diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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I.
La noche, el fin del día, de la jornada, su conclusión y cierre, la conversación animada y dividida por partes iguales, el recorrido autobiográfico inmediato, el cansancio, la comida caliente y densa, el descanso y el día por venir: podemos pensar y enumerar conforme a la escena de nuestras cenas, diferentes en tiempo y componentes a la definición brasilera o alemana, por ejemplo. Facundo Giménez recrea en Cena, precisamente, este conjunto de fuerzas en una escritura, si bien breve, no carente de potencialidades contenidas que, una vez liberadas, resultan dolorosas y sanadoras, al mismo tiempo.
II.
Cena se abre con el recuerdo de un grito, con el recuerdo de “la arquitectura de aquel grito”, y se cierra en el reflejo de las escasas vacilaciones de la luz que da el foco al comedor: entre un punto y el otro se despliega el intento de la escritura por desmenuzar, explorar y traer a lo explícito la estructura general del encuentro en la digestión nocturna. El lenguaje, la sintaxis y el movimiento buscados no estarán en una “última cena” arquetípica sino en la sucesión de la cotidianeidad extendida en un lapso temporal más amplio:
Y yo sigo pensando que en estas cosas
hay, secreto, un lenguaje,
que en este lapso
en que no nos interrumpimos,
existe un gesto
que en la llave que gira
y nos muestra el vientre
desolador
de la calle, hay un idioma.
“Sopa / vamos a tomar esta noche, / mientras no nos decimos nada”: frente a los comensales, siempre, sopa; entre ellos, el conflicto, el silencio y la palabra apenas audible, casi muda. La sopa tiene una profundidad, una temperatura y una densidad específicas que, por el proceso de ósmosis, son las del entorno. El silencio no tolera su no percepción y deviene ruido blanco. Alrededor todo se define o deforma. Algo parece estar por estallar en cualquier momento de la página siguiente.
La escena de la cena tiene sus variantes, no es la misma. En el espacio cerrado del comedor y como en una situación extrema del policial clásico, hay un conflicto. Que no se desata, que no se dice, que no se come: pero se muerde, se mastica. En la cena no hay lugar para sacar nada afuera. Lo no dicho, así, se va haciendo más presente en esa mesa y por momentos hace del ambiente y sus diálogos un habla imposible, asfixiante.
III.
La atmósfera densa exige del enfoque diferenciado, antes cubista, ahora plano detalle, macro, la descomposición del cuerpo ajeno:
Apurá el tenedor. Sus tres cúspides
despacio, en la carne, penetran
el indicio de la carne.
Cuerpo que, incluso una vez descompuesto y extrañado, no deja de pertenecer a la escena. Porque, básicamente, la comparte y configura. Mientras tanto, y alrededor de los comensales, todo parece confundirse, perderse, disgregarse: el azul de la hornalla, la música, el ruido de la heladera que “como todas las cosas, tarde o temprano, / desaparecerá”. Estamos asistiendo a la cena en el epicentro del país de las últimas cosas.
IV.
Los dientes de la voz se quieren manifestar todo el tiempo. Se separan del sujeto e intentan pronunciarse. Algo están por decir constantemente: quieren terminar con toda rispidez, pronunciar el fin, la violencia. Ahí está la amenaza: en el habla contenida, en la decisión de decir. Mientras tanto, el otro cuerpo se muestra seductor, abandonado o lejano. No hay tranquilidad posible: el tiempo es el de la postergación y la dejadez en lo sucesivo de la repetición de la cena.
(Actualización mayo – junio 2014/ BazarAmericano)