diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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El idioma de los pájaros
Más al sur, de Paloma Vidal, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011.

 

Al constituir un espacio de tránsito permanente, los así llamados no lugares solo pueden ser habitados por seres momentáneamente anónimos. A la clonación arquitectónica corresponde una licuación de la personalidad: los movimientos se repiten, el estado de ánimo es casi colectivo. Pero a veces es el tránsito mismo lo que termina por constituirse en lugar de residencia, como si la ropa viviera siempre dando vueltas en un lavarropas. Quien observa las prendas en perpetuo maelestrom solo accede a lo que la pantalla le permite ver: una gran aventura en aguas procelosas. ¿Es un Longvie un no lugar para un vestido? “¿Qué hago acá? Necesitaba una explicación, pero no la de los diarios, los noticieros, los miles de pantallas por la ciudad…”.

Bien mirado, pareciera que siempre son las fuerzas del mercado las que constituyen las coordenadas de los no lugares. ¿Pueden agregarse a la lista de estos sitios un campo que hace añares espera la lluvia, un campo de concentración? En ambos casos se trata de espacios que devuelven al hombre a un estado de animalidad primitiva, a la lucha por la supervivencia elemental. Pensar en los pájaros, entonces, como anhelo máximo del que sufre.

El intenso libro de Paloma Vidal, Más al sur (y el más parece ser la cifra de ese anhelo) no se detiene únicamente sobre la condición de tránsito de inmigrantes, exiliados y viajeros sino también en cómo esa condición termina por heredarse. “Leo que la migración de los pájaros sigue siendo un misterio. Algunas teorías sostienen que las impresiones que llevan de su lugar de nacimiento resultan en una persistente urgencia por volver allí en primavera”, se lee en “Viajes”, el primero y más extenso relato del libro.

Hija de exiliados, radicada en Brasil desde los dos años, Paloma Vidal nos invita a pensar en que no únicamente los desaparecidos han quedado sujetos a un estado de tránsito permanente. La protagonista del cuento “El regreso” vuelve a ver por última vez a su padre –sabemos que debió exiliarse–: “se equilibró en el umbral de la puerta, en un intervalo entre dos mundos”, leemos. Como una maldición, de esa circunstancia no se puede uno escapar: condenados a la intemperie que separa los dos mundos solo por querer hacer de este uno mejor. Un errar sin ancla, de eso se trata. Cuando se regresa, y la pregunta flota en todo el libro, ¿quién es el que lo hace si es otra lengua la que lo habita? Palabras secas, sin jinete. Por eso, acaso, parece decir la autora, es imposible volver una vez que se ha partido. Da la impresión de que el verdadero regreso solo puede darse, y así aparece en el formidable cuento “Escena en el jardín”, cuando se ocupa con la palabra un lugar donde transitan otras. “Adoptaron el portugués  y adoptaron este barrio, pero al atardecer, cuando la conversación se agota y antes de que el Museu da República se cierre para los visitantes, entonan canciones en italiano, que algunos intrusos, como yo, aquí sentada, escuchan con asombro y admiración.”

Si el lenguaje es un virus, como afirmaba Burroughs, Vidal completa: el destierro también. Es que con un oído en cada idioma, ¿baila el cuerpo distintos sones? Cuando se habla en una lengua y se sueña en otra, cuál es la realidad que queda varada entre ambas. Si la lengua es puerto, el mar es el único destino posible.

Paloma Vidal escribe en portugués y, como aclara en el prólogo, no reescribió el libro en castellano sino que ella misma lo tradujo. ¿Cómo se aplica entonces la sentencia Traduttore, traditore en este caso? A quién traiciona quien se traduce a sí mismo o, mejor, contra qué se pronuncia.  

Si es sensato pensar que el universo se expande a medida que aumenta la potencia de los telescopios, bien podemos preguntarnos si eso mismo no ocurrirá con el lenguaje: a mayor número de palabras el mundo se hace bien ancho y ajeno; digo, mientras más lenguas nos habiten, la realidad se hace más intangible. Bien sabe eso la autora: esa zona de tránsito no puede ser descripta por el lenguaje sino señalando las cosas tal cual son; la otra operación posible es manifestar el estado de ánimo a partir de preguntas: “Me cuenta también que vive en la misma casa en que vivían sus bisabuelos…. ¿Existe todavía ese tipo de continuidad?”; “¿Cómo se mide la oscura distancia entre necesidad y deseo?”; “¿Anduve perdiendo sangre? Busco el hilo de las cosas”. Por eso la propuesta de Paloma Vidal no es sentimentalista ni nostálgica, pese al lirismo de su prosa, a la uniforme suavidad de sus cadencias; muy por el contrario, parece estar imbuida de un rigor de entomólogo: pasar revista a todo lo que se observa, despojando al lenguaje de adornos, deteniéndose en lo pequeño como la más  perfecta de las epifanías, en conductas sin relieve ni espesor aparente que llegan allí donde el lenguaje no alcanza, es decir, a una zona libre de virus.

El camino de regreso es del todo imposible: se quiere vencer en el espacio lo que se ha perdido en el tiempo. Solo la suerte de un principiante puede encontrar el rastro de lo andado: las huellas de la memoria han sepultado con capas y capas de lenguaje el trayecto de nuestros afanes. Por eso Vidal escribe que “Los viajes se empiezan a escribir cuando me dejo llevar por una voz casi perdida que no es la mía.”

Y esa voz, suerte de canto de sirena, ¿será promesa de lo que no se puede cumplir? Entonar y escuchar las viejas melodías ¿no es regresar acaso por ese hilo de sangre que es hilo de voz, que es la voz de la sangre, siempre extranjera por más que se repita la cantinela de que la única y verdadera patria es la infancia? Los pájaros no la tienen, su patria es el aire. Inmigrantes, exiliados, forzados al traslado, terminan con el tiempo en medio del aire, sin lugar donde posarse, sin saber cuál es la rama precisa para armar el nido.

En la última escena del cuento “Tiempo de partir” la abuela observa al lavarropas que da vueltas. Piensa sobre sus nietos: “ninguno de los tres quis aprender esta lengua que agora ya no me pertenece”. Si un lenguaje solo puede pronunciar verdades indolentes, advertir solo los matices de la pulcritud, es que ya es tiempo de partir otra vez.

 

 

(Actualización mayo-junio 2011/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646