diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
En 1958, David Tudor le propone a John Cage realizar una conferencia donde solo contara anécdotas. Así nace Indeterminacy, una lectura que Jonh Cage previamente escribe con el propósito de recuperar breves relatos, piezas, sin relación alguna entre ellas, más que la de su propio contacto. Un año más tarde, en 1959, esas anécdotas se convierten en una performance más compleja. Cage lee las pequeñas historias, mientras su compañero, David Tudor, ejecuta varios sonidos (musicales o no) en otra habitación. Los oyentes escuchan la combinación aleatoria de los dos. Poco después, organiza una grabación de las anécdotas para el Instituto Smithsoniano y, más tarde, aumenta las mismas, y las publica. De este modo, Indeterminacy se fue sometiendo a múltiples avatares y versiones. En 2013, Zindo & Gafuri publica una antología de la edición completa de 1997, traducida por Patricio Grinberg; una variación rioplatense que permite acercarnos a la práctica de Cage.
La traducción impecable que se ofrece en una edición bilingüe es cuidadosa del trabajo con el espacio que en el original en inglés sobreimprime en la página un modo de leer pausado y, por eso mismo, se articula con la escucha de una voz, lo cual genera una sinergia que tensiona al poema con la materialidad visual de la escritura. ¿Cómo leer, entonces, esta nueva versión en español, que es, a su vez, una muestra reducida de esa indeterminación que Cage ejecuta desde mediados de S. XX?
En principio, como una práctica que reformula la relación material de la escritura, que pone a esta versión en una vinculación aleatoria, sin un sentido único y definitivo, con una ejecución sonora que deviene. Y en ese trayecto, hay que reparar, en los cruces entre voz y escritura, por un lado, que genera un espacio cortado que recorre el libro de un extremo a otro, pero también entre música y escritura, que atraviesa en la misma materialidad de la página un sonido que se oye en su silencio. Hay, para decirlo de un modo, acaso simplificado, una articulación entre visión y escucha que materializa y desmaterializa la página en blanco a partir de palabras o grupos de palabras que se disponen en ella entre interrupciones más o menos breves.
Ya en el S XIX, Mallarmé planteaba en “Crisis de verso” que para llegar a la palabra esencial el poeta devenía una especie de intérprete musical que daba al ritmo y al verso su propia música a partir de la ejecución de su instrumento propio. Uno de los resultados de esta Idea, claro, fue ese poema golpeado por los dados que se diseminaba, como flotando, en diversos planos de una cuadrícula extendida, materializando la tendencia de Mallarmé de encontrar un poema que permitiera conjugar su intersección con diversas artes (música, teatro, artes visuales). El camino de Cage parece inverso por momentos. Se trata de partir del sonido hacia el silencio para llegar a las palabras aleatorias de la escritura que interrumpan ese silencio, dejándolo resaltar como sonido en su propia visualidad y escucha.
En este sentido, se comprende cuando Cage declara que el sonido no necesita significar algo para obtener de él un placer muy profundo y que, por eso, “la experiencia que prefiero sobre todas las otras, es la del silencio”. De este modo, como la risa, y tal como Kant lo sostuvo, la música no necesita significar nada. Esa combinación, entre música y risa, sin determinación de sentido, es, también, la otra articulación que en esta ejecución tenemos que reponer para comprender las anécdotas contadas en Indeterminacy:
Cuando Vera Williams se enteró
de que coleccionaba
hongos salvajes,
les dijo a sus hijos
que no tocaran nada
porque todos eran venenosos.
Algunos pocos días después
compró bifes
en Martino’s y
decidió servirlos
cubiertos con hongos.
Cuando
empezó a cocinar los hongos,
los chicos
dejaron de hacer lo que
estaban haciendo y la miraron
atentamente.
Cuando sirvió
la cena,
todos se pusieron a llorar.
En principio, esa articulación es nada más que eso, la de la juntura entre la risa y el silencio que recorre la mayoría de las historias de Indeterminacy; y, por momentos, de esa aparente superficie, se abre una especie de intensidad que nos deja en la indeterminación misma del pensamiento, en la apertura incesante de interrogantes y problemas que las historias multiplican entre sí. Al mismo tiempo, entre sí, están dispuestas de una relación por contigüidad aleatoria en el conjunto, dotándolas de autonomía entre sí, incluso a pesar de que algunos motivos se repitan.
La anécdota número 67, que, a su vez, en la antología aparece ordenada como segunda, para contribuir a la ruptura del orden lineal (Grinberg, el traductor, cuenta que sortearon el orden de las mismas, sometiéndolo al azar, para respetar un poco el espíritu que anima la ejecución de Cage), cuenta que cuando le pidieron que escribiera un manifiesto sobre la nueva música, Cage solo escribió “impredecible e instantánea”; luego, “Nada se consigue escribiendo una pieza de música”, seguida de “nuestros oídos ahora están en forma excelente”; “Mi firma// a continuación y// eso era todo lo que había”. Intuyo que la instantaneidad imprevisible está materializada en Indeterminacy, y que ni siquiera la firma unívoca del artista puede sostenerse como lo único que hay allí, si extendemos esa ejecución al dúo con Tudor. En esta dirección, lo que cada anécdota impredecible aparece en esta muestra de Zindo & Gafuri es una relación deslumbrante con esa experiencia aún incierta y desconcertante titulada 4’ 33’’, que nos llega en la escucha de su silencio sonoro.
(Actualización julio – agosto 2014/ BazarAmericano)