diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Anota uno:
Primera: la extrañeza, algo que se repite en imagen de manera casi interminable con mínimas variantes. Como un río que pasa, se diría. Simultáneamente, hay una demora. Ese río no pasa. Detiene su tiempo, no su fluir. No es un mar trepidante, es un río a la vez bravío y silencioso. Con innumerables recodos, islotes, troncos flotantes, camalotes y cabezas semi-sumergidas que semejan boyas. Boyitas si pensamos el tamaño del río.
Anota el otro:
Primer efecto de lectura: la seducción del silencio. Percibir que algo nos tocó, pero no saber qué, ni cómo. El desconcierto: la sensación de no encontrar rápidamente dónde hacer pie porque los modos de leer que dominamos parecen atajos. Entonces: la necesidad, casi compulsiva, de volver a mirar, de releer. Una y otra vez.
Anotamos:
Casi boyitas es un libro de pequeño formato que reúne pinturas de Daniel García y poemas de Gilda Di Crosta, pero rompe con el sentido común que esperaría encontrar en lo escrito alguna clase de explicación para la imagen, o en esta algún anclaje que ilustre la escritura. El diseño y el arte del libro refuerzan esa tensión: no hay una imagen para cada texto, ni viceversa. Las páginas en blanco que a veces se intercalan, contribuyen a imponer un tiempo para la lectura: cada pintura, cada poema abren un espacio en el que es necesario demorarse, ensayar un mirar y un leer detenidos.
Anota uno:
La extrañeza: ¿de dónde llega esa demora? Doy espacio a una conjetura, libros que se monten sobre libros, libros que hablen con libros, imágenes que dialoguen con un territorio. El trabajo surgió en un viaje por el río Paraná. Imagino el Paraná. No conozco otro río tan impulsivo en su andar. Si uno lo mira a vuelo de pájaro puede ver la pulsión del agua, su intensidad corriendo al mar con ansias. Pregunto: ¿Y ese río? ¿Y ese tiempo? ¿De qué habla este libro?
Si hay imágenes que se montan en ese río, y si se habla de un libro, puedo llegar, no sin cierto capricho, al Saer de El entenado. Y llego por el tiempo, por la demora, por la repetición. Una maquinaria perfecta de microescenas que a fuerza de repetición producen un abismo en donde se pierde el sentido y el habla. Se plantea una lengua, una palabra y un gesto que está siempre al borde de la disolución del entendimiento. Un lenguaje público y privado al mismo tiempo. Largos parlamentos que tienen que ver con el bienestar, con un estado de sí. Y de fondo saber -con la calma de quien ve el río pasar desde la orilla- que se puede llegar a los desbordes, al mismo infierno abismado.
Solo deshaciendo sentidos disponibles o saberes seguros, avanzamos:
La imagen, se nos dijo, es más accesible que la palabra, vale por miles, no se resiste. Sin embargo, a pesar de su claridad (figuras de cabezas y cuerpos en el agua, camalotes) estas pinturas resisten cualquier estabilización o traducción que se pretenda transparente. También la escritura tensiona esa resistencia:
estira el agua
la masa melancólica
la certeza
de ninguna imagen
nos deja
tanta agua
tanta página
ondulante, perniciosa
Anota el otro:
El libro, entonces, también habla de la escritura, de la lectura, del arte y enlazándolo todo, de la imposibilidad de fijar sentidos. Aunque esto ya es, podría decirse, un lugar común de la cultura contemporánea (algo que Casi boyitas sugiere), el modo en que ese supuesto se pone en juego en la escritura, en las imágenes y en sus mutuos envíos, despliega una intensidad que escapa a la banalización:
si llegara desde el río
si llegara sin ojos
debería haber un tiempo
vencido por la floración
del encierro del decir
una palabra
clavada en el corazón
del sentido infecundo:
“pallaksch…pallaksch…”
Buscamos “pallaksch” y encontramos a Paul Celan y a Hölderlin. La historia cuenta que Hölderlin vivió, durante la última etapa de su vida, aislado del mundo a orillas del río Neckar. Dicen que mientras observaba el fluir del río repetía constantemente unas palabras sin sentido: “Pallaksch, Pallaksch”. Celan escribe sobre esta historia un poema donde el balbuceo es la única posibilidad de decir el mundo. En la reescritura de Gilda Di Crosta, el balbuceo envía antes que a un corte en el fluir del discurso o a un discurso entrecortado, a un sentido que se resiste, que se mueve constantemente, o mejor: se escurre como el agua entre los dedos. Del mismo modo que se escabulle la posibilidad de fijar un sentido para las cabezas semi-sumergidas de las imágenes: están entre el agua y la superficie, pero ¿se hunden? ¿están emergiendo? ¿flotan? El ritmo de los poemas acompaña ese movimiento.
Y el título subraya la opción por aquello que se suspende: si la boyita es una señal de lo que flota, se escamotea cualquier posibilidad afirmativa con el “casi” enfatizando lo indefinido.
Anotamos, entonces:
Entre la resistencia de la palabra y el engaño o la trampa de la imagen. Un modo de pensar las prácticas artísticas y la lectura como estados o instantes de suspensión. Podría decirse: como casi boyitas.
(Actualización noviembre 2014 – febrero 2015/ BazarAmericano)