diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“El agua no tiene sinembargos, se va en limpideces” dice alguien que, sabremos más adelante, es Blas de Acuña, el portavoz de otras voces que irán apareciendo para componer entre ellas el relato de Río de las congojas. Se trata de una novela histórica, así se la definió cuando apareció publicada por primera vez en 1981 en Argentina, y hoy encuentra reedición a instancias de Ricardo Piglia en su colección Serie del Recienvenido de la editorial Fondo de Cultura Económica. Dice en el prólogo, en breve síntesis, “El libro de Libertad Demitrópulos hace de la música verbal la clave de la historia, los narradores circulan y se intercambian y van construyendo una trama compleja y abierta. La heroína de la novela, la mestiza María Muratore, casada con Blas y amante de Garay, viaja con la expedición que va a refundar Buenos Aires. En ese itinerario, se disfraza de hombre, une el amor con la guerra y vive múltiples aventuras […]. Río de las congojas revisa las tradiciones y las leyendas de nuestra ficción del origen.” Y esto es, en definitiva, lo que se lee a lo largo del texto si tan solo hablamos de contenidos. Lo exquisito está más bien en el despliegue de lo nimio, “la música” que allí hace remolinos. Precisamente, la belleza del texto de Demitrópulos.
Leí Río de las congojas hace muchos años, novela incluida en el corpus del programa de Literatura Argentina de la carrera de letras más o menos por el ´83, del siglo pasado. Si bien en ese momento el texto me deslumbró, sospecho hoy, no sabía muy bien qué estaba leyendo porque definida entonces como novela histórica hoy podría definírsela como historia novelada, mejor decir, poetizada: un procedimiento de escritura a través del que se le otorga densidad a las huellas de la historia para hacerla presente, alegoría del presente a su vez de aquel presente en el que se escribe este texto, el tiempo de la última dictadura en Argentina. Allí se entretejen las voces de los muertos, los desaparecidos, los marginados: las voces de los hombres y mujeres, especialmente las mujeres que, pareciera decir Demitrópulos, hacen la verdadera historia de la fundación de la patria o, incluso, más atrás todavía, la fundación de un “territorio” a partir de la mezcla violenta o consentida, el amor o la guerra, el nacer en una tierra donde los conquistadores/padres nunca podrán decir que allí nacieron. Se trata de una “matria” antes que una patria. Ahora bien, la idea de historia que aquí se desarrolla no es lineal, no es unívoca, no tiene un único sentido ni trata del seguimiento de la vida de los héroes. Por el contrario, la historia tiene la densidad de las nieblas del río, se escribe en islotes, se desplaza, se deshace y vuelve a constituirse en otro islote, tal como sucede a lo largo del trayecto que atraviesa ese largo, larguísimo río por donde bajan los hombres y las mujeres desde Asunción y fundan pueblos, ciudades, y entablan las más cruentas luchas por el territorio.
Es necesario volver a leer hoy Río de las congojas reponiendo el espacio de enunciación de una geografía interior, una subjetividad, junto al tiempo de producción del enunciado, la última dictadura argentina y, un poco antes, el luctuoso fracaso del peronismo de los setenta. Demitrópulos, nacida en Ledesma, Jujuy, en 1922, maestra a los dieciocho años, había optado por los pobres de los ingenios jujeños y, entonces, políticamente por el peronismo en la argentina del ´45, trabajó en el hogar escuela Eva Perón donde conoció a Evita y militó, obcecadamente, al punto de no permitir, lo cuenta su hija Moira, que a su casa entrara alguien que no fuera peronista: “En mi casa todo era ‘la vida por Perón’. Fue muy peronista y muy evitista. Para ella no había peor cosa que un radical” (dice en “Aquella escritora solitaria”). De resultas que aquella historia de su presente se trasmuta en este Río de las congojas con espesor poético, resonancias musicales, reflexión metafísica. Para ampliar sobre la vida de Libertad Demitrópulos véase el excelente documental de Mariano Mucco, con guión de Crisitina Mucci, que emitiera Canal 7.
El relato recuerda, refunda, una ciudad fantasma: Santa Fe la Vieja y en ella la resonancia de las historias de los muertos que, como los brillos del agua, cambian de forma a cada instante. Así la María Muratore, que no tiene hijos, es, paradójicamente, el centro de la estirpe del país menor, de las borrosas ciudades arrasadas alguna que otra vez por el río, la guerra, los indios, vueltas a empezar, cambiadas de lugar, condenadas a destinos inciertos, muertes difíciles, vueltas a escribir. Y en este sentido, es Isabel Descalzo y sus cinco hijos tenidos de Blas de Acuña, el eterno enamorado de María Muratore, quienes asumen contar, hacer la historia, fundar el mito de “la finadita”, “la muertecita” que ya llevaba en su apellido inscripto su destino.
Río de las Congojas despliega la memoria de Blas de Acuña y en ella, como camalotes, van flotando otras memorias, la de María Muratore, la de Isabel Descalzo y también las de otros mestizos, otros españoles, negros e indios. Todos allí se aquerencian y se desintegran, son barro en el agua. Ese es el ritmo de la novela, es decir el del río y el de la memoria de Blas de Acuña, un hombre de cien años que revive, hacia el final de su vida por boca de Isabel, la madre de sus hijos, su amor por María.
Piglia pone el libro de Demitrópulos junto a Zama de Antonio Di Benedetto y El Entenado de Juan José Saer como literatura argentina de “nuestra pobre historia colonial”, “ficción del origen” las llama: “Las tres forman una suerte de inesperada trilogía y se instalan en un territorio fantasmal, que está en el principio de nuestra memoria histórica, delimitado por Buenos Aires, Asunción y Santa Fe”. En el principio de las tres ciudades un hilo conductor, la pasión de María Muratore por Juan de Garay. En tanto la historia de los libros de historia sigue los pasos de Garay, Demitrópulos teje su historia en torno a María. Y son sus pasos, sus hazañas, las que persigue a su vez Blas de Acuña y en ellas su propia pasión.
Entre medio de los amores contrariados, la fundación de Santa Fe la Vieja, el motín del grupo de los siete mestizos -para algunos la primera revolución en territorio americano, en junio de1580, habiéndose marchado Garay, “el hombre del brazo fuerte”, a fundar Buenos Aires-, la traición, el descuartizamiento, el castigo y el despoblamiento de la ciudad. Esta es la historia de Santa Fe la Vieja, a orillas del río Quiloazas, hoy San Javier, un brazo del Paraná. Historia de mestizos, nacidos por la fuerza o la violación, traídos y llevados por los conquistadores y el río, puestos los hombres a pelear, las mujeres a servir en todas las acepciones. El mito dice que María Muratore hacía las dos cosas. Mujer soldado, iba sin miedo tras Juan de Garay donde y con quien fuera. Y también dice el mito, alguna vez, que murieron juntos durmiendo bajo los sauces a orillas del Paraná. Otras, en cambio, que vestida de varón, María muere luchando contra los indios en la frontera junto a Blas de Acuña.
Dedicada a Joaquín O. Gianuzzi, esposo de Demitrópulos, “por el amor y los años de compañía”, verdaderamente podría decirse que antes de plantearse como relato de origen, relato histórico, la apuesta por lo menor, lo marginal o los excluidos, el texto nace como novela de amor en tiempos de violencia política, de pasión desembozada. Varios amores, varias pasiones: de María Muratore, de Blas, de Garay, de Isabel Descalzo, de la misma Demitrópoulos. Todos aman fieramente hasta el final.
La reedición de Río de las congojas importa al menos en dos sentidos: por la recuperación de este bello texto de Demitrópulos, una autora un tanto olvidada a la que parece haberle llegado su momento (hay también reedición de La biografía de Eva Perón en Ediciones del Dock y de La Mamacoca en Eduvin); y por la colección armada por Piglia, Serie del Recienvenido, que recompone un mapa de lecturas, las suyas y la de una generación de escritores que escribieron sobre el borde del fin del siglo XX, a dos aguas entre dictadura y democracia. Junto a Demitrópulos se puede leer a Edgardo Cozarinsky, Jorge Di Paola, C. E. Feiling, Miguel Briante, Germán García, Héctor Libertella o a Silvia Molloy entre otros. La serie se conforma por libros que “han sido elegidos de acuerdo a la presencia –y la actualidad- que estas obras tienen en la literatura del presente” porque, al decir de Piglia, “estos libros han anticipado –o promovido- temas y formas que tienen lugar destacado en la narrativa contemporánea” puesto que “recién venidos, los títulos de la colección están en diálogo y en sincronía con las propuestas más novedosas de la literatura actual”.
En esta línea, creo, esta colección es otra manifestación de lo que llamo una estética de la reelaboración continua que se observa en este principio de siglo XXI, en base a la recuperación y reevaluación de textos escritos sobre el final del anterior pero sobre los no canónicos ni centrales sino sintomáticamente periféricos y hasta marginados en el momento de su publicación. La literatura argentina pareciera hoy, por otra parte, nadar con resignación en ese río que propone Demitrópulos, en la memoria del Zama de Di Benedetto o en la de El entenado de Saer como si fuera un recuerdo del futuro. Autores y textos que se recuperan despaciosamente, se analizan, se revalorizan, sobre los que se producen reformulaciones, nuevas escrituras e, incluso, nuevas versiones y cambios de género y hasta de soporte, como es el caso del cine. No tengo dudas, Río de las congojas podría convertirse también en una hermosa película y posiblemente su reedición la promueva así como reinserta, en el panteón de los textos que necesariamente hay que volver a leer, un texto que bien se convierte en fundamental.
(Actualización marzo - abril 2015/ BazarAmericano)