diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Paso por Marcos Juárez, sobre la ruta 9, y recuerdo, así, de golpe, que el autor del libro que voy mirando en viaje es de ahí, de esa vaga referencia extendida que integra eso que alguien llamó una vez la “zona”. Pienso que las coincidencias no existen, pero que tampoco lo telúrico ni esa correspondencia romántica entre lugar y deseo de escritura o de lectura, tan localista y provinciana y herderiana pueden sostenerse en el siglo XXI. Al menos, la Globalización y el estado de la teoría lo impedirían. Y, sin embargo, advertido de esto, no dejo de sospechar que la elección de este libro está inducida por la banalidad de una identificación, a la que me entrego, de todos modos, sin problemas.
Claro que yo no sabía que Cábala Criolla, con los dibujos de Lorenzo Amengual, era de un autor / artista de la “zona” oscura de donde dicen que nací. De todos modos, a pesar de ese desconocimiento, pienso si la inscripción temática del libro, “imágenes para interpretar los sueños, doblegar la muerte y vencer el azar”, es decir, dibujos de los números de la lotería, no fueron suficientes para que todo precipitara en la sospecha de un imaginario fatalmente común que arrastramos los de esa zona y del cual pretendemos, la mayoría del tiempo, escapar. Un provincianismo del que nos desligamos y que, no obstante, siempre está ahí, como un fantasma terrorífico, operando por detrás de nuestras elecciones cotidianas.
Aunque, si atendemos al libro, la quiniela ha dejado de ser algo meramente provinciano y los expendios urbanos, así como la persistencia de los quinieleros en las urbes, aún hoy, dan cuenta de que ese juego está inscripto en una dinámica que excede, incluso, lo nacional. Amengual lo aclara en la Introducción del libro: “La smorfia es un legado simbólico sincrético, mezcla de tradiciones ancestrales griegas, fenicias y cartaginesas, recopiladas y transmitidas por generaciones de sabios analfabetos. Este I Ching del Mediterráneo llegó a América en los barcos, en la memoria de los trasplantados y para sobrevivir –como ellos– debió transformarse. Con ayuda de gallegos, ranqueles, polacos, charrúas y criollos se le agregaron en estos pagos diez significados que necesitaban los noventa números del Lotto para renacer transformados en los cien de la quiniela”. Por ende, la quiniela no le pertenece a ninguna “zona” o país.
Uno de los motivos que impresiona de esta edición de la Universidad Nacional de Quilmes, en hojas papel Ilustración y en un tamaño tipo tabloide, que permite la visualización amena de los dibujos, es la confesión del trabajo insistente a lo largo del tiempo de Amengual: 18 años le llevó terminar de compilar y de dar forma a cada uno de los dibujos de la quiniela. Comenzó alrededor de 1990 y una primera versión del libro tuvo lugar como edición del autor en 2011, aunque con diferencias sustanciales. La presente edición cuenta con las imágenes de los dibujos de la quiniela y sus significados asociados a canciones, tangos, milongas, boleros y frases del repertorio popular que amplían la potencia de la imagen, a veces, como mera cita, otras, en relación con alguno de sus elementos.
Si atendemos de modo general al libro, podemos observar una especie de tríada en la que oscilan la composición de las imágenes: entre la abstracción, los retratos caricaturescos y los ensambles surreales. Entre las primeras, podemos atender al número 20, la Fiesta, en el cual la imagen se desintegra en puntos de luz negra, donde parecen observarse siluetas descompuestas de cuerpos que ensamblados, bailar, beben, se sientan en mesas, llevan bandejas. Entre las segundas, el 28, las tetas, donde el cuerpo de una mujer tiende a sobredimensionarse por las estrellitas que tapan los pezones de sus pechos (el 28 es en la lotería tanto las tetas como la estrella). Entre las terceras, el 69, los vicios, que adquiere una dimensión deformada por la condensación de significados analógicos y simbólicos que dotan a la imagen de una complejidad grotesca.
Si esas oscilaciones atraviesan las imágenes, arrastrándolas en una sucesión diferencial, también reaparecen en muchas de ellas reminiscencias a estilos gráficos, como los de Alejandro Sirio, en blanco y negro, o referencias directas a las artes visuales, como los grabados de Berni o las sinuosidades geométricas de Xul Solar en la composición de las figuras. El grotesco de las imágenes, que da cuenta de la persistencia del trabajo con el humor gráfico de Amengual, también permite explorar una dimensión sexual y erótica de los dibujos que explota el montaje. Como en el N° 1, el agua, que consta de una canilla abierta, sobre la cual se ha montado un hombre, que parece alardear con ella como si fuera su miembro, mientras una mujer exuberante le da rienda suelta al líquido que se derrama en el plano de la imagen.
Y sin embargo, esto contrasta notablemente con la manera en la que Amengual resolvió el dibujo de la cama. El 4 es, incluso en el tarot del mazo español (sobre todo el 4 de copas) también el número que responde a la cama, pero con una connotación sexual directa. Amengual, sin embargo, vacía de este contenido simbólico a la misma, y dota a la cama de una plaza de una dimensión solitaria y asexual, cuyos respaldares, que simulan huesos, adquieren alusiones thanáticas. Sexo y muerte son en la teoría freudiana, luego revisada por los avatares teóricos contemporáneos, los juglares del inconsciente. Por eso, quizá, extremando la identificación inicial, ese número, así asociado, no pudo sino disparar dos escenas que arrastraron todo el pasado de la zona por la cual estaba en viaje mientras leía el libro.
La primera escena recuerda una adolescencia en la que leía el tarot a partir del mazo de naipes españoles como un especialista. Cada vez que había un chico lindo y que salía el 4 de copas, no podía evitar el fantaseo desproporcionado. Sobre todo si ese número aparecía cerca de uno de los reyes o de los caballos del mazo, todas figuras masculinas asociadas, y yo tenía que comunicarles que los avatares de su sexualidad lo harían desbarrancar como chongo, más tarde o temprano, según el 4 del mazo de naipes españoles.
La otra escena refiere a mi abuelo, quien hasta antes de morir de cáncer fue uno de los quinieleros más importantes de Leones. No manejaba grandes sumas de dinero, sino que era uno de los que levantaba quiniela clandestina en la ciudad, teniendo, muchas veces, que ocultarse de la policía. Tano como era, a él le debo todo lo que sé de los números de la smorfia. Y su rostro quedó asociado, en esa oportunidad, a su figura cadavérica, mientras intentaba chupar un chupetín desesperado del hambre ya que no podía más tragar ni siquiera saliva por su enfermedad. La cama en la que murió el quinielero más viejo de Leones era una de una plaza, como esa de la imagen de Amengual. Con él, se fueron todos los números de la quiniela a ese vago lugar de las asociaciones proustianas que solo pueden regresar en el tiempo una vez que ya no pueden seguir siendo en él más que aporías suscitadas por el azar.
Como verán, desde el tono identificatorio, hasta las aporías proustianas, la potencia del libro de Amengual genera en su visualización una explosión simbólica que dispara la lectura y el visionado de las imágenes a una corriente melancólica e indeterminada del deseo. Quizá por eso, siempre habrá algún número o imagen de Amengual que nos harán escribir lo que no esperábamos, no sé si controlando el azar o dejándonos arrastrar por él.
(Actualización noviembre 2014 - febrero 2015/ BazarAmericano)