diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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–Pero entonces, ¿en qué territorio estamos? –se me ocurrió preguntar.
El Mariscal se paró y caminó hacia la puerta y antes de salir se dio vuelta para decirme: –En ninguno. Esto no le interesa a nadie.
La boca seca traza un escenario, por un lado, incierto en las coordenadas tiempo-espacio, y al mismo tiempo, familiar y reconocible aún (o sobre todo) desde los modos de la tradición. La huida de los esclavos por el desierto puesta en relación con un extraño experimento para traficar sangre y órganos obliga al lector a corregir cada tanto el verosímil: un procedimiento sofisticado pero no fatigoso, ya que la construcción del ambiente y de los personajes ubica a quien lee inmediatamente en el imaginario puesto en juego cada vez. En este sentido, es curioso entender cómo La boca seca construye su verosimilitud haciendo pie en la referencia literaria: ya se ha visto ese desierto, ese túnel, esa ciudad miserable, esa piel, esa mirada, en otras páginas. Una suerte de encuentro de imaginarios que proponen, desde su reunión desprejuiciada, una historia y una escenografía únicas, que se instalan como novedad.
Vivi y Amador son dos esclavos que huyen para salvar a otra esclava, Milagros, antes de que algo terrible suceda. Son perseguidos a través del desierto que habita Barnes, también buscado por el ejército. Barnes es el científico que ha creado a Bretó, un proyecto para fabricar un ejército desde la manipulación genética. Las historias se cruzan hasta ser una y dar así sentido a todo.
De algún modo, toda la novela se proyecta en torno a la palabra: la dicha y la silenciada (la boca seca). El mundo existe apenas es nombrado y la veracidad de lo dicho está ya desde el momento mismo de su enunciación. El lector va entendiendo el pacto al avanzar el texto hasta saber que, si puede decirse, puede pasar. Entonces la novela reinstala sus fronteras como una zona inasible, a la que es difícil asistir.
Todo el relato gira en torno de un personaje místico y extrañado: la negra Milagros. De una belleza hipnótica, nunca del todo descripta, la aparición de la joven va hilvanando y entrelazando las historias en torno a ella y de ese modo avanzando hacia el desenlace. Milagros es una suerte de protagonista pasiva: como si se tratara de un talismán, un tesoro, o un secreto. O una excusa para que todo vaya sucediendo, y para que se vaya contando lo que sucede.
Pueden identificarse entonces algunos de estos tópicos o figuras en torno a los cuales la historia se organiza:
El desierto, pensado como el escenario abierto e inasible, el camino largo hacia la frontera. La idea del espacio que avanza y se impone a la labor y el entusiasmo de los hombres. Como la selva de Quiroga. O el mar.
“Cuando murió el cura, a la iglesia de a poco se la fue tragando la vegetación y la mugre. Las ratas corrían entre los bancos buscando comerse las hostias que quedaban, como si trataran de salvarse del hambre que ya venía a azotar aquellas tierras”
El desierto invade y arrasa y destruye en su avance, o impide avanzar. Cruzar el desierto como la diferencia entre el éxito y el fracaso y, claro, entre la vida y la muerte.
“Diez días cabalgaron bajo el sol, con el diente de la muerte rasgándole los talones”
“El desierto lo sometió, lo llevó lentamente hasta el borde del absurdo, poco a poco le incrustó sus humores, sus fríos, sus voces.”
Sin embargo, en ese escenario hay un misterio:
“Nuestros ingenieros trabajaron sobre un terreno virtual, y lograron crear un desierto hasta donde se lo llevaría a Barnes y a su pequeño ejército. La idea era sacarlo de la ciudad lo más rápido posible.”
En ese sentido, la creación virtual es igual u opera igual que la creación literaria. Y el mundo no existe y a la vez sí, si es nombrado. Desde la voz de uno de los personajes, la novela se enuncia a sí misma, y a la literatura:
“Yo no soy nadie, todo lo que le estoy diciendo no es más que lo que ella quiere que le diga. Soy una cáscara. En breve voy a dejar de tener todas estas reflexiones y voy a entrar en un territorio blanco, quemado, que es el territorio de los adictos, donde las cosas no son más que lo que parecen. ¿Pero acaso la realidad no es eso?(…) Sabe lo único que puede tener apenas un pequeño acercamiento a la vida, la poesía. Por ahí le suena romántico”
Otro de los tópicos transitados es el ejército de campaña. La literatura y el cine aportan el verosímil de los personajes que cruzan el desierto buscando a los prófugos. Jefes militares corruptos, autoritarios, sanguinarios; crímenes, traiciones, venganzas, juegos de trampas y lealtades; diálogos que cruzan el western con el ranquel. Y en el medio, claro, una mujer.
La mujer. Su mirada y su voz la definen, porque entra en la historia a través de su diario. Obligada por cuestiones coyunturales a la transformación, narra su metamorfosis al tiempo que describe la ciudad asediada por el hambre y la guerra. El tono de su relato tiene la retórica propia de su educación y clase social, y por momentos contrasta con las escenas que describe. La pintura de la guerra es la del siglo veinte: el horror, la persecución; los que se la juegan, los que no; las personas peleando como perros por la comida, la cabeza del infiel sobre el escritorio del dictador. La mujer describe la ciudad:
“Domingo 15. La situación no puede ser peor. Las calles están abarrotadas de basura, lo que genera que todo esté impregnado de un olor que mejor ni pensarlo. Se suman a eso los tres días de lluvia”
Los esclavos. En el mundo de los esclavos, siempre huyendo, sobresalen dos cuestiones: la miseria y la magia. Con nombre de chica de barrio, Vivi, la esclava mayor, da permanentes muestras de su sabiduría hablando de modo asertivo y sentencioso. Además, tiene poderes: cura y predice. La situación de los esclavos (y también esa es una mirada instalada en la cultura) es paupérrima. Los lazos entre ellos son, por su simple condición, sanguíneos. Amador, criado por Vivi, es el hombre negro que cruza la historia, como un desierto, desde el principio al final. Hambreados, maltratados, vendidos, diezmados, son ellos, sin embargo, en una suerte de gesto mesiánico, los portadores de la salvación.
La palabra. La novela comienza con un murmullo que se propaga. Las voces superpuestas son los planos sobre los que la historia va tomando forma. Las variedades de lenguas cobran cuerpo desde los diálogos directos, y desde los textos escritos. Los esclavos, con sus ritos y sus cantos; los militares y los diálogos tácticos; la dama y su tono; el científico, son las voces que se apilan en el entramado. Y tejiendo la trama, el narrador: distante y poético, se acerca y se aleja de las escenas que cuenta, apuntando lo que hace falta para hacer sistema con el resto y construir la historia.
La novela se divide en cuatro partes. El narrador es el responsable de casi todas, a excepción de la segunda y la tercera, que están intervenidas por los escritos de los personajes. Estos relatos, incrustados en el general, permiten dar un giro a la historia y completar sentido acerca de muchos de los episodios presentados. Todo el texto entonces va construyendo en la medida que se va nombrando. Cuando se quiere denigrar a un personaje, o a un grupo, se los calla (como cuando se prohíbe cantar a los esclavos) como un modo de hacerlos desaparecer. En ese sentido, La boca seca es la novela del decir.
En suma, Marcelo Carnero crea una historia, y para ella un mundo, y para él la palabra que lo nombra. Una suerte de Frankenstein con retazos de voces ya escuchadas, que se conjugan de este modo por vez primera, generando una nueva criatura: una historia que es y no es, que se cree y se retrae, y a la vez conmueve y estimula los sentidos.
(Actualización mayo - junio 2015/ BazarAmericano)