diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El libro Todos felices de la incipiente editorial “800 golpes” reúne seis cuentos escritos en un taller de narrativa dictado por la escritora Laura Meradi. En el prólogo Meradi aclara que los relatos no respondieron a ninguna consigna previa y que “fueron juntándose por su propia verdad hasta formar esta antología. Los cuentos están ordenados como nos ordena la vida: desde la infancia hasta la adultez. Y todos los personajes atraviesan el conflicto del espacio propio dentro de la familia”.
Hay, en esta intención prospectiva, un acotamiento temático: la familia. La camionetita que aparece en la portada tiene una clara reminiscencia a la película Little Miss Sunshine. Dado que este film mostraba las conflictividades de una familia en apariencia perfecta, el título Todos Felices no disimula su ironía.
El primer relato es “Roby”, de Leticia Rivas quien utiliza la segunda persona para dar cuenta de los días de una adolescente a quien la llegada a su casa de un albañil hace que su cuerpo entre en una incomprensible efervescencia. La narración tiene un ritmo pendular, que va desde las quejas por las imposiciones familiares a ese cúmulo de sensaciones que le despierta la aparición de Rulos, ese hombre que con solo mirarla logra ponerle la piel de gallina. Hay mucho de insinuación, pero nada se concreta, y lo poco que pasa es cuando él le ofrece un cigarrillo, cuando la saluda con un beso en la mejilla y esa escena donde ella le ofrece helado sentada en la mesada de la cocina. El cuento acierta en el tratamiento del punto de vista. Al ser la mirada de una adolescente, esa insistencia por sentirse molesta con las demandas y pedidos de los padres, no termina de resultar repetitiva. El uso de la segunda persona corre el riesgo de ser siempre un poco artificioso. Este recurso suele funcionar como un comodín, que parece dotar de espesor al narrador gracias a un impostado desdoblamiento. Pero aquí, al centrarse en ese cuerpo adolescente, con algo de mujer y mucho de niña, la segunda persona tematiza, desde lo recursivo, esa dualidad.
“Las casas”, de Bárbara Sayour presenta en el inicio una serie de motivos temáticos de lo que se suele llamar costumbrismo: aroma a alcanfor, baldosas, empanadas de carne con pasas de uva, tías, cucharas que raspan platos. Pero cuando aparece la prima gorda el relato se aleja de ese comienzo poblado de lugares comunes. Los diálogos son ocurrentes, algo teatrales, sí, pero disparan una narración que se detiene en un derrumbe, literal y simbólico, aunque sin caer en el soborno de la alegoría.
“El Fuentón” de Manuela Calderone es un breve, ejercicio del uso de la metonimia. Tenemos los pies que toman el centro de la escena, pero detrás se esconde una futura noticia que Nené le tiene reservada a sus padres. Hay mucho de estructura narrativa y poco de sustancia. El final busca un golpe de efecto que no llega a conseguir por lo gastado que resulta ese truco.
Lucía Russo en “La escoba de 15” nos presenta un juego de comicidad amarga donde una madre y su hija “peinan” líneas de cocaína. El cuento yuxtapone imágenes que no suelen coincidir en el imaginario madre/hija y sin embargo no se aparta del verosímil realista. Allí su merito, aunque quizás no haya mucho más que ese juego de espejos deformados.
“Pulpo” de Leonardo Azamor relata algunas horas en la vida de Eduardo y los constantes ataques alucinatorios que padece. Aunque puede que estén interviniendo fuerzas fantásticas. En este sentido tiene mucho del cuento clásico argentino, con raíces Julio Cortázar o, más acá Samanta Schweblin. Azamor realiza un dedicado trabajo en la focalización que oscila entre Eduardo y su hija. Quizás el tono abusa de cierta solemnidad y no sería un problema, salvo porque los momentos donde se apela al humor son muy efectivos. El último párrafo maneja de manera muy sólida el suspenso y el cierre es delicado, sin estridencias, pero contundente.
El libro se concluye con “Mar Chiquita”. Estaban Caballero parece presentar una especie de stand up de la paternidad en vacaciones, donde las catástrofes cotidianas se suceden una tras otras. Al cuento parece faltarle una relectura de edición más, ya que hay peripecias que se vuelven un poco repetitivas. Pero todo pasa a un segundo plano porque nos entrega algunos momentos muy destacados. El final, en el Zamba, es uno de los puntos narrativos más altos, no solo del cuento, sino también del libro y la última escena no solo nos transporta a ese lugar, sino sobre todo a la cabeza y al cuerpo del narrador.
Todos Felices habla de la familia, sí. Pero ese motivo temático parece ser más bien el mantel sobre el que se despliegan los distintos registros narrativos donde “Roby”, “Pulpo” y “Mar Chiquita” son, definitivamente, los platos principales.
(Actualización julio – agosto 2014/ BazarAmericano)