diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“Me acuerdo que a lo mejor este libro puede hacer oficio de obituario” es la frase –¿la entrada?– que cierra Yo también me acuerdo de Margo Glantz. La muerte, el paso del tiempo, las formas de medirlo, la vejez que se traduce en ciertas limitaciones físicas y en los consejos de los profesores de Feldenkraiz, Pilates y el método Alexander para mejorar la postura y la seguridad en el andar pero también en el miedo a la pérdida de la memoria son algunas de las preocupaciones que salpican estas nuevas memorias de la escritora mexicana. Un libro en el que amparada en la premisa insistente por la que asegura que “(…) en literatura el orden de los factores altera de manera irreversible el producto” cita y reescribe varios de sus textos anteriores, ahora en la forma de breves frases o párrafos mínimos (o entradas de un diario, una enciclopedia o un diccionario), que en la estela de Georges Perec y Joe Brainard se inician siempre con la afirmación “Me acuerdo”. Están allí, entre otros, Saña, Las genealogías, Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, El rastro… Es decir, vuelven, se dan cita los ensayos, las memorias autobiográficas o también las ya ficcionalizadas en el personaje de Nora García. Pero no se trata solamente de que escribe variaciones sobre esos textos sino de que lleva a cabo una operación singular y atrevida, diría, a través de la cual aquello que ya ha narrado como ficción en Historia de una mujer… irrumpe aquí en su calidad de recuerdo, o aquello a lo cual le cupo el registro del ensayo se recupera como inquietud íntima al margen de cualquier sistema y orden, o incluso, estos me acuerdo vuelven a contar lo que había ya relatado como memoria en las sucesivas ediciones de Las genealogías. Un texto, este último, al que vuelve de manera obsesiva, sobre todo en lo que se refiere a la propia infancia: la ciudad de su niñez con la presencia del agua y los volcanes, los innúmeros negocios de los padres, su por la época conversión al catolicismo, las peleas con una de sus hermanas, los acolchados de pluma traídos de Rusia, el té en los vasos de cristal; recuerdos que en Las genealogías califica como un goce debilitado.
Y si bien en esta zona de los me acuerdo dispersos a lo largo de las casi cuatrocientas páginas se reitera la centralidad del padre, la nueva versión agrega escenas a esa memoria que habían quedado fuera de las biografías parentales, escenas que se precipitan y acumulan en la parte final de Yo también…, cuando la melancolía es el humor que dicta el tono de la escritura. Se acuerda, entonces, del momento cuando durante los últimos días de vida de Jacobo Glantz descubre sorprendida que el ucraniano era su lengua materna y vuelve a contar que el ruso era la lengua del amor entre los padres, un idioma del que estaba excluida. Es así que los breves me acuerdo transitan otra vez por los bordes de la relación de estos inmigrantes con las lenguas y de su vínculo con las lenguas de los padres, un tema que había sido nuclear para la reconstrucción de las biografías de Jacobo y Lucy Glantz, pero que ahora regresa con la concentración y la lengua precisa que el fragmento exige.
“Me acuerdo que escribo a retazos como abonera, por eso escribo estos me acuerdo como tajadas, fisuras, cromos, memorias leves” anuncia Margo Glantz en la página 164 en uno de los muchos momentos en que la escritura reflexiona sobre sí misma, mientras suma y acumula fragmentos abigarrados que van diseñando una poética de la escritura autobiográfica, diseminada e intercalada entre algunos temas recurrentes (la Shoah, Georges Perec, los viajes, su infancia, los tuits, los colibríes, Sor Juana, el registro y el recuerdo de sus lecturas, y un extenso etcétera que tiene la heterogeneidad y la ausencia de jerarquía propias del diario íntimo), y otros ocasionales y vinculados estrictamente al presente o a un pasado muy cercano, como alguna muerte –la de Gelman, por ejemplo–, o alguna noticia política o meteorológica, sólo para mencionar algunos.
La tajada, la fisura pero también lo leve del cromo para definir o describir una poética de abonera, una palabra que al tiempo que es metáfora del fragmento tiene el espesor de una capa de memoria, ya que vender pan a plazos fue una de las actividades del padre a su llegada a México, o también porque en “Zapatos: andante con variaciones” se dice que Nora García, ese alter ego de Margo Glantz, tiene mentalidad de abonera. ¿Pero qué significa una poética de abonera? ¿Qué, la poética de alguien que en una de las entradas afirma: “Me acuerdo que para hacer un libro de este tipo hay que utilizar figuras retóricas de nombres rimbombantes: paronomasia, anáfora, oxímoron, polisíndeton, hipérbaton, lítote, hipérbole, anacoluto, catacresis…”? En principio, claro, la ausencia de cualquier pretensión o deseo de totalidad y juntamente con ello la inscripción en una serie, la de Georges Perec, y Joe Brainard, quienes escribieron autobiografías poco ortodoxas o textos poco canónicos, como también lo hizo David Markson, tres de los escritores a quienes dedica el libro. Y si bien cada tanto recuerda que Yo también… es un homenaje explícito a David Markson, es Perec, en cuyos textos “todo es autobiografía”, el escritor con el que construye una relación de intimidad, no sólo porque, como asegura, cada vez que lo lee siente como que si estuviera vivo y cenando en su casa ni tampoco únicamente porque sus “crónicas de lo infraordinario” se pierden gozosas en el detalle vuelto inventario y, en consecuencia juego, ni tan solamente porque su nombre es de “raigambre bíblica”, una ascendencia común si se recuerda el comienzo de Las genealogías donde asegura que desciende del Génesis, “no por soberbia sino por necesidad”, sino también porque Perec es el autor de Ellis Island y de W o el recuerdo de la infancia, es decir, porque él también habla de la inmigración y del exterminio durante el nazismo, dos temas insoslayables para Margo Glantz.
Yo también me acuerdo hilvana una poética que opera sobre el lector en dos sentidos diversos; por un lado, demanda una lectura no ortodoxa, una lectura discontinua y pasible de descontextualización, en la que cualquier saber se pulveriza por la forma que imprime el fragmento y por el humor que siempre erosiona, pero al mismo tiempo la reescritura y la autocita, a veces literal, reenvían al lector al resto de su textualidad y lo incitan no sólo a crear su propias series –un efecto y una tentación común a los textos diseñados como una colección– sino a establecer series entre un libro y otro, a rellenar huecos, a “reunir sus sobras”, que no sus obras, como dice divertida en uno de los “Me acuerdo”.
Una autobiografía, entonces, o unas memorias, narcisistas, sí, pero lejos de cualquier monumentalidad o de cualquier cierre; unas memorias que se hacen siempre con el otro: los padres una vez más, los amigos, los amigos escritores, los escritores dilectos, los lectores, los médicos, los profesores de gimnasia, los perros, los muertos en los campos de concentración... Quiero decir que este libro va desgranando deshojando el modo en que Glantz desea ser leída y no sé si hace oficio de obituario pero sí deja constancia –¿testimonio?– de las preguntas, temas, asuntos que la obsesionan, la preocupan, se le ocurren, la divierten. Unas memorias que invitan a jugar sin ningún manual de instrucciones porque como dice acerca de La vida, instrucciones de uso de Georges Perec “nunca aprendemos verdaderamente a usarla”.
(Actualización noviembre 2014 - febrero 2015/ BazarAmericano)