diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En apenas 42 años de vida, transclasado, procedente de una familia intelectual y con un abuelo anarquista, el carioca Hélio Oiticica desarmó para armar el arte (brasileño) desde fines de los años ’50 a través de una práctica y desde unos valores que ya eran los del siglo XXI. Por eso, la traducción de sus entrevistas y escritos que realizan Teresa Arijón y Bárbara Belloc para Manantial, pone en perspectiva muchos de los problemas que las artes atraviesan en lo que puede llamarse el presente, la actualidad o lo contemporáneo, no sin diferencias importantes entre esos nombres, a veces más significativos respecto de posiciones en el campo, que de una diversidad conceptual y de objeto.
Hélio Oiticica, en su nombre, tiene tanto del sol que alimenta la vida como del gas que potencia el sol para dar vida, y su práctica puede entenderse como el fluir de una energía vital y mutante que generó estructuras y objetos que, relacionados con su entorno, redefinieron las nociones de obra, de autor, de espectador, de mercado, de heroicidad, de marginalidad y de arte brasileño e internacional. Y el libro Materialismos ofrece no solo una entrada, sino también un despliegue de su trayectoria, que va desde el neoconcretismo brasileño, pasando por una descomposición de la pintura tradicional a través de una suspensión en el espacio de figuras geométricas de colores fuertes que potenciaban una interacción entre afectos y emociones con el espectador, siguiendo por las invenciones del parangolé, una capa que, junto al cuerpo en movimiento, desplegaba temporo-espacialmente el color y conformaba una obra-cuerpo siempre diferente, o por los penetrables, estructuras arquitectónicas y, a veces, laberínticas, que invitaban al espectador a participar de diversas experiencias, como las de entrar en contacto con el agua a pie descalzo; y, en esta serie, no debemos olvidarnos de esa experiencia que fue la Tropicália y que, según Caetano Veloso, fue la que dio origen al tropicalismo brasileño, hasta sus Bólidos, especies de cajas desmontables con diferentes dispositivos de interacción, en una de las cuales experimentó con el que se convirtió en uno de sus lemas: “Seja Marginal. Seja Héroi”. Entre esos momentos y objetos, la práctica de Oiticica devino un trayecto mutante que se alimentó y alimentó lo vital de la calle como energía de composición y descomposición.
Materialismos , por un lado, presenta entrevistas agudas, en las que, como en todas aquellas realizadas a artistas que son capaces de generar una potencia inasimilable a partir de un género fugaz y complejo, Oiticica desarma y articula incesantemente sus posiciones, fantasmas, deseos y conceptos. Y entre ellos, podemos encontrar uno de los centros que funcionaría como posible entrada, pero nunca la única, a ese laberinto de palabras: “Yo no tengo interés en funcionar dentro de ese mercado, aunque puedo crear un mercado, y vos también podrías crearlo”.
Por otro lado, ofrece la propia escritura de Oiticica, internacionalista, ecléctica e inclasificable. Hay apuntes de ideas, un diario, un par de artículos breves y unas poesías-lluvias de ideas explosivas que se desarticulan en la hoja en blanco como si fueran el color de algunas de sus piezas visuales (no sin experimentar el blanco sobre blanco que lo obsesiona). En uno de esos planos de palabras suspendidas leemos otro de los hilos conductores del libro: “YOKO ONO: en cuanto a mi arte intento decir: los artistas no son creativos. ¿qué más se desearía crear? todo ya está aquí. detesto a los artistas que dicen que su arte es creativo. llamo “pedo” a ese tipo de arte. esos artistas que construyen un pedazo de cultura y lo llaman arte no pasan de ser narcisistas… crear no es la tarea del artista. su tarea es cambiar el valor de las cosas.”
Impulsado por la fuerza intempestiva de un Nietzsche que reaparece antropofagiado en las palabras de Oiticica, la potencia de su voz da vuelta los conceptos más comunes para hacerles decir otra cosa. Así, “experimentar lo experimental” se convierte en otro lema que no debe leerse, según Oiticica, como un arte experimental. Se trata, al contrario, de poner a rodar al arte en la indeterminación abierta y siempre mutante de la vida. Pero no como una mera traslación de lo vivido en tanto material del arte, sino como una apertura, a veces azarosa, otras veces bien concreta, a las sucesivas metamorfosis a las cuales la vida excesiva de la calle, de la escuela de samba, de la danza que se hace danza al danzar, como el arte, arrastra a la práctica, al tiempo que la práctica arrastra a la vida, también transformándola. Es decir, como sostiene en la frase, todo es un grito de aspiración a la vida.
En otros momentos, Oiticica aclara que su práctica no es la caduca concepción del arte por el arte, pero que tampoco puede entenderse como una simplificadora práctica social y política en tanto determinación y telos definitivo y definidor de lo que hace, sino que su propuesta es algo nuevo a lo que se llega sin premeditación por la apertura a lo colectivo, por un lado, pero también a la vida como totalidad, por el otro. En esa doble contradicción, la de la inespecificidad de lo específico que, según Rancière, está en el devenir del arte moderno, es donde Oiticica genera su singularidad. Y quizá sea una de las razones por las cuales ha planteado, entre otros, Florencia Garramuño, que las prácticas desde los ‘60 en la cultura brasileña (y también en la argentina) son un germen del presente.
(Actualización mayo – junio 2014/ BazarAmericano)