diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Ulises Cremonte

El dolor amortiguado
Mecánica, de François Bon, Buenos Aires, Mardulce, 2014.

François Bon es francés. Se sabe que llegó a la literatura de adulto, que estudió industria nuclear, aviación y filosofía. Supongo que en ese orden, aunque resultaría biográficamente más lúdico que hubiese sido justamente al revés: filosofía, aviación e industria nuclear. Mecánica es su primera novela, a la que luego le siguieron treinta más. También escribió una biografía sobre Bob Dylan, otra sobre The Rolling Stones y una crónica de viaje junto a la banda Led Zeppelin. Es la primera vez que se publica un libro suyo en castellano, gracias al aporte del Programa Francés de Ayuda a la Publicación (PAP). Se sabe que la literatura de un país no se define solo porque lo que publican sus autores nativos, sino también por qué se elige traducir. Algo de eso parece entender Damián Tabarovsky, editor del Mardulce cuando plantea que el (PAP) es: 

 

un programa admirable que facilita muchísimo la toma de decisiones. Apostar por un autor como François Bon, que es buenísimo, pero que no es conocido en castellano, no es fácil. Es una decisión riesgosa. Y el hecho de saber que existe el programa, permite decidirse a correr el riesgo. En relación con la traducción, las editoriales chicas argentinas trabajamos con una lógica de guerrilla: debemos movernos rápido, llegar antes, descubrir autores antes que otros. Saber que contamos con la posibilidad de un subsidio ayuda enormemente en ese contexto siempre desfavorable.

 

Tabarovsky habla de riesgo, y posiblemente sea un término acertado. Quizás por eso la publicación Bon se la presenta como una deuda saldada. La contratapa del libro así lo define: “es una especie de reparación de los avatares inexplicables del mercado editorial. Ahora sí podemos comprobar lo que ya sabíamos, que Bon es un gran escritor, uno de los mejores de nuestro tiempo”. Queda claro que, aunque no se recupere el dinero en ventas, la editorial vuelve a demostrar que cuenta con uno de los mejores catálogos de nuestro país.

Después de todo este preámbulo, nos encontramos con una novela. Iba a escribir “extraña novela”, pero este género es y ha sido tan flexible, que permite decenas de mutaciones, volviendo cualquier adjetivo redundante. En Mecánica la mutación toma un cuerpo gramatical particular: muchos párrafos comienzan con una palabra, dos puntos y luego sí, la narración de una escena. La lista es amplia y heterogénea: “casa”, “foto”, “voz”, “rutas”, “biografía”, lo que parece mostrar que el único patrón es el de condensar en un solo término un estado (inicial) de cosas. A esto hay que sumarle un dato clave: la historia es la de un hijo que asiste a la agonía de su padre. Este elemento que parece ser el “big bang” de un duelo peculiar, un duelo Futurista rodeado de “chasis desnudos”, motores, manchas de aceite, ruedas, surtidores de nafta y un mameluco “entreabierto en el torso”. También hay una cámara Kodak y otros objetos de uso doméstico. La modernidad contada desde sus mercancías. Pero no solo eso. O en realidad todas esas cosas parecen operar satelitalmente, porque en el centro está el mismo acto de recordar como principal motivo temático. Dice el narrador:

 

Se pude iniciar una escritura así, sin notas ni preparativos. Pensaba en eso desde hacía algunos meses, un libro que habría podido llamarse “Casas”, solo eso, unos interiores, nada más, sin referencias, sin lugares, solo esas figuras de detalle, esos muebles, unos corredores, escaleras, cuartos, disposiciones, aquello maduraba como uno madura también otras ideas, algunas notas, en un cuaderno, fragmentos, listas.

 

Y sin embargo el proyecto, al menos bajo esa forma, no prospera. Los autos parecen remplazar a las casas. Aparecen así, la fotografía de un tractor de veinticuatro ruedas, la imagen de un Dodge en el taller mecánico y la herencia de un oficio.

El cuerpo enfermo del padre es también una especie de contrapunto perfecto: la debilidad de la carne, frente al poder de la máquina. Esa enfermera que evita mirarlo cuando le dice: “No está reaccionando bien, su papá”. Un cuerpo fundido, que finalmente ya no tendrá arreglo.

Esos días finales que le generan al narrador una pulsión rememorativa. En un punto alto del libro es cuando presenciamos las “escapadas” familiares al Salón del Automóvil y a las 24 horas de Le Mans, a las que se definen, como una “galaxia fija y perenne”. Hay muchas frases como éstas a lo largo del libro. Esas pequeñas unidades de sentido constituyen el tono del relato. Un tono íntimo, susurrado, más que confidente. El hijo recuerda a su padre o más bien la vida cotidiana junto a su padre. Lo hace sin dejarse ganar por la evocación catártica, ni lacrimógena.  Sentimiento genuino, no sobre actuado, quizás porque la figura del padre se encuentra siempre mediatizada por objetos. Como si necesitara amortiguar el dolor formando una trinchera de fierros.

Dice Bon: “El mundo de hierro es simple, geométrico, despojado”. Y podríamos agregar: eterno. Esa eternidad de la que carecen los soportes biológicos. En eso nos deja pensando Mecánica.

  

(Actualización julio - agosto 2015/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646