diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Presumiblemente, al igual que el conocimiento, la memoria –que como él es una construcción, un ejercicio y una decisión- está afectada por pasiones, o, de manera más general, por intereses. ¿Cuáles son las pasiones de la memoria?”
Diego Tatián.
Fogwill, una memoria coral es el primer libro que intenta acercarse a la vida de Rodolfo Enrique Fogwill, y al mismo tiempo, es el primer libro de Patricio Zunini. Por lo tanto, dos inicios.
1.
Algo más complejo que un sencillo trabajo de campo donde se recogen testimonios, el libro de Zunini es el resultado de una composición; una reunión de voces que su autor ha llamado “memoria coral”, dibujando así un territorio difuso donde intervienen categorías como la anécdota, el recuerdo y la entrevista. Estas especies divergentes circulan en la compilación, de modo que cada fragmento compone una fracción singular dentro del relato de una vida. Sin embargo, la memoria es una categoría problemática. Diego Tatián en Experiencia, subjetividad y memoria distingue cautelosamente, “el testimonio concierne al recuerdo y a la experiencia, no a la memoria” […] La memoria es un campo de batalla”. Su preocupación parte de una consideración política, sin embargo estos usos de la recordación plural/coral mezclados con las disputas al interior de la escena literaria, tal vez hagan efectivo el principio político -es decir común y colectivo- de una discusión sobre la continuidad entre los modos de ser y de escribir. En este sentido, el nombre Fogwill, tal vez sea solo una excusa, una puerta de entrada para observar las tensiones que recorren el presente (y la genealogía) de una trama cultural.
Aún así, el problema que enfrenta esta memoria coral es circular alrededor de una figura que lleva impresa la marca inherente de la disrupción y la irreverencia. El riesgo, entonces, es caer en la canonización. En todo caso, los matices entre historias y versiones trazan las partes de del todo parciales de un relato mayor, que el propio Fogwill -en vida- se encargó de narrar y publicitar como máquina de producción (de pensamiento y de escritura) que sigue funcionando cinco años después de su muerte. Los testimonios se acercan a esa vida/relato, pero al mismo tiempo, son la materialización de un tejido irregular formado por amistades y polémicas, pero sobre todo, por escritores y editores que tal vez puedan describir algunas posiciones dentro de la literatura argentina contemporánea.
2.
La breve nota preliminar -que, junto a los agradecimientos, es el único espacio donde aparece la voz de Zunini- advierte sobre la pre-historia del proyecto; un trabajo de recolección de voces y fragmentos de experiencias que forman una masa crítica desde la cual se desprende el libro. Zunini reconoce “la falta de voces” como un hecho inevitable ante el desborde proliferante de la vida recordada. Las ausencias, tal vez, se encuentren en dos casilleros que permanecen vacíos: la intimidad de la vida familiar a través de la voz de sus hijos y la mirada antagónica de sus detractores y “enemigos” literarios. Sin embargo, más allá de los puntos ciegos, hay un intento de comprensión que recorre implícitamente el recorte de Zunini, y que se traslada al cuerpo heterogéneo de voces compiladas. Esta indagación parte de una tesis discutible pero que demarca abiertamente el proyecto, esto es, trazar los contornos de una escena que reconoce en Fogwill “uno de los escritores argentinos más relevantes de los últimos treinta años”.
3.
Zunini recoge la palabra de al menos dos generaciones para ensamblar la semblanza de una vida poco ejemplar. En el origen, antes de la vida pública (entre las mesas de La Paz) se encuentran las voces de Germán García y María Moreno, trabando una tensa amistad que Moreno describe como una “pedagogía por el agravio”, y García como un “rivalidad” fundada en la discusión y la controversia: “clínicamente Fogwill era un personaje más bien histérico”. La visión de Oscar Steimberg -cofundador de Tierra Baldía-, describe a este personaje “torrencial” cuando se encuentra en estado de mutación hacia su devenir literario en la formación de un “estilo desbordado”. Luego, aparecen las nombres del contra-canon, como partes de un cuerpo emergente de autores que hacia la década del 80 fue impulsado, entre otros, por el propio Fogwill. Sus figuraciones van desde la intimidad del afecto y el homenaje en Alberto Laiseca, César Aira y Arturo Carrera, hasta la necesidad de tomar distancia y tiempo de relectura en Marcelo Cohen. La relación con sus editores forma parte de un relato particular dentro del mosaico de versiones; desde el inicio, con Daniel Divinsky, al final, con Francisco Garamona, pasando por las experiencias Damián Tabarovsky, Luis Chitarroni y Damián Ríos, se muestra toda la complejidad de unas relaciones enredadas por el dinero, la admiración, la publicidad, el mercado y la lectura atenta de sus textos, abriendo un arco paradójico entre la violencia y la generosidad. Finalmente, una heterodoxa lista de escritores y críticos -Elvio Gandolfo, Fabián Casas, Daniel Link, Martín Gambarotta, Sergio Chefjec, Silvio Mattoni, Daniel Guebel, Pablo Gianera, Martín Kohan, María Pía López, Maximilano Tomas, Iosi Havilio, Guillermo Piro, Ricardo Strafacce, Pola Oloixarac, Hernan Vanoli...- terminan por facetar el perfil de un Fogwill ya instalado en el campo literario, incluso (en algunos casos) de aventurar un legado. Entre estos testimonios se distinguen dos visiones prácticamente antagónicas -la de Sergio Bizzio y la de Alan Pauls- que al ser leídos correlativamente, permiten visibilizar la paradoja de la vida/obra de Rodolfo Quique Fogwill como una tensión contradictoria irrefrenable. Sin embargo, esta distancia que separa y distingue sus versiones tiene un punto de contacto -de clivaje- que rodea una idea necesariamente problemática: la paternidad. Así, el trato “afectuoso, casi paternal” con Bizzio, se transforma en una relación “paterno-perversa” con Pauls; el acento sobre un “malditismo contemporáneo” que impone distancia en uno, se transforma en la cercanía y familiaridad del otro; de la competitividad y el maltrato, al “Yo sigo escribiendo con Quique como lector”. En definitiva, la distancia entre Bizzio y Pauls, tamizada por la turbulenta relación con un padre conflictivo, tal vez establezca las dos caras de una ambivalente forma de vida.
4.
En definitiva, la “memoria coral”, digamos polifónica, de Zunini no elige una voz y una perspectiva para “enhebrar” su narración. Al eludir la figura tradicional del biógrafo dedicado a hurgar en los detalles de un pasado demasiado remoto, la vida que intenta reconstruir el libro es la del Fogwill público, es decir un personaje problemáticamente social. Dejando de lado la pulsión biográfica, Zunini se propone un montaje estereográfico de testimonios y recuerdos, un recorte selectivo de experiencias cuyo signo común se encuentra en el contacto con un sujeto que vivió, escribió y polemizó con gran parte del campo literario argentino a partir de la década del 80. A través de esta yuxtaposición de voces, Zunini compone la historia de un sociólogo, trotskista, melómano y ególatra dedicado a la publicidad que hacia 1980 funda una editorial donde se publican algunos poetas para entonces marginales (los hermanos Lamborghini, Oscar Steimberg, Néstor Perlongher, y él mismo); y que a partir de los años 90 adoptó por placer (al poder o a la generosidad) la función de promotor y agente literario de escritores noveles; y, en un (in)determinado momento de su deriva vital se transformó en escritor, construyendo a cada momento el mito del polemista maldito -contra el progresismo del retorno democrático, contra las editoriales, contra el Estado, contra el canon de la literatura argentina… - haciendo uso de todas las herramientas mediáticas de la vida contemporánea. En definitiva, el retrato de esta vida se arma como un mosaico de pequeñas historias; como una memoria fragmentada y en constante variación -versión sobre versión-; anécdotas que se suman a otras para hacer aún más compleja la imagen del “recordado”. Así, junto al Fogwill cruel, el Fogwill generoso; frente al gran lector y escritor, el performer impostado del escándalo infantil. Pero en cada instancia, es decir en cada voz, surge una visión vital de la literatura como indistinción (¿neovanguardista?) entre vida y obra, implicando a la escritura en un modo de ser, de visibilidad social, de enseñanza, de búsqueda itinerante e inestable como arte del derroche y el gasto. Cada entrevistado presenta una versión de esa vitalidad multifacética donde conviven la violencia y la generosidad, el dinero y la gratuidad -de ahí las adjetivaciones casi oximorónicas (“cínico bueno”, “manijero irritante”, “enloquecido, extremadamente vital”, “psicópata perfecto”) como oscilación constante. Sin embargo, en el final de este recorrido, la voz de Luis Chitarroni formula una interrogación que deja en suspenso esta memoria y la desestabiliza: “La gran pregunta es esa: en qué momento tiene autonomía de escritor. Yo creo que fue post mortem. Pero hoy, ¿cuánta gente sabe quién es Fogwill?”.
Tal vez, esta polifonía pareciera decir que, antes de ser escritor, sociólogo, militante, publicista, navegante, último maldito de la literatura argentina (intervalos contradictorios donde se cruzan versiones y políticas divergentes) Fogwill es -ante todo- un relato. Entonces, esta memoria -coral, colectiva, oral, urgente- no es un registro documental de “la verdad”; sino un libro donde vida y escritura vuelven a confundirse. Acaso, el libro diseñado por Zunini se instala como el último eslabón de las operaciones que el propio Fogwill gestionó para su propia figura de autor. Una memoria que, en el acto mismo de la enunciación, reinstala una imagen (un nombre) y hace visible los restos de una política de la literatura esbozada durante la década del 80, y operando sobre el presente. Esta memoria ensambla un relato que en el momento de ser enunciado intenta encontrar su sentido. ¿Cuál es el lugar de Fogwill en la literatura argentina?
(Actualización mayo – junio 2015/ BazarAmericano)