigencia teórica acuñada en los años sesenta y setenta que, identificando el compromiso político del escritor con las experimentación formal, Gramuglio no abandonaría nunca (Alberto Giordano).
El Saer de María Teresa Gramuglio, observan los editores, era un libro en sí mismo, uno de esos libros centrados en la figura de un autor cuya poética, en la imaginación del crítico, se confunde con la literatura misma. Gramuglio fue una pionera de la crítica saeriana, y su voz crítica es inseparable de una lectura que se extiende desde los días de publicación de Cicatrices en el año 1969 hasta un ensayo sobre Lugar del año 2010, cinco años después de la muerte del santafecino. Con los estudios y ensayos que Gramuglio le dedicó a Saer a lo largo de cuarenta años, Alberto Giordano, “por el gusto de imaginar”, especula acerca de un libro posible que daría cuenta de uno de esos diálogos donde la crítica se convierte en el ala teórica de una literatura que, por medio de preceptos y afectos, no dejó de interrogar los presupuestos de la narración –espacio, tiempo, personaje. El libro, imagina Giordano, sería una suerte de autobiografía indirecta del crítico; se llamaría “El absoluto literario” y estaría dividido en tres secciones que dieran cuenta de la intensidad de la alianza permanente entre el crítico y el escritor. La primera sección incluiría los textos de lo que Giordano llama la “apuesta” –una serie de intervenciones de Gramuglio sobre la obra de Saer que echan luz sobre una obra desconocida por el público y la crítica, cuya potencia de innovación y nivel de exigencia formal estaba transformando secretamente la política de la ficción. Se trata de una lectura que, a través de El limonero real, La mayor o El entenado abandona el reduccionismo sociologizante de la década del setenta por una “moral de la forma” que el crítico debía poner de manifiesto, porque es en el campo de la experimentación y de las elecciones formales donde se iba a jugar a partir de ahora el valor político de un texto. Comenzados los años ochenta, la apuesta se vuelve colectiva y abarca a los críticos de Punto de vista, que en el contexto de debate sobre el realismo encontraron en Saer su diferencia. Entre la primera y la segunda ficción mediarían veinte años, los años de consagración de Saer: la apuesta temprana había resultado ganadora. Gramuglio no vuelve a escribir hasta la muerte del escritor, en 2005. Incluido en un apartado al final de La exigencia critica, “El cónsul” es uno de esos textos de despedida donde el recuerdo personal –Gramuglio discurriendo a principios de los años ochenta junto a Saer y Juan Pablo Renzi sobre el personaje de la novela de Lowry Bajo el volcán– toma la forma de un texto de Saer: tramas de amistad, figuras de artista, sedimentos de experiencias vividas, materiales estéticos de la gran tradición de la literatura occidental. La tercera sección, finalmente, reuniría los textos de lo que Giordano llama la “incomodidad”, una serie de intervenciones en las que Gramuglio trabaja a partir de la inquietud que le produce el efecto “cajón de sastre” de Lugar, un “rejunte” de ensayos y textos breves que Saer publica en 2010. “Al modo de la mejor crítica ensayística” --escribe Giordano--, “que aborda la instancia del juicio desde las inquietudes de la experiencia subjetiva, [Gramuglio] decidió interrogar esa incomodidad y trabajar con ella sin supersticiones”, mostrando que los “cuentos” de Lugar son un laboratorio de las variaciones formales que se desplegarán en las novelas.
La incomodidad como índice de separación asegura esa distancia mínima que permite que el aparato crítico, exigido al máximo, siga trabajando sobre la diferencia y produciendo nuevas preguntas. ¿No es la incomodidad de Podlubne, que como no comparte el “efecto de igualación” que promovía Gramuglio al hacer girar Sur alrededor de Borges, desvía la herencia y reconfigura el archivo para inscribir la voz narrativa de Silvina Ocampo como “acontecimiento inarchivable”? ¿O la incomodidad de Sandra Contreras cuando en nombre de un “desacuerdo” en torno a la noción de “realismo” y de “real”, se permite “prescindir” de la exigencia que Gramuglio le hace a los críticos de los realismos del año 2000 que, sin el horizonte de cambio revolucionario de los años sesenta y setenta, parecen haber renunciado a las aristas más políticas de la estética realista? Es en esos momentos que la exigencia crítica de Gramuglio mejor se transmite: cuando los discípulos, para permanecer fieles a la maestra, deben apartarse de su letra y, desde la incomodidad, dejar de hacer historia de la crítica para repetir el impulso creador, el acontecimiento permanente que subyace a una voz.
(Actualización septiembre – octubre 2015/ BazarAmericano)