diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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La incongruencia es el dominio de la máquina
Facsímil, de Alejandro Zambra, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2015.

La radio es portadora de, por lo menos, un hecho extraordinario, sobre todo para aquellos solitarios que se cuelgan de una frecuencia de AM donde todavía resisten los unipersonales: hay una voz que está sola, que transmite en soledad, pero que aparece en miles de hogares a la vez. Así se recrea el gran pase de magia: la ilusión de una voz que solamente me habla a mí pero que, al mismo tiempo, habla al oído de muchos. Ahora: imaginar que sintonizamos uno de estos programas pero, en lugar de disponernos a escucharlo, acaso para dar la impresión de que hay alguien ahí, lo dejamos sonando en la casa vacía. De la soledad hacia nadie o hacia una presencia simulada: así habla el narrador de Alejandro Zambra.

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Es por eso que, hasta Facsímil, uno podía recorrer la narrativa de Zambra sin encontrar guiones de diálogo, como si se tratara de un amplio campo de luz que no ha sido compartimentado en habitaciones. El discurso indirecto, en Zambra, nos hablaba de las distintas voces del relato que han sido fagocitadas por La Voz Narrativa, siempre del lado del perdedor de turno.

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Los personajes de Zambra no son personajes inocentes, esto significa: no son personajes absolutos, al estilo del bueno a quien le pasan cosas malas. Cada uno de ellos merece el presente desesperado que le toca vivir; ellos mismos (porque siempre son hombres) se merecen lo que les pasa. Esto, por un truco de justicia divina o por argucia literaria, nos devuelve a la gran tradición del relato realista: sabemos lo que pasará (el héroe se quedará solo, no hay solución posible) pero leemos hasta el final. Aunque todos los fracasos sean el mismo fracaso, queremos saber de qué modo particular fracasará nuestro protagonista.

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Acerca de la estructura: un hombre que compra flores está perpetuando lo mejor de la humanidad: el sentido de la belleza y de la galantería, de la belleza como regalo. Los personajes de Zambra compran flores en la mitad de la novela que se pudren al principio y se tiran al final. 

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En Facsímil las cosas cambian, aunque solo en parte. En contra del modo en que La Voz Narrativa digiriera las voces circundantes en libros anteriores, este nuevo narrador hace estallar el modelo, no mediante la donación de la voz (lo que efectivamente ocurre: en Facsímil los personajes hablan directamente) sino mediante la negación del narrador mismo. Este es un libro de procedimiento: es la máquina la que procesa.

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Facsímil toma su modelo, según se aclara en la nota preliminar, de la Prueba de Aptitud Académica y la Prueba de Selección Universitaria, ambos exámenes de ingreso a la educación universitaria chilena. La estructura de este libro, dice dicha nota, se basa en la Prueba de Aptitud Verbal vigente hasta 1994, que incluía noventa ejercicios de selección múltiple, distribuidos en cinco secciones. 

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Entonces, ¿qué es una máquina? Según Facsímil (y de acuerdo también a una larga lista de autores que incluye a Durand, Sebastián Bianchi, Carlos Ríos, Mario Arteca, Katchadjian, Charly Gradin) no se trata otra cosa que de la instrumentación de un modelo preexistente que pone en contacto pensamientos, voces, fragmentos a primera vista incongruentes. Mientras más sólida es la máquina mayor es su espectro, es decir, más lejano puede hallarse un fragmento del otro: la máquina soluciona la distancia. 

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Todavía más: la incongruencia es el dominio de la máquina. Si no fuera por la distancia que la máquina debe solucionar para reunir los datos, volveríamos al modelo humano de resolución de problemas, es decir, volveríamos al narrador de tipo clásico: aquel que establece recodos, ripios de tedio entre un tramo y otro de narración deseosa (en el caso de Zambra, se volvería a La Voz Narrativa). 

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La máquina entonces exhibe esos datos (su agrupamiento) y es el lector quien les concede o no un encadenamiento posible. Es lo que Maximiliano Crespi ha llamado “coartadas de cohesión textual”, espejismos de continuidad que tocan al lector en su propio fantasma y que lo empujan a buscar en una única dirección. Estos amagues narrativos, condenados irreparablemente a la decepción, aparecen en Facsímil en los asomos de una escolarización militarizada, el fracaso de un amor que al principio no prometía pero al final sí, un cuarentón sin hijos que lamenta un aborto, un cincuentón relatando a abiertamente a su hijo las ventajas de ser un padre cuando se trata de ligar mujeres jóvenes, etc. 

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Así, la tarea del narrador en Facsímil consistirá en llenar los espacios vacíos que la máquina, como un formulario, propone: en este caso se trata de ofrecer distintas opciones por cada ejercicio con la novedad de que cada una de estas respuestas tiene un valor literario. Al ofrecer una solución literaria (cuyo valor reside en su propia formulación), no hay respuestas incorrectas y, por lo tanto, tampoco respuestas correctas.

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¿Qué tipo de discurso sobrevuela estas respuestas? La diatriba, la exhortación impotente (vuelven los perdedores zambranos) contra la autoridad.

¿Se hace de un modo injuriante? De ninguna manera: la injuria significaría un juicio de valor por parte del narrador. En Facsímil el narrador no habla sino que muestra las voces, las trae a la luz.

¿Dónde está la diatriba, entonces? En la combinatoria.

¿A qué recuerda todo esto? A la gran tradición diatríbica, al gesto desesperado de la literatura chilena.

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Para muchos chilenos pos setentistas, Chile tiene forma de herida. No de cicatriz, de herida. Así lo demuestra la poesía post mortem de Zurita, su nota macabra, y también la cara del propio poeta marcada a fuego por el hierro candente. Aparece también en la elegía rudimentaria de José Cuevas, en el lamento por la pérdida del sueño colectivo. Más acá, está en Víctor López Zumelzu quien, al escribir sobre Chile, escribe “otro sinónimo de lejanía”: Chile es aquel territorio del cual, por haber nacido durante el pinochetismo, los jóvenes chilenos han sido expulsados. Y así lo demuestra también la narrativa del último gigante, Roberto Bolaño, que tiene de cosmopolita el espíritu de una huida: el lumpenaje.  

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¿En dónde encuentra Zambra la manera de participar en esta tradición, de gritar en la cara de la historia? No en la injuria, como decíamos, sino en el gesto de utilizar un instrumento del poder en contra del propio poder, en el gesto de torcer la máquina en contra de su propio modelo. Mediante la respuesta literaria, los amagues narrativos y la combinatoria de las opciones en modo random, se produce un tipo de examen que, en lugar del control, auspicia el descontrol de la no respuesta, de la in-corrección. No estamos en presencia de un antiexamen (que participaría también de la idea de examen de control, aunque invertido) sino ante el des-examen, el sueño de desaprender, de liberarnos de una educación perturbadora, aplastante, traumática. 

 

 

(Actualización mayo - junio 2015/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646